Apología de una sombra:
Recuerdos y advertencias sobre la universidad
A mi tía Kata
“… los jóvenes intelectuales juzgan
a un pueblo por lo que crea,
no por lo que es,
por su supervivencia”
M. Eliade
“Desde la espera.
Tejiendo una rara y secreta fidelidad”
H. Ossott
I
Ante la violencia del contexto, donde una rabia envuelve a los individuos incapaces de entender por qué están molestos, se presentan varias alternativas. Cuando las personas adquieren la mayoría de edad, ese período de ingreso a la adultez, se enfrentan a la decisión de si acudir a la universidad o no. Y dicha decisión implica distintas maneras de experimentar hasta experienciar¹ el mundo de un modo u otro. Un empirismo sustentado en lo efímero, volátil y peligroso; frente a una suerte de racionalismo metafísico, sustentado en las instituciones.
Instituciones como la universidad, en un ámbito cultural como el de Venezuela atravesado por la violencia, representa la posibilidad de adquirir conocimiento como una alternativa al discurso que prevalece en la calle. Brinda a las personas herramientas y teorías para aproximarse a la realidad desde una episteme, con un rango de técnicas con que actúan en el mundo. Sobreponiendo a lo fútil de la vida atenazada por la inseguridad, una violencia del pensamiento cuya manera de destrozar es nombrando. Un discurso que al denominar lo confuso de la realidad, incorpora lo extraño al ámbito de lo decible. Un discurso que no deja de ser misterio, pero que adquiere su estatuto precisamente por el ejercicio del pensamiento.
Ante una juventud que adquiere precozmente conciencia de muerte, el camino del conocimiento está dispuesto como una senda de superación personal. ¿Pero de qué se trata esta superación? Lo primero que pensamos al escuchar esta palabra es en el posicionamiento económico, la posibilidad de generar plusvalía con el trabajo certificado por una casa de estudio. Sin embargo, no es el ansia de dinero y de profesionalización lo que caracteriza el camino del estudiante.
La posibilidad de llenarse la cabeza con los temas que invocan nuestra atención dispone un camino de lo que permanece: en el saber frente a lo efímero de la vida enfrentada a los caprichos del hambre y la miseria. Contra los amigos asesinados, el maestro muerto por negligencia médica, el rostro enflaquecido de los afectos, los estómagos llenos de basura, está la posibilidad de adquirir las certezas en el pensamiento que el mundo niega, mancilla y mata. Jean Epstein aclara:
“En la vida del alma, la razón, por medio de sus reglas fijas, busca imponer (…) una relativa estabilidad al flujo y al reflujo perpetuo que agitan el ámbito afectivo(..) Si bien no hay que pretenderla inmutable, la razón, no obstante, constituye claramente el factor mental menos móvil.”²
La universidad funge como un bastión al que se acude sin avaricia, donde la rabia se va soltando a medida que se entiende más y que las dudas, antes pequeñas, se vuelven inconmensurables, pero latentes en la conciencia.
II
Yo estudié en la Universidad Central de Venezuela. Siempre me brillan los ojos al pensarla, es la única institución de mi país que me produce sentimiento de patria. Cuando tengo que explicar mi relación con la universidad, tan lejos de mi casa como estoy ahora, no sé cómo transmitir la importancia que tiene en mi vida. Creo que siempre me quedo corto y no sé expresar el sentimiento sin parecer exagerado.
Yo y mis compañeros estudiamos Artes. Compartíamos aulas con las escuelas de Letras y Filosofía. Antes de llegar al pasillo había que subir una rampa amplia de dos tramos. Entre el primer y el segundo tramo hay una inscripción que leíamos todos los días, varias veces cada día: “Ustedes tienen que aprender a ver”. Pasábamos junto a la inscripción con reverencia y cuidado de no pisarla, repasando su sentido en cada lectura, saboreándola como una comida con especias, a medio camino entre consejo y advertencia, signando en el devenir a todos los atentos. En ese pasillo conocí a casi todos mis maestros: Kelly, Humberto, Gabriela, Rafael, Adolfo, Ricardo… a ellos les debo la guiatura y admiración.
Aún se conservan gestos como levantar la mano para pedir permiso al hablar en una reunión. La posibilidad de establecer amistades a partir de discusiones. Y ahora entiendo que no se trata de éxito ni de formar parte de una pseudo-aristocracia-intelectual, sino de aprender a describir el brillo de aquello que nos corresponde.
III
Una de las cosas más importantes de la Central es la viabilidad que brinda a los ciudadanos a través de Caracas. Su recorrido arquitectónico, que incluye el extenso jardín tropical del campus, es una exhibición visual de luces y sombras, verdores y aromas. Fue construida pensando en un modelo de urbanismo propiamente moderno, que coronara el recorrido desde el oeste de Caracas, saliendo de Bellas Artes, pasando por Parque los Caobos, Plaza Venezuela y hasta llegar a la Central. Pero más allá de la viabilidad peatonal, lo esencial de la universidad es la apertura que brinda, en todos los niveles de lectura posible.
Desde el desplazamiento urbano hasta la inclusión en las clases y las discusiones por parte del profesorado. Cualquiera que tuviera la educación para pedir permiso, y la suficiente atención para atender sin distraer a los compañeros, podía entrar a las clases como oyente. Dicha posibilidad marca una vía importantísima para la ciudadanía. Todo lo que representa la UCV, en sí, es necesario que permanezca. Ya no solo para la población universitaria, o por un sistema educativo hecho jirones, sino por la población entera de la ciudad y el urbanismo de la capital venezolana.
Recientemente el escritor y arquitecto Federico Vegas le ha dedicado un texto a la Central, donde explica con muchísima claridad todo el complejo conflicto político que atraviesa la institución, en correspondencia con la crisis educativa, que es, sin miedo a ser enfático, la peor de las crisis en Venezuela:
“…la gradual degradación y destrucción de nuestro sistema educativo. La deserción en la educación media alcanzó el 50 por ciento en 2020 debido al éxodo de más de cinco millones de venezolanos y la pandemia, mientras el 95 por ciento de los planteles educativos están deteriorados (…) La economía venezolana puede reactivarse, pero sin el respaldo de la educación carece de continuidad, orientación y futuro.”³
Sin la universidad y la curiosidad atenta que genera, muchísimos jóvenes (como yo en su momento) se habrían quedado ejerciendo el trabajo en la mera supervivencia a la violencia, con el poder y la fuerza del cuerpo aplicada hacia la ingenuidad del otro. En el mejor de los casos resolviendo cómo sacar ventaja de la situación irregular dentro del país, o buscando cómo huir de una economía híper-inflacionaria frente a un mercado laboral, en el extranjero, donde casi cualquier legitimación del país de origen no cuenta como referencia en el país de residencia. Aunque un poco esto es con universidad o sin universidad. Sin embargo, meter la cabeza en los libros saca las narices de lugares donde se puede perder la vida sin el mayor esfuerzo.
IV
Los perros que vivían en la universidad no pasaban mala vida. Disfrutaban la autonomía y los territorios del campus con plena suficiencia, tanto más en las áreas verdes donde podían llegar a donde nosotros no. Estas libertades de circulación se extendían a los edificios, refrendados por los mimos y permisividad de la comunidad universitaria.
Había un perrito blanco que no vivía en la universidad, sino que era de casa, y su dueño lo llevaba todas las mañanas en una moto de paseo, para que diera su vuelta tempranera e hiciera del cuerpo. No sé si el chamo limpiaba la mierda, pero era muy gracioso ver al perro irse en la moto, siempre en la misma posición, sentado junto a los pies del piloto.
Había un gato gordo e imponente, con una oreja rasgada por alguna mordedura, que no le restaba en lo guapo y amigable que era. Siempre estaba sucísimo y todos terminábamos con la mano manchada después de acariciarle. El gato iba moviéndose de grupo en grupo, con astucia de felino asilvestrado, reclamando su parte de comida. En general el gato entraba a todo salón abierto y con gente, pero tenía uno favorito para echar la siesta, el 214, donde rascaba la puerta con desparpajo en cualquier momento, para que le dejaran pasar. Había que abrirle o no dejaba avanzar la clase.
Junto a ese gato vi varias de las clases más bonitas que ha gozado mi vida. Escuché a Humberto Ortiz, con la mirada brillante del asombrado, explicar los juicios teleológicos y las paradojas de la estética, a Gabriela Kizer desbordar los ríos de Conrad y los jardines de Poe, a Kelly Martínez enlazando constelaciones en los diálogos de Pavese, y a muchísimos más profesores y sus clases en las que, mientras el gato dormía, estas personas construyeron el mundo que fue para mí la universidad, enseñándonos a pensar. Deslumbrados frente a la vocación de vivir en el umbral, pero mostrando que todo mundo se levanta sobre una tierra.¼
La última vez que fui a la universidad era muy temprano y debía hacer un montón de cosas. Pero, así como despedía a mis amigos –que no sé si alguna vez volveré a ver– y a familiares, debía ir a despedirme de la universidad. Pasó a eso de las siete, acababa de alumbrar la mañana. La hierba estaba brillante después de una noche con rocío. La Central tiene unos árboles muy grandes, ya que es parte de su encanto la integración paisajística de la flora preexistente a la construcción. Hay palmeras rotas apropiadas por guacamayas como nidos. En general todos los árboles estaban tomados por todo tipo de aves en temporada de reproducción, loros, guacharacas, azulejos. Logré estar allí diez minutos y me fui en bicicleta. Lo apabullante del escándalo me hizo pensar que, incluso en ausencia de los estudiantes que la habitan, la universidad nunca estará silenciada. Lo pensaba como quien presiente la ruina sobre lo que ve.
Fotografías de Emmanuel Rodríguez Vigil
GIF del autor con fotografías hechas en cámara lomográfica y película 120mm
¹ Diferenciación tomada de los seminarios que dicta Luis Miguel Isava para divulgar su investigación, sobre los protocolos de la experiencia y los artefactos culturales. Una de las primeras definiciones que propone radica en el concepto de experienciar frente al de experimentar. Dicho de un modo muy vulgar, se experimenta algo cuando uno se aproxima por primera vez a la cosa, y se experiencia algo cuando nos aproximamos a algo que ya conocemos
² Epstein, Jean. “El cine del diablo”. Argentina, Buenos Aires.: Cactus Editorial, 2014.
³ Vegas, Federico. “Las ruinas de la Universidad Central de Venezuela son el espejo de un país que agoniza”, en nytimes.com
¼ Heidegger, Martin. “El origen de la obra de arte”, en: Arte y Poesía. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2001.