Luego de la intensa relación con la imagen familiar y social, la adolescencia fotográfica llega a nuestro encuentro; ahora, la cámara comienza a cautivarnos por su capacidad de comprimir la mirada. Soñamos con ella como un cuerpo deseable mil veces expuesto en las vitrinas en las que el vidrio y el precio nos impiden, en principio, una relación cercana, íntima. Allí y ahora, está expuesta a nuestros ojos en su materialidad palpable o en sus etéreas manifestaciones en los links a los que nos invitan como para aumentar la necesidad de un acto de masturbación. Ante nuestro deseo se hace hermosa, elegante, como una espía del mundo que aspira estar rodeada de costosos obsequios: objetivos, correas, vestuarios y joyas cubiertas de negro. que justifican el desembolso de todos nuestros bienes. Esa atención nos recarga de hormonas por lo que desata una extraña lujuria que, de manera silenciosa, se apodera de nuestros sentidos y nos hace ver esa dupla cuerpo-lente como partícipes ideales para un ménage à trois.
Ahora lo importante es el acto amatorio hacia el objeto deseado. Un cuerpo ataviado de suaves botones capaces de aceptar toda condición impuesta por los habilidosos dedos de su dueño. Un cuerpo, sólido con olor a salpicadura de envidias vengadas. Un cuerpo esclavizado cuyas ondulaciones permiten asirlo suavemente para, después…Ahhh! esta dulzura permite que el índice procure el enfoque perfecto. La respiración se contiene mientras, en fracciones de segundo, desata su fuerza y escucha los frenéticos chasquidos causados por disparos que despedazan las dianas dibujadas imaginariamente en el visor.
Cada salida con esta nueva amante nos permite compartir una carga de historias. Ella debe ser vista y deseada por todos, convertida en símbolo de poder. El tema o el registro de lo que nos rodea es una excusa para saciar nuestras ansias de posesión con ella tomada de su empuñadura. El entorno apunta al uniforme que alimenta a eros: pose de fotógrafo, camisa de fotógrafo, mochila de fotógrafo. Ahora se es parte de una tribu más selecta que prefiere los logos a los libros, los tutoriales a las aulas, las etiquetas al discurso, los “likes” al lenguaje. Ahora solo importa ella y su protuberancia.
Durante esa juventud vestida de “yo tengo” y tatuada de marcas, sólo se habla de precios y de exactitud de captura. Ergo, ojo y cerebro son una extensión del fabricante que impone su pléyade de cajas doradas, negras y rojiblancas como nuevas neuronas reemplazables y autolimpiantes.
El joven fotógrafo se replantea la identidad en la búsqueda de su aceptación; esta vez, ya con su atavió tribal, y luego de estudiar al líder exitoso, madura su yo “maniquí de publicidad gratuita”. Ante la necesidad de ser aceptado, esta nueva figura de redes comienza a desplazar la cámara como cuerpo para concentrarse en algo aún más llamativo: un lente más voluminoso, más eros, más arma; así que se presenta a cada encuentro con un lente que funge de miembro hipertrofiado, un túnel con alma de cristal que irradia lfuerza para auto estimularse. Un artefacto cuyo color y longitud llama la atención de los desposeídos quienes son convertidos en pequeñas y miserables criaturas que pasan desapercibidas durante la larga caminata convertida en pasarela. En este espacio, es donde la vanidad se alimenta de esa virilidad prestada.
Al final de la jornada el afortunado poseedor de semejante miembro, desparrama sobre la mesa una decena de imágenes firmadas y troqueladas que, con una marcada trepidación, inmortalizan los juegos del pequeño pudlle del vecino de al lado que suvcumbe ante la capacidad de acercamiento. Mañana buceará a la chica del edificio y luego…Bueno; siempre habrá otro adolescente con las hormonas a flor de piel.
Muy pocos individuos se interesan más allá de este encuentro con la fotografía….Nosotros somos algunos de los sobrevivientes.
De “los encuentros mundanos con el fotógrafo, la fotografía y la fotograficidad” pag.25