Daniel Dannery
CINE PERDIDO.
Sleeping Beauty. (Australia, 2011.)
Melissa, Lucy, Sara, así se hace llamar –o es llamado- el personaje interpretado por Emily Browning, en la película australiana del año 2011: Sleeping Beauty, opera prima de su directora (también escritora) Julia Leigh.
Los tres nombres del inicio parecieran representar la falta de identidad de esta princesa moderna qué, en su búsqueda por encontrar el príncipe azul (metáfora del pertenecer), transita el camino hacía la autodestrucción. Lucy/Melissa/Sara, son además simples llamados, para una mujer que vive de la apariencia de ser muchas, aunque éste juego de personalidades sea apenas una excusa para lograr su cometido: sexual, económico, interpersonal.
Este cuento moderno, sin claves, ha sido acusado de opaco –no sin razón- por público y críticos, pues su directora ha decidido suprimir la información dramática a la que normalmente estamos acostumbrados para entender el comportamiento de un personaje (en ese sentido las elipsis también marcan distancias temporales, donde el transcurrir de los días tampoco pareciera tener valor), pero en este caso, la ausencia de información, por paradójico que resulte, termina por convertirse en el principal motor dramático que devela el mundo de un personaje que busca hallarse, encontrarse, reconocerse.
En ese vacío, el espejo resulta esencial para el espectador, que no puede sentir empatía, pues no hay manera. El comportamiento de esta “princesa” además de extraño y aislado, carece de sentido, y pareciera esto el tema en el que se enmarcan sus acciones: La contradicciones de una mujer sin conexión con el mundo, que busca conectarse con cualquiera que desee conectarse con ella.
¿Y no es finalmente esto el argumento del cuento de Perrault? Solo que en este caso, la bella durmiente está despierta, y en vez de esperar por el beso, va dándolos.
Las razones o motivaciones de Sara/Lucy/Melissa, poco importan, pues el retrato de su vida deja bastante claro que el vacío producido por el aburrimiento perenne, es la radiografía de una generación consumida por el <<spleen>>, el tedio, el hastío. Resulta curioso que ni un solo elemento tecnológico (a excepción de uno específico, que devela el final de la película, imprimiéndole un aire de suspenso a un acto tan cotidiano como el dormir) no jueguen parte en la vida de una joven de 19 años, teniendo en cuenta que por alrededor de 15, las redes sociales se han convertido en una extensión de nuestra existencia y el cómo la vivimos.
La prostitución a la que se somete el personaje tampoco llega en un momento clave de su vida, pues nunca se aclara si la motivaciones son económicas o emocionales, o en todo caso, ambas. Es capaz de quemar la mitad de las ganancias, siendo así la entrega de su cuerpo un acto absoluto de compromiso consigo misma, pues a su manera, lo disfruta.
Esa división de patrones juega parte en lo sexual, que es a donde va dirigida la necesidad de conexión del personaje. Su prostitución es a medias, así como su aparente sumisión, pues sin chistar es capaz de dejarse usar por otros, y este comportamiento le da un poder frente a los demás, capaz de descolocar el más ingenuo acto de conquista.
La postura sobre el estatus, el poder y el dinero, fungen apenas como mediadores de una anestesia generalizada para lo que ni siquiera puede ser llamado placer. Pues el espacio donde entrega su cuerpo a armatostes millonarios que cumplen sus perversiones y fetiches con ella, está aislado de toda emoción. De alguna forma Leigh, recuerda a Lanthimos, y esa construcción lejana de personajes adormecidos frente a una barbarie también somnolienta.
La imagen dócil que Melissa/Sara/Lucy da al mundo que la rodea, es la única forma de poder dominante con la que es capaz de enfrentar el hastío de su vida, y frente a ello, demostrar(se) que está capacitada para ser útil en lo que los demás piensen que ella puede serlo: lo netamente sexual, aunque esté buscando el amor en ese transcurso efímero de los hombres que alguna vez la miraron con otros ojos que no fuesen deseo.
Se podría hablar de empoderamiento, pero realmente, hay dolor.
“Mi vagina no es un templo”, es el diálogo que con cierta ironía le suelta a la madame de <<la casa de durmientas>>, éste, manifiesta el repudio frente a la sacralización de lo sexual, pero no descarta la idealización de lo emocional. El amor, es realmente el deseo de su búsqueda. ¿Pero si lo encuentra, llena el vacío?
La doncella soporífera espera el beso del amado -a tientas-, en la búsqueda absoluta de ser cuidada por quien se lo proponga. Su forma de amar, es simplemente dejar ser amada, sin embargo, Lucy/Sara/Melissa se descubre incapaz de despertar sintiendo algo, y lo que es peor, sus amantes la buscan para suicidarse. La doncella que debería despertar frente al amor, simplemente es usada para morir, en un mundo que pareciera ausente de amor.
La complejidad que tal situación plantea, se torna aún más confusa, porque su inacción frente a las decisiones del otro, demuestran que ella también es incapaz de reclamar atención, a pesar de estar dispuesta a recibirla, de quién venga y como venga.
El cuento se convierte de tal manera, en la estampa de una sociedad individualista de seres castrados emocionalmente que se desbordan frente a la hipersexualidad en búsqueda de un sentimiento que jamás encontrarán, pues todos duermen o desean dormir. La vida que retrata Leigh es un mundo de orgasmos vacíos, de monstruos que no dan miedo, de sueños sin sueños. Un mundo sin apariencias. De dolor ahogado, es por ello que ese grito final, es el verdadero despertar, la conciencia de que el vacío jamás podrá ser llenado.