Daniel Dannery
Solo los perros van al cielo (y los gatos también)
Una nota sobre: Corazón de Perro de Laurie Anderson (2015)
El propósito de la muerte es la liberación del amor, sobre esta línea parecieran estar las raíces de todo acto humano que se sabe capaz de llevar a la felicidad. Y sobre ella, también se construye el gran grueso filosófico y cinematográfico que es, Corazón de Perro de Laurie Anderson (2015).
Amar no es aferrarse a lo deseado, y la inconsciencia de ese simple acto nos puede condenar. No somos capaces de entenderlo del todo. Amamos cuando un vacío ha sido llenado, y la incomprensión de esa fuerza interna nos puede desbocar fácilmente hacía la tragedia, pues en el silencio y la observación puede que esté la construcción de un lenguaje que nos lleve al amor. O puede que el amor en sí mismo sea ese lenguaje desconocido que debe ser aprendido (e interpretado) por nuestra alma. Y aún así, invade la incomprensión y la ansiedad se nos presenta frente a lo que quizás no entendemos y jamás seremos capaces de entender, y nos ahogamos.
Por el contrario, el miedo a perder lo que queremos desemboca en un odio profundo. El odio es así, la contraparte perfecta de una dualidad energética. Porque toda vida vista a dos caras es capaz de permitirnos la reflexión inmediata de nuestras emociones. Mientras el mundo se ve consumido por el odio, las extensas redes que nos conectan parecen ser capaces de dirigir nuestra atención hacía cualquier otra cosa que nos permita la felicidad (algunos son capaces de comprarla o de matar por ello), y obviamos las cosas más sencillas, y negamos las emociones más primigenias de nuestro ser.
Para hablar de amor, debemos primero descifrar cada uno de los códigos que nos han llevado a componer nuestras experiencias: la vida. Hay que vivir para amar, porque si nos detenemos en medio del camino para intentar buscar una explicación a cada una de las historias que hemos acumulado, seremos victimas de un cúmulo de sensaciones que aún el tiempo no ha sido capaz de depurar.
Nuestra vida, llena de historias, se compone de igual manera de fracasos y éxitos, y a cada una de estas situaciones nos entregamos con pasión. La pasión desenfrenada permite observar al mundo como una red de experiencias, pero no de mirar con detalles los finos hilos que hacen que esa red se siga construyendo. En Corazón de Perro, Anderson parece estar dispuesta a hacer visible esos hilos que consiguen entretejer las experiencias individuales de las colectivas, como si el efecto mariposa no estuviese entregado a los paradigmas del caos, sino, a una escritura ontológica donde todo ser tiene un valor primordial en el código de esa rueda dharmatica que gira constantemente sin detenerse. Por eso en Anderson, el pensamiento científico está al margen del metafísico, para diferenciarlos, y poner sobre la balanza la metáfora ideal de nuestros sistemas energéticos: tecnológicos y espirituales.
Hay en Anderson una revelación filosófica sobre nuestro camino, el transitar, sus peajes, destinos y metas. Y en la construcción de ese imaginario visual, finas capas de las que se vale para demostrar que toda acción humana, tiene consecuencias en el desarrollo de nuestro bienestar, aquí y más allá del ahora.
No lo expresa abiertamente, pero la angustia parece permear el grueso de la película en ese sentido: El hombre ha creado un sistema artificial; fácil de asociar con el sistema de información recopilado por los egipcios en sus pirámides, a través de redes informáticas que guardan nuestra información en una “nube”. Como si estas bases de datos permitieran que muy pronto, el estado metafísico de nuestra alma, se convierta en un lenguaje informático capaz de reproducir nuestra conciencia, olvidando y posiblemente negando, que la reproducción de lo humano puede que esté condicionado al estado de nuestra energía interna, de nuestro Corazón de Perro.
La recopilación de esta información a través de las lecturas de los campos unificados no permiten comprender que nuestro ser al separarse de la materia, pasa a un estado de transición donde nuestro código abre las puertas a un estado de transformación.
Toda historia de amor es un fantasma, dice Anderson citando a David Foster Wallace en Corazón de Perro, que es a su vez título-cita de una novela de Bulgakov.
En la novela de Bulgakov, existe la lectura satírica del comunismo. Un perro es sometido a una operación quirúrgica que lo convierte en humano, pero a pesar de su nueva “condición” de humano, el perro sigue teniendo su corazón de perro. La novela termina con una posible operación quirúrgica al cerebro. Las múltiples lecturas de esta variable; que siguen sin apuntar al corazón, da una imagen poética, nuestro corazón dictamina nuestra alma como un símbolo absoluto de vida y consciencia.
Y en los fantasmas que guarda el registro de nuestra memoria emotiva y psicológica, se encuentran las piezas que componen nuestra alma: toda historia de amor es un fantasma, en la medida en que ese espectro guarda dentro de si una acumulación de información que ha complementado la construcción de ese lenguaje interno, mientras nos revela que el acto comunicativo entre vida y muerte, es presente, constante y en continuo desarrollo.
En la película de Anderson, la muerte se presenta como un espacio de reposo, de espera y transición, un espacio donde el alma aguarda por ser conectada una vez más. Conectada, como en un campo electrónico, un disco duro donde toda la información de nuestro ser está en constante movimiento. Mientras más te permites amar, tu ser alcanzará la iluminación, una capaz de convertirte en la pieza fundamental de un “algo” que es mucho más que tú, y aún así forma parte de ti.
Anderson recuerda (y descubre) que uno de sus mayores actos de amor, parte de un agradecimiento, de uno ligado al orgullo y la felicidad del amor sin reservas. Salva a sus dos hermanos de ser ahogados, y al llegar a casa y contarle a la madre, ésta le responde: <<No sabía que eras tan buena nadadora>>. Décadas después, la madre en su lecho de muerte, le dice: <<Dile a los animales>> Y Laurie; y su corazón de perro, se pregunta: <<¿Es un peregrinaje?>>.
Esta danza de animales, es la que explora la artista en su ensayo fílmico. Narrada de una manera en la que <<guerra y paz>> se perfilan como los más grande temas y conflictos de nuestra experiencia creativa y vivencial.
Y una vez más la batalla de los extremos vuelve, se asoma por entre las rendijas de la reproductibilidad (lo informático) y la espiritualidad (lo esencial). Pero queda poco que hacer (quizás lo más sencillo, y por eso lo más complejo) entregarse al acto de amar, lo único y realmente esencial, amar sin condiciones, con el corazón de un perro, aunque el odio tumbe edificios con aviones, acabe civilizaciones con bombas, y la tecnología intente mimetizar el estado de consciencia.
Amar es la liberación de nuestra alma, y nos permite continuar un ciclo que va más allá de nosotros como <<individuos>>, pero del que formamos parte como <<colectivo>>.
Como dice el amigo Fito, dar es dar.