“Todos estamos en una circunstancia que no queremos que siga, de la que necesitamos escapar”
Pepe López (2017)
La acuciosa situación de la sociedad venezolana, en los actuales momentos, la ha conducido a un éxodo sin precedentes en su historia contemporánea. Hoy, muchos de nosotros se marchan, convirtiendo al país en un territorio inestable, en permanente deriva, entre un aquí irreconocible y un allá aparentemente esperanzador. Señas indelebles del principio de una inevitable transformación sociocultural y emocional que determinará otros campos de la memoria de los venezolanos de estos tiempos, plagados de conflictos de gran envergadura, en los que se han sedimentado historias individuales y colectivas del desarraigo, de la partida, de la ausencia y del continuo retorno desde el nomadismo de los recuerdos.
Un ir y venir continúo, manifestado en subjetividades conformadas por lugares emocionales en los que acontecen desarraigos incompletos, parciales, desplazamientos discontinuos, y con ellos la generación de archivos acumulativos capacitados para evidenciar los diversos trayectos que nos constituyen dentro de la transformación de un material microhistórico oculto, individual, fragmentario o marginal a un hecho físico y espacial, capaz de simbolizar desde una individualidad la narración de nuestras diásporas actuales como hecho significativo de presencia.
Esta transformación se determina en el estado emocional que nos ata a los objetos, a nuestras particulares posesiones y a las microhistorias que en ellos se condensan. Es allí donde nos identificamos como sujetos sociales, en la interioridad de la acción de recordarlos al habernos desprendido de afectos que pensamos necesarios, que manifiestan la imposibilidad de un traslado completo a otros espacios geográficos y temporalidades diferentes, donde las materialidades significantes con valores individuales funcionan en la perentoriedad de un archivo personal inconcluso, cuestionador de su propia historia y de los trayectos que la misma ha recorrido en medio de un campo social de ubicación y de afectación que convierte a este particular archivo en historia colectiva.
De allí, que se haga posible configurar un gran archivo visual, narrativo de la deriva actual venezolana en medio de la objetualidad física de los recuerdos, de lo dejado atrás, para redefinirse dentro del escape de una diáspora en continua deriva y reinvención, ya que sus condiciones de salida no han sido las esperadas. Nuestra diáspora es una diáspora que carece del desprendimiento completo, es una migración de instalación variable, oscilante, intermedia entre las migraciones definitivas, de poblamiento, o las migraciones temporales, por razones laborales.
Esta diáspora variable, deja continuamente sus señas precarias en la reinvención continua de sus modos significantes, de su territorio original, pues, para ellos la unión con su espacio no desaparece, ni se desea que desaparezca por completo, siempre están presentes dentro de la movilidad de un ir y venir continuo físico o evocativo, donde los sujetos diaspóricos actuales tejen sus particulares biografías, y con ello la persistente presencia del territorio desplazado, que será continuamente reinventado por los mismos dentro de un estado inestable de recuperación de los recuerdos.
Recuerdos que exceden al sujeto diaspórico en su acción de reinvención y es allí en la complejidad de generar una narrativa visual donde los giros de los memorias dividen a la subjetividad en desplazamiento, la dispersan en fragmentos diversos que luego es posible volver a unirlos en un plano espacio temporal en el que pueden hacerse presentes y donde ellos manifiesten ya la inoperatividad de sus funciones. Ahora se han convertido en espacios precarios de ausencia, imposibles de ser trasladados, pues conforman fantasmáticas de lo que fuimos y el sedimento de lo que seremos en desplazamiento.
Es en este campo de deriva, de indeterminación de un aquí y de un allá, de la presencia de la objetualidad física de los recuerdos que hallamos la paradigmática obra ‘Crisálida’ (2017) realizada por el artista venezolano Pepe López (Caracas-1966- ), radicado actualmente en París, presentada en Espacio Monitor (Caracas), del 29 de octubre de 2017 al 21 de enero de 2018; la misma formaba parte de la exposición Escape Room en la que López de manera individual reflexionaba sobre la actual deriva socio-político-cultural venezolana a través de la realización de objetos añorantes y de pasados retenidos en su memoria.
Es en el campo de las memorias detenidas donde la ‘Crisálida’ de López apuesta por la presencia física de los recuerdos, de su inutilidad, pues, han entrado en un tiempo indefinido, sin destino, ni función, sólo espacio de archivo centrado en la aparición del mismo. Un elemento múltiple de la realidad de una microhistoria particular considerada colectiva, en nuestra actual situación, y es en esa aparición “en la que hay que trabajar, pues a partir de ella puede descifrarse su sentido”.
La ‘Crisálida’ emerge desde los recuerdos, en la aparición del preciso momento de tomar decisiones ante la urgencia de la marcha, del inevitable desplazamiento. Ella encierra la emotividad de un desprendimiento incompleto, imposible, inconcluso, ya que en sus 19 de metros de longitud se expresa el sentido de la vida y de sus arraigos, tal como lo manifiesta el mismo artista: “Trata ese momento específico donde hay una decisión sobre si escapar del país o quedarse.”
Y es justo en ese momento, en esa decisión de escapar, que en el ser emocional del sujeto comienza una transformación en la que se expresa la deriva del desplazamiento, de la dispersión de los trayectos que le conforman, pues cada uno sólo será una pequeña historia en reinvención permanente. Microhistorias que en la ‘Crisálida’ son encapsuladas en una delgada y transparente película de polietileno que desfigura su fisicidad, cada una ha sido cuidadosamente embalada, a la espera de su traslado, y al igual que en los recuerdos se tornan borrosas sus presencias, pues todo el conjunto de objetos vuelve a ser embalado de nuevo, en medio de la enunciación de un escape inconcluso.
De esta manera, el artista nos conduce por un proceso indeterminado de posibilidades deseadas, por un espacio imaginal de una situación que es suya, pero que habla de todos, en medio de un accionar de elementos biográficos que no profundizan en sí mismo o en “acontecimientos únicos y autosuficientes vinculados con el «sujeto» y con el «nombre propio», sino por la voluntad de contextualizar los acontecimientos biográficos en el campo social en la que se ubican: «Esto supone afirmar que no se puede comprender una trayectoria a menos de haber construido de antemano los estados sucesivos del campo en el que esta trayectoria se ha desarrollado»”. Trayectorias que en la ‘Crisálida’ son colocadas en la historia del desplazamiento colectivo como itinerario en común, como salida a una situación, como afirma el mismo artista, donde cada objeto manifiesta la imposibilidad de un llegar definitivo, pero al mismo tiempo expresan el deseo de la transformación en el instante que todas esas microhistorias, esos archivos, expresan su capacidad de generar nuevas historias en movimiento y en permanente reinvención.
De allí, el establecimiento, por parte del artista, de una pertinente metáfora, transformadora de las materias vitales para con ellas llegar a la adultez: La ‘Crisálida, que implica la transición entre el estado de larva y el estado de imago, de aquellos recuerdos que quedan implantados en nosotros y nos configuran como sujetos sociales, y nos conducen a una esperada madurez y reflexión de nuestras particulares derivas.
Mientras todo el proceso sucede, cada uno de objetos de la ‘Crisálida’, elaborada por López, se determinan en sus trayectos particulares, así como también configuran un gran itinerario de memoria, de lo que fuimos y de lo podríamos esperar ser, pues, ella en su totalidad manifiesta la dispersión del sujeto en diáspora atado por la fragilidad de sus traslados y de sus consecuentes recuerdos.
La ‘Crisálida’ es un gran archivo disperso, de tiempos, de fragmentos y utilidades diversas, unido por una transparencia que lo oculta, lo devela y lo desfigura, ante la necesidad de ubicación del mismo en la exterioridad de un plano significante aparentemente detenido, pues al igual que las crisálidas los objetos que conforman la instalación, como residuos de vida pasadas, se guarecen en una suerte cápsula que les brinda una protección temporal dudosa, ya que no sabremos cuánto tiempo se encontraran allí, o el espacio en el que serán resguardados, mientras sus órganos vitales de recuerdo y memoria se modifican, o se adaptan a la nueva estructura del sujeto y al colectivo en desplazamiento.
En este sentido, la ‘Crisálida’ de López escribe y reescribe nuestra historia actual, desde una particular visión, en la que la historia de vida del artista es un trayecto inmerso en los trayectos colectivos de los venezolanos. Él mismo es un sujeto diaspórico, marcado por un desprendimiento inconcluso, por un traslado imposible. Sus objetos son presencias en ausencias, su estrategia para hacerlos evidentes es la acción instalativa en la que se condensa una autobiografía visual, pues en ella López explaya su archivo individual.
La ‘Crisálida’ funciona en su instalación como un gran contenedor de memoria. Allí, el artista ubica sus objetos, los de otros, algunos encontrados, él mismo, y todos aquellos que en sus diversos desplazamientos han tenido una significación. Todos están cuidadosamente protegidos, en espera de ser trasladados a algún lugar, detenidos, pero tampoco pueden ser usados, ya que se han convertido en memorias que no han llegado a ocupar una fisicidad espacial definida
Desplazamiento, movimiento, desarraigo, diáspora, todas denominaciones de la perdida y de la transformación de la sociedad venezolana actual, la cual es leída y visualizada por López dentro del archivo y el texto de su propia transformación. Su ‘Crisálida’ es un gran texto fragmentario, colocado dentro de un plano significante que nos reenvía a nuestras particulares dispersiones, a situaciones colectivas que esperan la transformación dentro del proceso nutritivo de nuestra propia interioridad, en la que se desea la madurez y la comprensión sobre la situación de la que queremos escapar.
Madurez que sólo puede ser lograda en la reflexión necesaria sobre las narrativas que han configurado a las promesas incumplidas de un país hoy conducido a la indeterminación e inestabilidad de la sociedad venezolana actual, y como consecuencia su inevitable desplazamiento, su dolorosa oscilación entre un aquí irreconocible y un allá aparentemente esperanzador.
Un ir y venir, que el artista plantea más allá de sí mismo, más allá de toda dimensión sólo denunciadora del traslado imposible. Su acción instalativa, objetual de la memoria, expresa en la ‘Crisálida’ el movimiento vital contenido del desprendimiento inconcluso, que es capaz de manifestar en su encapsulamiento la emergencia de una nueva vida, del último referente en el podemos mirar(nos) a nosotros mismos y donde el archivo autobiográfico visual de López, disperso y frágilmente unido en la imposibilidad de su traslado, genera significantes de reconocimiento donde todos podemos hallar relatos en común, ya que él ha propuesto y nosotros, como lectores participes de sus microhistorias, dispondremos de nuestra particular reflexión sobre ellas.