Daniel Dannery
CRONÓPOLIS: EL ARTE DE LA CREACIÓN.
Una nota sobre: Chronopolis (1983) de Piotr Kamler.
Los dioses del tiempo.
Unos segundos antes de presentarnos el panorama espacial, e introducirnos en el intrincado universo de los <<dioses del tiempo>>, después de mostrarnos una hilera de hombres; exploradores espaciales escaladores del universo, subiendo y subiendo por una muralla que jamás sabemos dónde está ubicada, ni qué separa; la película nos da una breve introducción sobre lo que presensiaremos, a modo de cartilla, exponiendo sus posibles intenciones para ubicarnos en un lugar o en un espacio, desde donde la historia será narrada, y como única guía narrativa que tendremos a lo largo de sus 50 minutos de duración:
No hay pruebas suficientes de la inexistencia de la ciudad de Cronópolis.
Por el contrario, los ensueños y los manuscritos acuerdan revelar que la historia de la ciudad es una historia de eternidad y deseo.
Sus habitantes, hieráticos e impasibles, tienen por única ocupación y el solo placer de componer el tiempo.
A pesar de la monotonía de la inmortalidad, viven expectantes a un evento tan particular como importante que ocurrirá: la llegada de un ser humano.
Ahora, este momento esperado está por ocurrir…
¡Los dioses deben estar aburridos!
Piotr Kamler, dirige, escribe y fotografía esta película animada en stop-motion de producción franco-polaca, estrenada en el año 1983. Habrá tardado un lustro en culminarla, iniciado en el año 1977 que finalmente llegaría a puerto en el año 1982, hasta su fecha de estreno. Será la única película realizada por Kamler y, por decirlo de alguna manera, “Crónopolis” se convertirá en su aporte a la humanidad y al vasto mundo del cine; y visto a la distancia, uno intrigante, personal y hermético, que resguarda sobretodo un pensamiento mágico con relación a problemas de origen filosófico, no tan cercano al cine ensayo de Guy Debord, sino a un cine de carácter espiritual pocas veces visto, con cierta herencia al impresionismo francés, del que resguarda y sostiene consciente o inconscientemente, una idea sobre el origen del alma arropada de entrega sci-fi animada, que poco tiene que ver con las realizadas por las majors.
Vayan olvidándose de “Wall-E” (2008), “Titan AE” (2000) o “Atlantis” (2001), y entren en un imaginario más cercano al propuesto por Kubrick en “2001, odisea del espacio” (1968), y sus trenzados místicos. Hay en “Crónopolis” de Kamler, un profundo juego hacía los abismos de la creación y hacía el infinito del cosmos. Su película es protagonizada por dioses “hiératicos” como los describe en su narración. Casi, con el semblante de los íconos precolombinos, que presas del aburrimiento que presupone la inmortalidad, un día jugando entre ellos, ponen partículas a funcionar de otras maneras, hasta darle vida a una esfera juguetona, que pronto se convertirá en la compañera de aventuras, del hombre que se esperaba de la profecía.
Kamler, demuestra maestría en la composición animada, y en su stop-motion experimental, dando fluidez a los movimientos de sus personajes más abstractos y plásticos: partículas, esferas y cubos. Los fondos y sus colores cálidos, motivados por una paleta que se degrada del anaranjado más profundo al amarillo, recuerdan al sol del horizonte de otra serie animada francesa de los 80, como lo fue “Espartaco y el sol bajo el mar” (1985), y que es posterior a la película que nos compete.
El espacio interior.
El apartado filosófico del drama de la creación de los dioses del tiempo, un poco dejan pensar en lo escrito por Henri Bergson (el filosófo del tiempo) en su libro “La Evolución Creadora” (1907) al hablar del surgimiento de una nueva especie. Bergson menciona la maduración de las partículas a través del seriado de generaciones que las preceden, justificando las mutaciones que ciertas especies generan de manera brusca, y nos dice: “En este sentido podría decirse de la vida, como de la consciencia que a cada instante crea alguna cosa”.
Kamler obra con intensión similar a la planteado por Bergson en la evolución orgánica, al poner a sus dioses aburridos a crear una esfera capaz de relacionarse con un hombre, generando en ese instante, una nueva creación. Desde una simpleza metafórica y abstracta, símbolica y surreal: una posible visión macrocósmica del universo se asoma en los fotogramas de Kamler: ¿y si el hombre fuese capaz de comunicarse abiertamemte con sus esferas microscópicas? ¿con sus celulas, enzimas y partículas? ¿y si el estado de consciencia del hombre permitiese esa comunicación abierta?
¿No sería esto acaso una mutación evolutiva de la consciencia?
En Cronópolis, el juego del tiempo funciona para generar un diálogo abierto entre la vida del microcosmos que nos habita, y los estados de consciencia del hombre. Como en Bergson, la mutación de ciertas especies, no es ajena a la mutación de la consciencia, pues si todo es un acto de percepción (como el tiempo, segñun Bergson) nuestra capacidad de diálogo con nuestras celulas, terminan desembocando en la posibilidad del hombre de conocerse casi en un estado ballardiano (del que por cierto, esta película comparte un título, con el cuento homónimo del escritor inglés)
Decía J.G. Ballard, con relación a la creación de su íconica ciudad Vermilion Sands: “es la zona donde se encuentran y funden el mundo exterior de la realidad y el mundo interior del espíritu”. La ciudad de estos dioses del tiempo inventados por Kamler, casi dejan apreciar, palpar, sentir, este espíritu Ballardiano del “espacio interior”.
El espacio exterior.
Cuando la sonda espacial voyager mandó la primera fotografía del espacio a la tierra, y ésta dejaba ver nuestra gran esfera compartida, luciendo como un grano de arena sostenido en un mar abierto oscuro e infinito, el astrofísico Carl Sagan llegó a escribir:
Mira otra vez al punto. Es aquí. Es nosotros. En su interior, todo lo que amas, todo lo que conoces, todo sobre lo que has oído hablar, cada ser humano que alguna vez existió y vivió su vida. El agregado de nuestra dicha y sufrimiento, miles de presuntuosas religiones, ideologías, y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y siervo, cada joven familia enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada preceptor moralista, cada político corrupto, cada ‘megaestrella’, cada ‘líder supremo’, cada santo y pecado en la historia de nuestra especie vivió allí -sobre una mota de polvo suspendida en un rayo solar.
Una mota de polvo, tan similar a las que recorren los ríos de nuestras venas, motas de polvo, que día a día trabajan haciendo funcionar la maquinaría orgánica que habitamos, y durante millones de años, nos dice el propio Sagan en su fabulosa serie “Cosmos” (1980), han evolucionado (mutando) para traernos hasta este punto exacto de vida en el que estamos.
Así como el explorador espacial en Cronópolis, encuentra la esfera juguetona de los dioses del tiempo; la nueva creación, y se reconoce en ella, se espera de nosotros, cerrar los ojos y vernos en las pequeñas esferas que nos habitan internamente, y reconocernos ahí, bailando, saltando, flotando, nadando, como motas espaciales, abarcando el mar infinito de nuestro organismo frente a la ilusión de la vida sostenida en un espacio temporal.
Casi como un pasaje teatral, Kamler en su película nos obliga a pensar en lo que Calderón de la Barca hace casi 400 años nos invitaba a reflexionar:
«Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida?: un frenesí.
¿Qué es la vida?: una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son».