Cosmonauta Urbano / Daniel Dannery

Daniel Dannery

COSMONAUTA URBANO: UN VIAJE GALACTICO AL ÁTICO.

Una nota sobre “Home” (2003) dirigida por Richard Curson Smith, basada en el cuento “The Enormous Space”(1980) de J.G. Ballard. 

“Home” (2003) es una película de televisión inglesa, producida por la BBC, de una hora de duración, dirigida por Richard Curson Smith; realizador principalmente de televisión y no muy conocido en territorios hispanohablantes, de hecho, esta es la primera obra audiovisual que veo de este inglés.

La particularidad de “Home” es que es una obra adaptada del cuento “The Enormous Space” (1980) -en español “El espacio inmenso”-. Principalmente hay un juego de palabras en el inglés de Ballard, que el lector debe acusar. La doble lectura del título proviene de la principal obsesión literaria de su autor; del abanico de obsesiones de un escritor dedicado a la obsesión. El llamado “Espacio Interior”, como antítesis al mundo de ciencia ficción literario surgido en los años 50 y 60, abocado principalmente a la conquista del “Espacio Exterior” y sus cruzadas filosóficas; historias que vendrán de la mano de literatos como Philip K. Dick o Isaac Asimov, por poner solo un par de ejemplos.

En su obra, Ballard construye universos ricos en imágenes poderosas, surgidas de la percepción de sus personajes frente a la interiorización, y la posterior conciencia de mundos sensoriales, surgidos de la conexión con el espacio que habitan, un espacio que es tan revelador, como el que apunta Joseph Campbell en su libro “El héroe de las mil caras”, donde nos dice sobre la “radical transferencia del énfasis del mundo externo al mundo interno” que el héroe debe sufrir para “la conquista de la paz del reino eterno que habita en su interior”. Una premisa a la que Ballard le dará la vuelta, para ahondar en la oscuridad más sordida del alma humana.

Bajo estas premisas, Ballard crea imaginarios surrealistas, desbocados en parajes desoladores; distopias de arena, tan reales que pueden estar pasando en este preciso instante, con Ballard la frase “el futuro es ahora”, nunca había sido tan acertada, es por ello que sus paisajes de artefactos sepultados y tierras áridas, son producto de un afán destructivo irrefrenable inherente a la mano del hombre, habitando un planeta deshidratado, siendo el hombre mismo el exprimidor.

La visión de Ballard, es una radiografía del espíritu humano, y no precisamente de una época en específico, pues Ballard ha sido capaz de hacer una lectura sobre el comportamiento humano frente a sistemas políticos e ideológicos, tan certeros y terribles que pueden formar parte del ahora y siempre. Ballard enfrenta la pluma para dibujar seres gélidos y estáticos, promotores de sus propias desgracias, hombres capaces de soñar con el espacio exterior, mientras olvidan y desintegran el propio espacio que habitan; y jugando a la memoria corta, para expandir las sensaciones internas frente al fruto de la acción propiciada en un pasado que no se hunde en nostalgias, pues no cabe el tiempo para la memoria.

En ese sentido, Ballard es un gran pesimista de la raza humana, y ese pesimismo constante, y la poca fe frente al hombre es lo que le lleva a generar una literatura que puede ser leída como cruel y despiadada, pues sus intereses ahondan de manera punzante sobre los territorios inexplorados de la psyché, en muchos casos referenciada en los estudios del psicoanálisis y la perspectiva del deseo. Por ello, sus personajes terminan desembocando en espirales generadas a través de la obtención del deseo: Desear tener tiempo, te deja atrapado en un mundo donde el tiempo te condena.

Así que, cuando hablamos de un <<espacio enorme>> en Ballard, donde todo transcurre en un espacio limitado y cerrado, se plantea un ejercicio de abstracción perceptivo que involucra activamente al lector en la complicidad que nos propone. “Home” es una fábula paranoica, oscura y divertida (oscuramente divertida). Gerald Ballantyne, es un hombre de clase media que un día decide abandonar el mundo exterior, trabajo, comida, vecinos, todo, y solo limitarse a no salir de su casa, en un experimento radical.

Todo hombre de clase media, que llegue a fin de mes ahorcado con la renta, con un divorcio a cuestas, un trabajo explotador, incapaz de pagar servicios, y con el dinero contado a duras penas para comer, sin mucho más que recorrer las calles como ejercicio de sano esparcimiento, se podrá sentir identificado con Ballantyne.

Si bien el cuento está narrado en primera persona, Richard Curson Smith, lo adapta a los nuevos tiempos al conseguir que el personaje realice un video-diario donde relatará su odisea <<espacial>>. De tal manera, Ballantyne, interpretado sólidamente por Antony Sher, un actor hasta ahora desconocido para quien esto escribe, asume su labor titánica de adentrarse en el espacio interior como un cosmonauta urbano preparado para su misión, a la conquista del espacio interior, donde hasta el ático de la casa pasará a convertirse en una zona de gravedad 0.

Es así como se hace con las provisiones alimenticias necesarias para sobrevivir las primeras semanas, destruye sus zapatos, muebles, documentos, dinero, fotografías y cualquier otro elemento conectado a su antigua vida, para afrontar el viaje espacial, se librará de cualquier objeto que pueda ser utilizado como un distractor de entretenimiento para así empezar a usar solo lo esencial: él mismo y su mente. Y no precisamente a la conquista de la paz.

Todo lo que tiene es la comida en su armario, y una vez que se agoten los cargos de facturación no tendrá gas, ni electricidad. Día a día, semana a semana, su mente se agudizará. Su ex-mujer pasará a reclamar por pagar sus facturas, la secretaria a revelarle que ha sido despedido, y a su vez a espiarlo entre las ventanas. En la medida que se va quedando sin alimento, comienza a consumir champú, plantas de su jardín, al perro y el gato de sus vecinos; que logra cazar a través de una trampa de construcción casera. No olvidemos que Ballantyne ha asumido este escenario por cuenta propia, es su deseo. Un deseo promovido por el creciente temor al mundo exterior, un mundo exterior que lo ha banalizado y explotado, a su modo de ver.

Pronto, el delirio llegará, y el cosmonauta Ballantyne, comenzará a experimentar en carne propia la expansión de ese espacio que antes le quedaba chico, las paredes comenzarán a quedarle lejanas, cada paso dado tendrá una connotación distinta, se habrá mudado al piso de la cocina, y se perderá en el titilar blanco de los techos. “Al cerrarme al mundo, mi mente puede haber derivado hacia un mundo sin criterios ni sentido de la escala”, así describe el personaje su asombroso viaje en el cuento de Ballard, “Solo queda un retiro más. Tanto ha retrocedido el espacio que yo debo estar cerca del núcleo irreducible donde está la realidad”.

Ballantyne, hará un viaje primitivo, un retroceso a lo salvaje, convertirá su hábitat en un cosmos inimaginable, seducido por la idea de afrontar un terreno que hasta ese entonces le era desconocido, su propia mente. La aventura espacial de Ballantyne se verá frustrada cuando un hombre de una empresa de moras, venga a retirar el televisor al que Ballantyne tiene conectada su video-cámara, la intromisión del hombre germinará el más alto grado de supervivencia de este astronauta casero, pues al verse invadido, no le quedará otra opción que acabar con el intruso. Un destino que también vivirá en carne propia otro personaje, que no develaré para mantener la sorpresa.

Como cada espacio de la casa, en la mente de Ballantyne ha adquirido un rasgo temporal distinto, un palacio de hielo también lo atravesará; la esperanza de un nuevo sueño criogénico capaz de paralizar la vida para despertar en un futuro que permita encontrar el “centro inmóvil del mundo”, ese reino eterno del que nos habla Campbell, en una especie de side B.

Esta historia Ballardiana resuena en los tiempos que vivimos, el mundo es asolado por una pandemia, una cuarentana ha obligado a miles, millones, a resguardarse en sus <<Hogares>>. En Venezuela, a tres meses de una sospechosa “cuarentana”, con más tintes políticos que globales, el mundo se ve a la distancia con la premura de la acción. Todos salen de sus casas creyendo que la amenaza ha cambiado. La filosofía se empeña en creer que el capitalismo “se ha debilitado”, o que por el contrario el hombre más que nunca se aboca hacía su propia destrucción. Es el debate del momento.

Ballantyne, es un personaje que nos recuerda que un mundo cargado de obligaciones sistématicas genera un giro psíquico de la percepción, en la utilidad del hombre frente a la vida, quizás por ello EE.UU esté plagado de psicópatas, gentes incapaces de concebirse en el mundo; alterado por valores ecónomicos que promueven ilusorios estados de reconocimientos sociales, generando odio, resquemor, apatia. Mientras otros mundos con mayores “libertades” hacen pensar que los sistemas no importan, quizás por ello Venezuela, siga riendo de sus desgracias, a pesar del aprisionamiento al que se ve sometido, y el horror de la sangre derramada, una nostalgia, que pocos tienen.

Lo cierto es que, la ansiedad devorándonos globalmente a través del miedo frente a una amenaza invisible, pero real, moviliza nuestras mentes frente a esperanzas de cuentos de hadas, donde conectarse con el reino eterno de la paz, es una misión para la obtención de un triunfo (imaginario), pues esto no conlleva en sí mismo, en valor real de la pausa, como el planteado por Campbell, que bebe de una fuente espiritual oriental. Si bien Ballantyne, desmide su deseo, encuentra en ese recorrido espacial consigo mismo una nueva razón para vivir: flotar sobre la inmesidad de un espacio que antes veía como una prisión.

¿Qué tan grande es el mundo realmente, y que tanto nuestros corazones frente a sus horrores?

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