LOS HEREDEROS DE LA TIERRA: A PROPÓSITO DE LA OBRA DE LUIS ALBERTO “TOTO” GARCÍA
Pedro Marrero @torojones_
El sapo es un animal muy supersticioso, cree que la influencia solar le convierte en gnomo y que el contacto labial hace contagiosa la condición humana. Como espectador-sapo, busco relaciones, constelaciones.
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¿Qué será, será?
Whatever will be, will be
The future is no tours to see
¿Qué será, será?
CUENTOS DE CHATARRA
La primera vez que me crucé con el trabajo de Luis Alberto “Toto” García (@toto_garcia84) fue en la exposición colectiva “Arte y Sociedad, Jóvenes Creadores Venezolanos” (2018) con su premiada “Mototrayecta Avat53 del 23”, un agrio comentario escultórico sobre la instalación de la violencia en el país en medio de la precariedad y la improvisación.
A la máquina de matar híbrida, como una bestia mitológica surgida de la cópula imposible de dos cuerpos metálicos, no le falta el humor, ese que habrá quienes llamen “negro”, reforzado por su título compuesto, como surgido de la imaginación de un niño que juega con chatarra y la reviste de vida y sentido por un acto del lenguaje.
Volver a traer a la vida los chatarrales que, en ese universo de ficción tan posible, se han convertido en el penoso paisaje de un planeta agotado. Es la Tierra tal y como la encuentran a su regreso después de un viaje épico una androide y una híbrido humano-alienígena, creada en laboratorio con reminiscencias de Ellen Ripley, en “Alien: Resurrection” (Jean-Pierre Jeunet, 1997) película que cierra la tetralogía original iniciada por Ridley Scott en 1979.
En el contexto de la ficción especulativa regresa la “Mototrayecta” como un actor más de la puesta en escena que parece ser la exposición “Chatarrales” que tuvo lugar en el Museo de Arte Afroamericano de Caracas entre el 6 de octubre y el 15 de diciembre de 2019.
La “Mototrayecta” no es en absoluto el único personaje recurrente de la imaginación de Luis Alberto que hace aparición en “Chatarrales,” un conjunto de esculturas y ensamblajes a partir de chatarra rescatada, que evoca los últimos estertores de una civilización y un planeta agonizantes, una historia post-apocalíptica en la que quizá quede una esperanza, un mínimo germen, para un eventual renacimiento. También vuelven otras figuras previamente exhibidas como solistas, encontrando su lugar en este ¿nuevo? orden de las cosas.
El conjunto de esculturas/ensamblajes expuesto por Toto García en “Chatarrales” sugiere un universo, o, más propiamente, un mundo. Un mundo que ya fue y del que quedan rastros arqueológicos. Un mundo que es el nuestro, predio de nuestra humanidad. Pero esa humanidad ya fue, al menos en el relato que se entreteje a partir de las figuras y artefactos que este artista de 35 años presentó en su generosa exposición individual.
Chatarrales en lugar de chaparrales.
Camposantos, osamentas, ciudad-moritorio.
La chatarra
Es la osamenta de la máquina
Lo único que continúa después de la avería
fatal y la obsolescencia
La chatarra no se descompone en polvo
Como lo que ha estado vivo
Sino se cubre de herrumbre,
Esa es su mortaja.
Como si fuera el último habitante de la Tierra, el escultor recrea los últimos días de la civilización y la vida, ya precarias, en la Tierra. Y aunque no revele qué fue lo que finalmente nos exterminó a todos, hay distintas pistas, incluso contradictorias, que invitan a especular sobre cómo el futuro se convirtió en pasado remoto y ruinoso, cadáver incinerado de un planeta.
Como si un último y nostálgico morador del tercer planeta se pasara las noches y sus días tomando como materia prima lo único que abunda en su paisaje, chatarra, para rodearse de espectros metálicos que retratan los últimos días antes del desastre final, así la exposición “Chatarrales” se ancla en una zona de frontera entre el levantamiento arqueológico y el tableau vivant, con Luis Alberto presentando a su orquesta de fósiles en comercio tan íntimo con la maquinaria y la metalurgia que se confunden irremediablemente; los malnacidos seres truncados por la intromisión anatómica de la bala, los exoesqueletos vaciados e inertes, las embarcaciones y submarinos descarnados y hundidos en océanos de polvo, el juguete violento del imaginario bélico de los últimos niños de la humanidad mutada, capturados como sepultos de Pompeya en medio de sus juegos de todos modos inocentes, los vehículos aéreos suspendidos en horcas invisibles como tragicómicas parodias del vuelo.
Pero aun en medio de ese dramatis personae, Luis Alberto no es ajeno a la plasticidad de una abstracción metálica compuesta sobre el blanco de la pared, ni al gesto duchampiano de colgar un par de piezas de hierro desechado y hacer aparecer el sitio arqueológico de una megalópolis silenciada de óxido. Tampoco es ajeno, como yo, a la esperanza.
SCRAP PUNK
Los juguetes son objetos de ficción.
Simulacros.
Objeto ficción.
Son ficción y son realidad material.
Se puede nacer o derivar juguete
Todo lo que deja de cumplir su función se vuelve juguete, reliquia
O se abandona y se vuelve ruina.
Desde que vi más de una escultura/ensamblaje de Luis Alberto García lo concebí como un “constructor de mundos” (worldbuilder), y no hablo de un demiurgo, sino de un creador de universos de ficción coherentes internamente (como J.R.R. Tolkien, o Isaac Asimov). Lateral o expresamente, Luis Alberto no solo construye un mundo después del mundo, sino que deja sentadas todas las condiciones para adivinar una y cien historias. Es un universo silente que no puede evitar exudar historia y propiciar especulación.
Especular: Perteneciente o relativo a un espejo. He insistido sugerentemente a lo largo de este texto en lo especular porque en mi rastreo de relaciones he leído siempre el trabajo de Luis Alberto como una manifestación clara y autóctona de la ficción especulativa. Y esta no es una impresión a ciegas, pues he sabido de Luis Alberto enmarcando su trabajo en el género, categoría o estética conocido como steampunk, por ejemplo, sobre lo que ahondaré en breve. Depende de qué definición leamos, en qué idioma o fuente, la ficción especulativa es considerada un sub-género de la ciencia-ficción, un “término paraguas” o “súpergénero” que puede contener desde la literatura de fantasía hasta la ciencia-ficción, o un género distinto, más preocupado por lo que las acciones y la psicología de la humanidad pueden hacer para acelerar el fin del mundo, que por el avance tecnológico como tal. Desde los años 50 del siglo XX, cuando se empieza a hablar de ficción especulativa (Robert Heinlein), una serie de géneros, sub-géneros o simples motivos recurrentes, a veces no más allá de un asunto estético, han nacido con la palabra “punk” como sufijo, a partir del pionero de este fenómeno, y hoy día más establecido y más ampliamente estudiado, el cyberpunk, término acuñado por Bruce Bethkey en 1980, cuyo exponente temprano más célebre es la novela de 1984 “Neuromancer” del escritor William Gibson.
Muchos de estos géneros nos deslumbran con la “promesa” de un futuro ultra-tecnológico en el que muchos de nuestros “problemas técnicos” de hoy se han solucionado, pero la mayoría de ellos asoma la advertencia sobre una amenaza implícita (y a veces no tan implícita) detrás de aquellos que ostentan el poder tecnológico, casi siempre inseparable del poder económico, el poder político, el poder a secas. En las historias “-punk”, siempre hay personajes escépticos, rebeldes y desafiantes al status quo en el que mega-corporaciones internacionales aliadas con gobiernos totalitarios con el recurso de tecnologías originadas en nuestras más salvajes fantasías dominan el panorama, y esos personajes son los que denuncian y ponen en evidencia para nosotros, lectores-espectadores, la destrucción del mundo y las civilizaciones tal como los conocemos, generalmente producto de la avaricia y la carrera armamentística y tecnológica, la inescrupulosa pugna por el monopolio, la hegemonía, y el pretendido dominio de la naturaleza.
Mientras muchas historias “-punk” anuncian el colapso inminente de una civilización híper-desarrollada tecnológicamente, existen muchas otras ambientadas en un momento “posterior” en el que todas las advertencias y levantamientos en contra del status quo fueron en vano o precisamente aceleraron los enfrentamientos y los cataclismos que arrasaron total o parcialmente con la humanidad/civilización/Planeta Tierra. El uso de la palabra punk asociada a tecnologías específicas llevadas hasta sus últimas consecuencias (Cyber-punk, steam-punk, diesel-punk) responde a la naturaleza marginal y contracultural de los héroes y antihéroes que pueblan las historias y sagas relacionadas con este espectro de la ficción especulativa.
¿Pero cómo se es punk cuando se
extinguió la humanidad?
Quizás creyendo que se puede construir un nuevo mundo o incluso rescatar algo
de lo que fue, reiniciando el sistema del gran proyecto humanista iniciado en
el Renacimiento y definitivamente colapsado en un ¿inminente? “evento
apocalíptico” cuya naturaleza última no podemos sino intuir (guerra atómica,
revueltas, militarismo, irresponsabilidad tecnológica, agotamiento de recursos
naturales, colapso energético, epidemias, desigualdad extrema, o, ¿por qué no?,
meteoritos, desastres naturales y extraterrestres).
Hay historias que se instalan mucho más decididamente en la distopía, partiendo desde el “había una vez” de que el evento apocalíptico ya ocurrió, y proponiéndonos nuevos escenarios en los que la vida, inteligente y no, se ha reducido a su mínima expresión, ha desaparecido por completo, ha abandonado la Tierra, o ha sido reemplazada, parcial o totalmente, por alienígenas, androides u otros simios súper-evolucionados.
Uno de los términos más recientes y de poco claro origen es el de “Scrap punk,” un término anglosajón pero, según algunos, acuñado por la comunidad hispanohablante de la ficción especulativa. “Scrap,” es una palabra inglesa que significa aproximadamente “chatarra,” haciendo del “scrap punk” una estética construida a partir de escombros, restos de maquinaria, y lo que sea que se pueda rescatar de la devastación y la supervivencia del más apto en cualquiera de los escenarios de la Tierra total o parcialmente devastada. Más que ser un manifiesto estético o una escuela particular de ciencia-ficción, “scrap punk” es una categoría que describe y agrupa una serie de ficciones, puestas en escena y obras de arte (pintura, escultura, ensamblaje), en los que la ausencia de tecnologías avanzadas y la chatarra, son fundamentales para construirse. “Scrap punk” puede describir entonces títulos de la literatura, el cómic o el cine como “Mad Max,” “Terminator”, “Water World”, “The Walking Dead” o “Planet of the Apes”. Algunas sagas nos muestran cómo el mundo llega a su colapso, otras parten in media res en un mundo devastado. En algunos casos conviven la tecnología (solo para privilegiados) con la devastación, como en “Tank Girl”, “Alien”, “Wall-E”, “12 Monkeys”, “The Matrix” o “Brazil”.
Es precisamente al final-comienzo fénico de la “línea de tiempo” de la ficción especulativa, en el “scrap punk” donde me resulta más coherente ubicar el trabajo de Luis Alberto García, especialmente a partir de ese recuento exhaustivo que fue la exposición “Chatarrales, Imaginario de un Escultor”, en la que convocó casi a la totalidad de su repertorio hasta la fecha. Otra propuesta de género/estética disponible es la de “scavenger punk” (scavenge: buscar entre la basura), perfectamente aplicable al artista que nos ocupa.
Sin embargo, y a eso quiero apuntar en el siguiente y último apartado de este texto, quizás no todo está perdido en escenarios como los arriba descritos, al menos según lo que se puede intuir del discurso ampliado de Luis Alberto.
PUER AETERNUS
A Luis Alberto lo conocí personalmente de una manera muy especial en mi primera visita a la Macolla Creativa, ubicada en esa antigua y laberíntica casa de La Pastora, poblada de escaleras. Debido a su complicada arquitectura, especialmente para una persona que se desplaza en silla de ruedas, como quien escribe, me pasé un par de años pensando en ir a conocer el lugar, hasta que mi participación, como autor invitado, en una residencia artística (Adriana Genel, Angyvir Padilla, Paula Mercado) realizada en sus espacios en enero de 2018, me convocó ineludiblemente. Luis Alberto fue parte fundamental de la cuadrilla de voluntarios reclutados con tino por Julio Loaiza para alzarme en sus brazos y subirme, primero hasta la sala de exposición y luego a la paradisíaca terraza caraqueña. Cuando me iba, Luis Alberto también estuvo ahí, y al depositarme en el carro me dijo: “eres como un espíritu de Don Plin”.
Al espíritu intemporal y arquetípico de ese artista de la escultura y el grafiti que fue Don Plin (Santiago Fauquié Weffer) le da espacio Luis Alberto, quien fuera su amigo personal y parte de ese selecto colectivo que conocía su identidad secreta, permitiéndole explorar a sus anchas esa necrópolis aún en pie donde una vez hubo el mundo que todavía conocemos. Como en un desdoblamiento, podemos concebir a Don Plin como un alter-ego de Luis Alberto, o como el héroe de la saga implícita en “Chatarrales”. No es casualidad que una de las posibles lecturas de la exposición inicie con un umbral a partir del cual dejamos el “mundo ordinario” de nuestro presente para ingresar a este gabinete de curiosidades naufragadas desde el pasado del futuro, y que en ese umbral, modelo a escala de una escalera inconcebible en cuyas cimas se refugia, se esconde, vigila y se incuba para su resurrección Don Plin, el Puer Aeternus, cuya conocida rúbrica constituye la única aparición del color en la muestra.
El sujeto-espíritu creativo que se rebela en contra del corporativismo militar y el estado hipertrofiado y mercantilizado es una manifestación del niño eterno, de su visión esclarecida del individuo antes de ser reducido a recurso renovable para alimentar la gran maquinaria. Es el héroe “-punk”, la mosca en el guiso, subiéndose a las azoteas a cantar y a cantárselas, a gritos, a la ciudad, que parece impasible a su destino trágico de convertirse en un valle de balas. Ese alegre denunciador de las alturas, ese hombre araña, hombre abeja sobrevolando la extirpada colmena, es Don Plin.
Así como Tyler Durden se hace líder de una revuelta para no ser reducido a un número que trabaja para el enemigo en “Fight Club”, así como Deckard se rebela en contra de las autoridades que le obligan a asesinar subjetividades a sangre fría y duda de su propio derecho a ser en “Blade Runner,” así como el Puppet Master se rebela contra sus fabricantes solo para poder morir y reproducirse como cualquier ser vivo (mientras los humanos siguen soñando la inmortalidad) en “Ghost in the Shell”, hay un sujeto en el universo oxidado y silente de Luis Alberto, que como el arquetípico niño eterno propuesto por Carl G. Jung, simboliza en “Chatarrales” el crecimiento y la proyección hacia el futuro bebiendo de las fuentes de la propia personalidad originaria e inocente, y ese sujeto es Don Plin.
En el espíritu de desafío al pesimismo más corrosivo y oxidante , Don Plin hace su aparición en las alturas de la Tierra devastada que evoca Toto García en sus “Chatarrales”.
Don Plin es un signo propicio del renacimiento que seguirá a este oscurantismo.
Como en “Matrix”, el cielo se ha oscurecido para negarnos la fotosíntesis a los humanos, otra propiedad transhumana que un día Toto soñó y compartió conmigo entre especulaciones sobre la compulsión de crear y la resistencia, pero por encima de la nube de smog “El Señor de las Alturas” parece decir más que “estoy aquí”, “no todo está perdido”.
Don Plin es el sujeto “-punk”, el antisistema que proto-agoniza todos los universos especulativos. Toto es otro. Todo soñador en este mundo cínico y baldío es un “-punk”.
Hay muchas maneras de dejar la vida en el arte, pero en la saga de la chatarra que recoge Luis Alberto como un rapsoda del hierro y el óxido, Don Plin vuelve como el sujeto de la esperanza de volver a traer la voz de los niños eternos que deberían ser los herederos de este mundo.
“And it’s such a sad old feeling
All of the fields are soft and green
And it’s memories that I’m stealing
But you’re innocent when you dream”
-Tom Waits, “Innocent when you dream” (1987).