“La fealdad es siempre un error de sintaxis, por eso es infinita”
Umberto Eco
Enfrentarse a la fealdad sin arreglos, sin bondades visuales ni reacomodos es una manera de activar sensaciones poco comunes. Tal vez es así por tratarse de lecturas complejas, no tanto en su construcción, sino porque ellas forman parte de nuestro acontecer diario y sabemos que la cotidianidad tiende a anular la capacidad perceptiva y por ende la problematización. Sin embargo, el fotógrafo creador, por su carácter de espectador-lector, se permite profundizar en la comprensión de eso que llamamos feo. Ya sea por el simple hecho de no ser bello o por la motivación que nos da para volcar ese “yo oscuro”, tenebroso, atormentado, ese Hefestos interno que comúnmente tratamos de negar.
La tarea de crear, mirar o disfrutar lo contrahecho o lo grotesco y tratar de aceptar lo que por tradición debe ser descalificado por el arte dominante no es nada fácil, más aun cuando quienes estudian el tema y forman nuestros referentes parten casi siempre de profundos análisis de la belleza para definir o al menos acercarse a un concepto de fealdad. Esta posición un tanto simplista de verla como un antónimo o como un complemento de la belleza nos lleva a un círculo vicioso que entorpece su comprensión; aun así, sabemos que se ha producido un desvanecimiento de las fronteras entre ambos polos desde el romanticismo del siglo XIX y el expresionismo de inicios del XX hasta nuestros días, y que la mediocridad y el efectismo han bombardeados desde entonces en mayor o menor grado tanto la belleza como la fealdad los cuales han sido tocadas por conceptos y materializaciones sublimes en muy pocos casos. Por ello, no colocamos en la balanza lo bello y lo feo a ver cuál es más importante pues, tal vez tiene el mismo peso la perfección y la armonía de la primera, que la cotidianidad, la imperfección y la discordancia de la última
” guernica”Picasso
Bacon
La aparición de la fotografía mostró la fealdad de manera directa dada su condición de realidad detenida; ello permitió presentar lo feo a los más bajos instintos del espectador, saborear el morbo y competir por la atención con la pornografía y el circo de fenómenos. Ahora, extraer lo feo y presentarlo en la obra representa trabajar la fotografía como algo extraordinario algo singular en la multitud de imágenes que repiten patrones compositivos ajenos a lo feo; para ello, se hace necesario profundizar en argumentos teóricos, técnicos y estéticos además practicar la provocación y la discusión en torno a la censura.
Joseph Merrick el hombre elefante (anónimo)
Duchenne
La fotografía nos permite representar esa fealdad como una pequeña partícula de lo que nos rodea, un detalle de lo cotidiano, esa cotidianidad cuya interrelación constituirán según Dewey una proforma de la experiencia estética.
Al parecer, en lo que respecta a lo feo que autores como Hume, Rosenkranz, Kant, Adorno o Eco han analizado desde distintas miradas, nos movemos hacia tres vías: la primera que muestra directamente el horror, lo amorfo, lo violento, lo desmembrado, y se asocia a exacerbar el morbo, la lastima o el odio sin intenciones de movilizar lo estético. La segunda, aquella vía en la que la fealdad edulcorada evoluciona hacia una nueva belleza y genera patrones que de a poco se consolidan como referentes disminuidos en su fuerza desestabilizadora y en su capacidad de causar fascinación y , por último, una tercera vía en la que el autor construye un discurso en torno al feísmo a través del acto creativo como un actividad desestabilizadora del sistema estético, un actividad política ya que el feísmo es anti norma, antisistema pero por nada es antiestético. Esta tercera vertiente es aquella que plantea la amarga y digna fealdad que tanto inspiró a Baudelaire al escribir sobre la decadencia francesa, la monstruosidad y el ultraje, afectando sobre todo la mirada crítica y abriendo los caminos a una democratización de la fealdad que cinco décadas después encontrara en Picasso o Bacon sus exponentes y se desarrollara hasta conquistar el espacio estético con un feísmo que toma posesión del timón en una buena parte del arte contemporáneo.
Esta última fealdad que tratamos es hiriente, pertinaz, imperfecta y completamente cargada de intenciones. La fealdad es reflexiva más allá de lo fascinante. Entonces el dilema se presenta entre escoger lo que es feo per se en el contexto en que habitamos mostrándola tal cual la percibimos para registrarla fotográficamente, o construirlo a través de conceptos e interpretaciones que permitan expresar nuestra fealdad, no como errores de sintaxis sino como otra sintaxis, tomando en cuenta que lo repulsivo, tal como lo plantea Adorno, no es para integrarlo o suavizarlo o para reconciliarlo con su existencia pues parece haber la intención de corregirlo como fenómeno extraño aun siendo lo feo más común que la belleza en el mundo cotidiano de la obra humana.
Witkins
J. Saudek
En fin, miramos como el sistema cuida sus estructuras al hacernos ver que lo feo no siempre lo va a ser. La institución del arte actúa como cirujano para embellecerlo todo a través del discurso crítico, la creación del mito o la comercialización, convirtiendo la propuesta de lo feo en un cuento donde el monstruo termina como la bestia de Disney. El sistema intentará que el monstruo desaparezca en un espacio estético que lo consume y lo adapta al paradigma desdibujando el feísmo como intención original. Es por ello que podemos afirmar que el poder neutraliza la fealdad convirtiéndolo en una nueva belleza. El feísmo que proponen artistas como Witkins, Saudek, Buchta, Amano, Nabreda, Serrano o Garrido constituye un acto de trasgresión no una simple oposición a la belleza. Hacerlo bello ya sea por adecuación a los patrones o por la explicación textual de sus intenciones resulta un acto paradójico.
Nabreda
Amano
Butcha
Cierto es que el espectador lector responde a la obra de acuerdo a su cultura, a sus convicciones que han sido formadas en gran parte desde los paradigmas de belleza de la institución del arte; sin embargo, la difusión, la proliferación de las propuestas y la profundización en los conceptos, la apertura de talleres visuales que replantean la estética de lo feo además de la escasa censura y la viralidad en las plataformas ante lo fascinante producen lentamente un agotamiento de la belleza formal.
Serrano
Garrido
Por otra parte debemos comprender que la fruición está por encima de las categorías de la belleza o la fealdad, no es sólo un asunto estilístico ni una forma de efectismo; pues ninguna de las dos formara parte del goce estético sin una condición política y una decisión ética. Luego, no es lo equilibrado y placentero de la belleza ni lo disonante o discordante de la fealdad lo que apuntala los cambios ya que ninguno de los dos es supra temporal ni transcultural sino la capacidad de lectura en la mirada ajena Por eso coincidimos con Hume cuando dice que la belleza no es una cualidad de las cosas sino del espíritu que las contempla. El feísmo es entonces, un camino caustico que confronta la perfección y el equilibrio y alcanza lo sublime a través del espectador preparado para entenderlo. Cada creador representa su propia fealdad sus propios demonios y su propio mundo grotesco. Visto de este modo, la obra se transforma desde una fealdad material y física en la sala a un feísmo sublime, intangible en la mirada ajena.
Bibliografía
Berthier, N. “Guernica: de la imagen ausente al icono: presentación”. Archivos de la filmoteca. N. 64-65 (febrero – junio 2010); p. 8-11.
Caballero, E. El nuevo príncipe: ensayo sobre las malas pasiones (1945)
Hume D., «Sobre la norma del gusto», en La norma del gusto y otros ensayos. Barcelona: Península, 1989, p. 27
Eco, U. (2007). Historia de la fealdad. Italia: Lumen
Rosenkranz, K. (1853) Estética de lo feo. Madrid, edición de Miguel Salmerón, Julio Ollero ed. (1992)
Adorno T. Teoría Estética. Ediciones orbis. s.a. hyspamerica ediciones argentinas, s.a. Buenos Aires. 1983