Debajo del cielo, La Florida. / Antolina Martell

Debajo del cielo, La Florida.

Antolina Martell

Con eterno afecto para  el poeta Mario Quijada  y su musa Mercedes Martel

 

MUSICA CAMPESINA

Música campesina

en mi vida tumultuosa….

 

Rumor de agua cristalina

con mil pétalos de rosa…!

 

Es así como te sueño

dentro de mi corazón,

 

en este amoroso empeño

de vivir en la ilusión….

El amor de ellos fue de esos a prueba de granizos. De mucho coraje para enfrentar a la vida. Porque la muerte, como se sabe, nos brinda el camino fácil.

El franco amor de los dos, me llevó de la mano por mucho tiempo. Del libro a la fantasía, de la fantasía a las flores, de las flores a los pájaros, de los pájaros a la ópera, de la conversación al cuento.

Cuando los pienso en su casa, la sueño silenciosa, melodiosa y calma, como la lluvia añorada de Lorca, alumbrada por los luceros diamantinos de Machado, sazonada de amor terrenal de Mario y Mercedes.

En el patio donde se tostaba el café y se pilaba el maíz, pasaba un riachuelo. Ese hilo de agua de lluvia traía nutrientes de tierras lejanas, refrescaba el orquídeario recinto de parásitas bajo la sombra de un flamboyán, con sus flameadas ramas protegía los delicados pétalos violáceos de la colección de catleyas.

En el corredor lateral, bueno para leer en solitario al comienzo de la tarde, la brisa anuncia, olor inefable, la proximidad de la lluvia. Todo revolotea, la algarabía de los pájaros, las rítmicas palmeras, los golpeteos de las ventanas, el taconeo urgente hacia la cocina para preparar el cacao.

La tempestad propiciaba conversar al vaivén de las mecedoras. Una manta o un fular nos cubrían del frescor de la humedad, renacen musgos y helechos. Aspiraba el dulce aroma a canela, una suave sensación de gratitud se magnificaba en mi juvenil pecho al soplar la taza de chocolate.

Al valle lo contiene una perseverancia mística. La lluvia despeja y destaca la profundidad de la noche, y en mi pensamiento, suelo escuchar a Mario, una y otras vez, para su “mamá seda”.

      ¡No sé qué tiene la luna

de romántico y poético,
que hasta el cerro gigantesco
quiere cantar un poema…!

¡Ah! Si estuvieras conmigo
en el blancor de la cumbre,
para ver como la luna
va convirtiendo mis besos
en estrellitas de plata
sobre tu boca risueña.





Con la dulzura de musa encantadora, al contarme madrina Mercedes, aquellos tiempos de poemas escritos en Cumanacoa, 1935, resumió de forma magistral esos largos días: -Allá renací.  En la hacienda la Helvecia, ese lugar se conoce como Boquerón, allí emerge el manantial del río Manzanares, no se ve, está cubierto de un bosque de musgo más alto que yo. Una noche vi luces que bajaban por la montaña, cada vez más se acercaban a nosotros, eran mujeres y niños alumbrándose con cocuyos guardados dentro de taparas, una belleza. Fue en la montaña del Turimiquire que me enamoré de las orquídeas y los pájaros.  Luego de año y medio de tratamiento con plantas medicinales programadas por papá, regresé a mi casa, rozagante, el hijo de mi cuñada dijo al verme, “Mercedes te ves de maravilla ¡De haberlo sabido Simón Bolívar!” 

 

Con cariño para mis primos Lola Mercedes,  Mario Luis y su prole. 

Cumaná 23 de mayo de 2021. 

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