Ana Mirabal (Maracay, 1992) experimentó su primera necesidad de crear un espacio propio a los 16 años cuando se mudó a la ciudad de Caracas para estudiar arquitectura. No obstante, será cuando sea vea obligada a emigrar de Venezuela en el año 2016 que la necesidad de encontrarse o, quizás mejor, descubrirse se volvió inmanente. Extranjera recién llegada a Buenos Aires, Mirabal transita por todos los ciclos del desarraigo, desde los cuales —en un duelo acaeciente– dio con los artilugios necesarios (y muchas veces punzantes) para emprender su obra más importante: reinventar su subjetividad y, en algunas ocasiones, recuperar, como retazos de una fotografía rota, eso que alguna vez fue. Gracias a su trayectoria musical y a su cercanía al dibujo, pero también en gran medida a su formación como arquitecta, la creación artística le fue siempre de la mano a su proceso de ‘existir-creando-para-entonces-ser’, donde encontró diversos medios de expresión para llevar a cabo su proyecto más íntimo; entre ellos, la fotografía, la escultura, lo audiovisual.
En su obra encontramos la necesidad explorativa, a ratos lúdica, de afincarse en el propio cuerpo a través de las líneas que se forman en el posicionamiento espacial. La voluntad por realzar el rostro, con apenas algunos detalles que conducen la mirada del espectador hacia esos rasgos que comunican algo así como un mensaje secreto, la vemos a lo largo de todas sus muestras. Sin distracciones y sin distinciones de género claras, Mirabal nos entrega una poética de un rostro que se presenta a sí mismo en su identidad más pura y sentires más profundos. Otras veces hay rostros desdoblados en otros cuerpos que parecen procurar una comunión geométrica, como hurgando el interior en su encuentro con el afuera que se presta de reflejo. La cuestión del género también se asoma en sus fotografías, las cuales parecen ofrecernos una Mirabal que se libera a sí misma y a quienes la observan, frente al ojo de una cámara que ella misma fijó para hacernos partícipes de su práctica artística vivida. La piel aparece como otro lienzo que recorrer y conquistar desde lo propio, sin las imposiciones de los imaginarios anquilosados.
Por Eugenia Arria
Instagram : @nuwanliss