“¿Cómo se puede ser artista y no reflejar la época en la que se vive?”
Nina Simone
Del 16 de julio de 2012 al 19 de junio de 2013 permaneció secuestrado Joao Dos Santos Correia, un comerciante de origen portugués que durante 11 meses y 3 días estuvo encerrado en una celda de 2 metros de alto y 3 de ancho en la que dispusieron una cama en la que difícilmente cabía. La improvisación y precariedad del lugar eran sobrepasadas por su ubicación bajo tierra, 3 metros lo separaban de la superficie y de cualquier contacto externo.
El de Joao es uno entre los cientos de secuestros que cada año se contabilizan en Venezuela, aun cuando muchos más no son denunciados y por tanto no se suman a las estadísticas oficiales. Su particularidad radica en el seguimiento y tratamiento dado por el fotógrafo Juan Toro Díez, quien desentierra y pone el foco en un tema amplio y complejo, desde la especificidad de un caso, aportando información y mostrando detalles que de otra forma serían datos fríos y aislados, distantes y descontextualizados. El registro fotográfico se convierte en la relectura del hecho. La observación marca la ruta develando singularidades. Fechas, días, medidas, cifras cobran sentido mediante el rastro visual y su captura, pues como apuntara Susan Sontag “fotografiar es conferir importancia”.
Ironías y paradojas
Palabras despojadas de su significado señalan la raíz de peligrosas contradicciones instaladas en la cotidianidad. Así, la definición de “búnker” remite a una construcción o un refugio con fines de protección en momentos de guerra y bombardeos. Sin embargo, refugiarse y protegerse parecen acciones distanciadas cuando se forjan desde sujetos vinculados con un secuestro y el búnker termina siendo el espacio de retención impuesta e involuntaria, una suerte de catatumba adaptada al siglo XXI. Guerra cruel y desproporcionada, tan sólo una coincidencia entre opuestos: una construcción que destruye; la libertad tarifada; el rescate como moneda de cambio; la osadía que pone precio a lo invaluable: la vida.
Las fotografías, por su parte, se convierten en la estrecha rendija desde la que los observadores acceden a una porción de esta especie de inframundo terrenal, otro contrasentido que remite a un mundo situado bajo la tierra en el que “viven” seres desconocidos. Y es que, precisamente, el secuestrado muta en un ser extraño y ajeno, por ratos sin ubicación precisa entre la vida y la muerte, deambulante entre coordenadas inciertas. Estas imágenes acercan ese “más allá” inhóspito, desentrañando las huellas de una presencia revestida de ausencia. Otra contradicción materializada, esta vez, en el silencio de los objetos, en el vestigio de lo que fue, el “esto ha sido”, irónicamente alegórico al noema barthesiano que asume la fotografía como emanación del referente.
Se trata de un trabajo fotográfico que expone ante la mirada distante un suceso del que mucho se habla pero cuyos pormenores permanecen solapados. De allí que la fotografía muestre las condiciones a las que fue sometido un individuo forzado a vivir durante casi un año aislado y oculto. Un individuo que recuperó lo que inalienablemente le pertenecía: su libertad.
Siguiendo a Barthes, estas imágenes constatan “que una foto es siempre invisible, no es a ella a quien vemos” de modo que a través de ellas vemos soledad, desorden, caos, dificultad, necesidades básicas escuetamente atendidas, el paso del tiempo, pero también el instinto irrenunciable y el anhelo de, pese a todo, vivir. Es allí, justamente, donde las miradas se encuentran y acercan. Y lo hacen a través de la imagen, ya que como señala Vilém Flusser “Las imágenes son mediaciones entre el hombre y el mundo”. Encuentro y medicación propiciados por una foto tomada de la pantalla de un monitor en el que un policía mostraba el video del rescate. Una imagen difusa que apenas permite distinguir a un hombre de mediana edad, sorprendido y confundido.
Desenlace y memoria
Tras ser liberado, Joao constató que afuera el país seguía su curso y su secuestro no sólo había trastocado su vida. Le informaron que su esposa falleció meses atrás en un accidente de tránsito cuando regresaba de reunirse con los efectivos encargados del caso. Otro golpe se sumaba al impacto emocional.
El seguimiento de este caso a través de la fotografía es una invitación a no olvidar, un antídoto contra la insensibilidad, una herramienta para nuestra memoria abrumada, frágil y saturada. Es la evidencia de un hecho decantado en la obra de un fotógrafo que asume los desafíos de su tiempo, la aproximación del artista a su momento y contexto, con sus conflictos y tensiones.