*Desde el mes de Junio hasta el 3 de Octubre de este año, Angyvir Padilla expone en el museo S.M.A.K en Gantes, Bélgica, en el marco de un premio para jóvenes artistas. El texto a continuación es una versión extendida y en español del presente en el catálogo de la exposición, escrito por Mónica Echegarreta y Pedro Marrero
Angyvir Padilla (Caracas, 1987) vive y trabaja en Bruselas.
Con sus piezas, Angy me persuade a seguirla en una exploración sobre el lugar que ocupo y la materialización del tiempo en el que pulula mi memoria. En su búsqueda, ella se aproxima a la idea que, entre la trascendencia y la inmanencia, se cuelan nuestros rastros del pasado en el presente que persiste. En ese sentido, Angy construye espacios en los que se tuerce la percepción de la realidad y que se encuentran amalgamados a una transformación desde lo dialógico, es decir, desde esa otredad que se involucra, transfigura y desenmascara la dermis de la pieza.
[Domestic Ghosts] En una sala Intervenida y dispuesta como espacio ceremonial, dos voces hablan en silencio en un intercambio de subtítulos que resuenan solo en la cabeza de los demás. El fenómeno de pensar en cabeza ajena.
En lugar de domesticar el suelo para dar pie a los visitantes, las baldosas lo enrarecen y convierten el tránsito en un compromiso culposo. Las garantías y usos de la civilización que conocemos son violentamente trastocados por tan sutil operación material.
El señuelo que insta a cruzar esta trama inconfiable es la pantalla de un televisor que aguarda en la esquina, al otro lado de las baldosas. En ella retumban silentes las voces en forma de subtítulos. Otra vez una convención familiar, un recurso interpretativo que son los subtítulos, son desplazados para oscurecer y no para aclarar.
El elixir debe estar dentro de la pantalla. Alguna vez aprendimos que siempre es así. ¿Qué hay entonces en esta pantalla? Una nada en la que dos conversan. ¿Sobre qué conversan? Conversan sobre fantasmas. ¿Acaso son los fantasmas el origen?
Angyvir no le teme a los fantasmas. Angyvir extraña a los fantasmas, especialmente a aquellos que no saben atravesar el océano que la separa de ellos, pero cuyo ulular se escucha fuerte y claro.
A Angyvir no le interesan los fantasmas grandilocuentes (de esos ya adolecemos los venezolanos), sino los fantasmas discretos, casi tímidos. Fantasmas inseguros de sí mismos. Fantasmas que se quieren ir del país y no pueden.
La nostalgia de Angyvir es especialmente doméstica, como si la única casa que conociera fuera la(s) del pasado, como si ahora y quién sabe hace cuanto, viviera en la intemperie, en la indigencia, en la orfandad.
Bachelard indica que “[…] todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa.” Desde la mirada de Angy, el lugar que se habita y en el que dejamos huella, también podría ser aquel no lugar que nos brinda sentido de pertenencia. Hogar transitorio que se fundamenta de elementos alterables y derramados, para siempre, en las raíces del recuerdo. En [Home Both Contain Us And Is Within Us], Angy explora la noción de un territorio que descubre con el cuerpo y del cual se apropia. En su performance, Angy gatea hacia el origen, un espacio que resulta recóndito, inabarcable, deshabitado, pero que empieza a revestir con las manos y mediante el único material con el que puede interactuar: bloques de arcilla. Así, el lugar que parecía saturado de ausencias empieza a cobrar vida, gracias al diálogo entre su cuerpo y el elemento, haciendo florecer aquellos objetos cotidianos (mesas, cubiertos, vasijas, zapatos y hasta una cama) que supuestamente constituyen una idea de hogar. El rigor de la arcilla, barro tal vez, cobra mil posibilidades en su contacto con el calor que emana de la piel, con los dedos que se humedecen una y otra vez, con sus pisadas que van revelando su transitoria forma. De esta manera, tales objetos derivan de sí misma y, por ende, están vivos en su transitoriedad. Mutan en su forma y función hasta que, finalmente, se agotan para retornar al origen que es ella, su cuerpo, su esencia. Mientras esto ocurre, el espacio de lo performático se revela en compañía de un discurso enmudecido que nos tienta a cavilar sobre las travesías del anonimato. Nuevamente, en sus piezas, la palabra se envuelve en reflexiones sobre el significado del habitar dentro y fuera de nosotros mismos.
Trascendiendo el uso de sus manos, Angyvir recurre al peso entero de su cuerpo, concentrado en las plantas de sus pies, con el que convierte la materia en bruto en superficie. Orgánica por encima de lo cultural, se ayuda con todos sus órganos funcionales, sus rodillas, sus puños, sus nalgas, sus caderas, sus costados, su cuerpo entero, el peso entero de su cuerpo. Avidez y apuro del que solo queda el cansancio, justo a tiempo para que el cuerpo de Angyvir deje de construir y pase a habitar lo que construye.
[De allá para acá y de otros lados y la piedra movediza de Tandil] Aquí*[1] la rayuela se llama el avioncito. Supongo que, principalmente, por su forma, porque, al menos desde la experiencia de mi infancia, en Caracas no se jugaba la variante mística o vertical del juego, que tiene como meta al cielo. Afortunadamente, a muchos nos pasó Rayuela, de Julio Cortázar, y adoptamos, no solo la palabra para designar al juego, sino la visión poética y cosmogónica que supone esa búsqueda de un cielo que puede ser evasivo, aunque todo el mundo sepa hacia donde apuntar para señalarlo.
Tandil, Argentina, fue el sitio donde ocurrió el fenómeno de la famosa piedra suspendida en una oscilación precaria y fascinante, hoy reemplazada por una réplica. Esa roca de 300 toneladas, se constituyó en una instalación natural sin autor gracias a un “acto divino”, pero aquel rincón de la humanidad lo convirtió en un sitio de peregrinación (o una curiosidad turística). La roca original describió un descenso en dos movimientos desde el derrumbe que la dejó en aquel tambaleante equilibro hasta su colapso y quiebre, cuyas causas se desconocen, y se puede interpretar (para quienes interpretamos la realidad como un sueño) como un dispositivo puente entre el cielo (dioses) y la tierra (gentes), mediante el cual ambas naturalezas (la humana y la divina) se reconocen en su instinto del juego.
Las rayuelas, entonces, arriban como representación del recorrido lúdico de la vida; varillas de metal y arcilla que, en su composición, dibujan un anacrónico y travieso camino que culmina ¿acaso culmina? o, más bien, se prolonga del infierno al cielo, algún cielo, en el caótico terreno de lo desconocido. Angy, en su performance, concibe un insólito ambiente en el que se levantan del suelo trazos que pertenecen al plano horizontal. Se adentra en cada uno de estos avioncitos, dejándose llevar por el inevitable desplazamiento que establece el juego, saltando de un lado a otro, extraviándose en su psiquis, articulándose con su propio extrañamiento y sinestesia. De este modo, ocurre una ruptura con respecto a la linealidad del recorrido; ella va de allá, para acá y de otros lados.
Mónica Echegarreta, Pedro Marrero.
[1] Caracas, Venezuela
Performance Angyvir Padilla ‘De allá, para acá y de otros lados’
Enlace: https://smak.be/fr/activites/performance-angyvir-padilla-from-there-to-here-and-elsewhere
Más información sobre la exposición: https://smak.be/nl/tentoonstellingen/prijs-van-de-vrienden-v-h-s-m-a-k
Fotografías tomadas por Silvia Cappellari
Fichas técnicas obras:
Fantasmas domésticos
Baldosas de parafina, arena blanca, vídeo, sonido
10:00
Dimensiones variables
2018
*Los textos que aparecen en el vídeo fueron escritos en colaboración con Pedro Marrero.
Home contains us and is housed within us
Vídeo
9:44
2020
De allá, para acá y de otros lados
Performance e instalación, arcilla cruda y barras de acero
Dimensiones variables
2021
La piedra movediza de Tandil
cartel b/n
Impresión A0
2017