“Me gusta cuando callas
porque estás como ausente
(…)”
– Pablo Neruda
La obra de Marina Abramovic, da mucho material para trabajar desde la crítica de arte. Es mucha la tela que ofrece para cortar, especialmente lo referente a ese estado del cuerpo y de la psique que ella misma denomina the performance state (“el estado performance”) y que, como parte esencial de su trabajo, puede ser identificado en algunas de sus obras más emblemáticas.
Quizá la obra donde el uso de este llamado performance state es más evidente a los ojos, sea una de sus piezas más controversiales: Rhythm 0 (1974). En esta obra la artista se colocó en situación totalmente pasiva, en una galería junto a una mesa con objetos destinados a causar placer o infligir dolor, entregándose durante seis horas a la voluntad del público. Abramovic comenta que si bien el público comenzó a acercarse de manera tímida, rozándola, dándole de beber agua o tomando fotografías, eventualmente estas mismas personas se fueron tornando violentas (especialmente los hombres), cortando su ropa con tijeras, infligiéndole heridas en el cuello, haciéndola sangrar y, eventualmente, colocando un revolver cargado en su sien… Ante toda esta agresión, Abramovic fue un ente pasivo, casi un objeto, sin voluntad aparente ni sentido de la auto-preservación. Una muñeca, una cáscara.
Total y completo dominio del cuerpo y de los instintos más básicos, esto es el llamado performance state que puede ser rastreado, incluso en la obra de otros artistas del body art, como si Abramovic hubiera puesto en palabras un requisito esencial para realizar este tipo de arte: control y dominio total del yo.
Su obra, así, sirve también para hilar, concatenar, buscar los puentes invisibles entre los trabajos de otros artistas; se convierte en referente y en material para la investigación. The performance state se convierte en un término para nombrar la herramienta más básica del body art: el control de la mente y la entrega total del cuerpo y de su seguridad con el único objetivo de lograr llevar a cabo la obra hasta su fin máximo.
Esta idea, latente hace rato ya, vino a confirmarse para mí en noviembre del 2018 al recibir la noticia de una obra de arte de acción corporal llevado a cabo en Caracas por un joven artista.
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El pasado mes de noviembre del año 2018 se llevó a cabo en Caracas la Exposición de la Diversidad Sexual, que llevó, en esta ocasión, cómo subtítulo el nombre del escritor, artista y activista queer chileno, Pedro Lemebel. El evento se realizó, como en sus últimas entregas, en los espacios de la Galería de Arte Nacional.
La muestra abrió al público el viernes 23 de noviembre con un happening de premisas similares a las de Rhythm 0 de Abramovic, si bien el artista clama no haberse basado directamente en ningún trabajo previo: un hombre de pie y en actitud pasiva ante un público y junto a una serie de elementos que llaman al juego y a la intervención: un par de tacones, un par de botas militares, mallas, maquillaje, pintura, una tijera, trapos, escritos en papel, libros, máscaras, etc., sin contar los atavíos que él mismo llevaba puestos al iniciar la actividad.
Luis Mancera, se dejó desvestir, volver a vestir, pintar, maquillar, mover y hasta cortar su vello facial y corporal por los espectadores tornados ahora en entes activos. La obra, titulada Mariquita linda inter-venida, duró unas dos horas hasta que los organizadores pidieron ocultarlo (a él): la exposición debía terminar de abrirse al público y era necesario recuperar su atención. Un par de horas más tarde se repitió el experimento.
Luis Mancera, egresado de la Escuela de Artes de la UCV, donde además formó parte como profesor del departamento de artes escénicas hasta mediados del 2018, es actualmente profesor de la UNEARTES, donde dicta materias vinculadas a la historia de las artes escénicas. Mancera lleva desde el 2014 el proyecto de arte de acción corporal “Mancerista” (Instagram: @mancerista), una alusión a su nombre transformado en posición personal, en postura ante algo. En este caso la postura es, específicamente ante el cuerpo y su historia.
“Mancerista” involucra la performance, el happening, la foto performance y el movimiento libre, alimentados por su formación como actor y clown, respectivamente. Él mismo lo define como un proyecto jumper que va “saltando” de acción en acción, como una suerte de proceso, de viaje que cuenta, hasta los momentos con cuatro etapas o pasos: Dentro de mí (2014), donde jugó con la dualidad masculino-femenino a través de su propia imagen, jugando con su vello facial y maquillaje; Renacer (2017), donde jugó con su cuerpo desnudo en relación con el entorno, con las texturas que le rodeaban; Ellas juegan (2018), en donde se entregó en actitud pasiva aun grupo de mujeres y niñas para que estas lo desvistieran, vistieran y jugaran con él, pintándolo, maquillándolo, moviéndolo, en la fiesta de cierre de la XXV FELAA Venezuela, en Barquisimeto, estado Lara; y, más recientemente, Mariquita linda inter-venida (2018). Otros proyectos vienen a futuro; “el viaje de Mancerista es un proceso interno que” —dice el artista— “lo llevará al florecimiento”.
Mancera fue invitado por los organizadores de la Exposición de la Diversidad Sexual para realizar el acto de apertura y llevar a cabo una acción corporal enmarcada en su proyecto. Tras revisar el trabajo hecho con anterioridad y siguiendo la línea de Ellas juegan, Mancera se planteó la posibilidad de un cuerpo lúdico con el que se pudieran relacionar tanto hombres como mujeres en un espacio museográfico. La única condición: que la pieza estuviera inspirada en el Manifiesto (hablo por mi diferencia) de Lemebel, pero esta idea fue descartada.
“No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
(…)”[1]
La obra se inspiró, entonces, en la manera en que Lemebel decía era llamado de forma despectiva “mariquita linda”, a la que Mancera añadió la palabra “intervenida”, separada por un guion para referir a lo “inter”, aquello que está entre dos cosas y el término empleado por la comunidad gay para referir a aquel que da y recibe en una relación sexual.
La acción empezó a las 10:20 am con la lectura del manifiesto de Lemebel por parte de Jesús Elías Gutiérrez mientras Mancera, de pie a su lado se encontraba junto a una gran cantidad de objetos y prendas de vestir. “La primera en participar fue una mujer”—recuerda Mancera— “me puso los tacones y me pintó los labios, no con el labial que estaba entre las cosas para intervenir, sino con pintadedos.” Recuerda, también, que otra mujer fue quizá de los participantes más agresivos halándole por los vellos del pecho hasta causar dolor y cortándoselos luego con una tijera mientras le pedía disculpas.
A partir de ese momento, sin embargo, las energías se voltearon y la participación fue esencialmente masculina. Distintos hombres lo vistieron y desvistieron (“siempre hasta el punto de pudor”), le cortaron la barba, se la decoraron con flores, lo pellizcaron, acariciaron, cargaron y movieron, mientras algunos incluso susurraron secretos y comentarios sexuales en su oído. “Había uno que parecía que le hubieran regalado una Barbie”, comenta una de las asistentes al evento.
Llama la atención que la mayoría de las intervenciones realizadas por los hombres oscilaban entre lo abiertamente homoerótico (caricias, pellizcos, susurros) y la feminización exagerada: si bien había prendas de vestir de ambos géneros, los resultados de las dos intervenciones del día terminaron con Mancera cubierto de prendas femeninas. Enfrentados ante la posibilidad del juego, de tener un “muñeco” para hacer y deshacer los hombres, a los que se les suele alejar de este tipo de prácticas en la infancia, parecieran entregarse gustosos, con una suerte de hambre desatada. Las normas se desdibujan por un momento, pero los códigos sociales del género no parecen aflojar del todo en sus mentes. La feminización les resulta transgresora en cuanto a que la ven como una resistencia, como la liberación a partir del uso de aquello contrario a la norma patriarcal, sin reparar en que su caracterización de los femenino responde a las rígidas normas y prejuicios de una sociedad machista; en el peor de los casos la feminización les parece ofensiva y lo visten así para degradarlo, utilizando este cuerpo que no es suyo como un medio catalizador para una violencia o resentimiento contenido. Como un muñeco, Mancera se convierte en un cuerpo mediante el cual el público sublima deseos reprimidos. Es un cuerpo erótico y tanático, a la vez. Muñeco para vestir. Muñeco vodoo, de brujería. Muñeco inflable.
Pero aparte de toda la significación simbólica del acto, del gusto del público por el abarrotamiento, cubriendo el cuerpo del artista con todo tipo de objetos y atavíos —hecho que recuerda nuestra tendencia como latinoamericanos al barroquismo, nuestro miedo al vacío y nuestro gusto por las formas proliferantes que hicieron naufragar tendencias como el minimalismo en nuestras tierras—, es importante reparar en el profundo control que Mancera mantiene sobre su cuerpo y su mente de inicio a fin de la acción corporal. Mancera es capaz de someterse al público y vulnerarse de tal manera sólo mediante el completo control de sus impulsos. Ante el impulso de preservación el uso de las tijeras sobre su cuerpo hubiera despertado todas las alarmas esenciales para alejarlo del peligro y del dolor. Él elige y se entrena para ignorarlo. Hace uso del performance state y se contiene en sí mismo.
Y es este gesto de voluntad, esta entrega al otro en el que el artista se cosifica y se vulnera al ceder todo control sobre su cuerpo y su bienestar, el que permite justamente la liberación de estos impulsos por parte del público asistente. Mancera se entrega en un acto sacrificial, aparentemente sumiso, y se convierte en receptor y cause de deseos y vejaciones.
Pero no hemos de confundir este performance state como un acto de mera sumisión. En toda entrega hay un gesto volitivo. En el sacrificio es esencial que la “víctima” tenga pleno conocimiento de lo que sucederá, debe estar consciente y acceder a ello: Ifigenia toma la mano del padre a sabiendas de que este cortará con un puñal su carne, los griegos esperaban que los toros “asintieran” antes de entregarlos en honor a Zeus; si bien se quiebra en un momento determinado, Jesús enfrenta el suplicio claro de lo que habrá de sucederle. Hay en todo sacrificio, por lo menos así lo ven las religiones, un acto de amor por el prójimo que, aunque sea por un instante, es capaz de superar el propio. Involucra, también, un gesto de poder y control. No sólo poder sobre sí mismo, sino sobre los otros: el sacrificio sucede porque el sacrificado así accedió, así lo ha decidido.
Quizá por esto el final de Rhythm 0 haya causado semejante impacto: tras seis horas de duro trato y violencia contra su cuerpo y mente, Marina Abramovic avanzó hacia el público que huyó despavorido de la sala al verla en movimiento.
Al final de Mariquita linda inter-venida, Mancera no avanza hacia el público. Pero tengo la impresión de que, de hacerlo, el movimiento, antes que espanto, encontraría un reflejo… Quizá terminaría en un beso.
Bibliografía
CIMAOMO, Gabriel José María. Más allá de la acción artística. Una mirada ética sobre el cuerpo pulsional en el arte contemporáneo. 2007. En: http://www.kaleidoscopio.com.ar/fs_files/user_img/Arte/M%C3%A1s%20all%C3%A1%20de%20la%20acci%C3%B3n%20art%C3%ADstica.pdf (03/01/2019)
LEMEBEL, Pedro. “Manifiesto (hablo por mi diferencia)”. En: Revista Anales, Séptima serie, N° 2, noviembre 2011
[1] Pedro Lemebel, “Manifiesto (hablo por mi diferencia)”, en: Revista Anales, séptima serie, N° 2, noviembre 2011, p. 218