“Escribo esta carta allende de los mares…”
Desvelado llorando a mi madre por la casa
Me encontré con restos de café
La casa estaba desierta
Una breve brisa calmaba inquietud
– José Miguel Navas
¿Cómo hablar de una obra de teatro, de un montaje tan íntimo y personal que se sintió como una experiencia propia? ¿Cómo enunciar un comentario sin cortar la magia de la pieza, sin interrumpir el hechizo antes de que pueda, si quiera, ser enunciado? Esta sensación se mantiene incluso hoy a casi dos años del montaje experimental de Frente a la madre (2006), obra del escritor y dramaturgo de origen haitiano Jean-René Lemoine, por parte del Centro de Creación Artística Taller Experimental de Teatro (T.E.T.), estrenado el 17 de agosto de 2019.
La obra, escrita en primera persona, fue dirigida por Louani Rivero Ibarra y contó con un numeroso elenco conformado por Joe Justiniano, Ricardo Lira, Alejandra Gutiérrez Calzadilla, Marisela Montiel, Iván Castillo, Natasha Martínez, Sergio Palma, Diego Castillo, Brian Landaeta, Melibai Ocanto, Salomé Gutiérrez, Sain-ma Rada y la misma Louani Rivero quien fue la responsable de guiar al público desde el lobby del T.E.T. hasta el interior de la sala cubierta de piso a techo con cortinas blancas. La producción estuvo a cargo de José Escalona, el diseño de iluminación de Mauricio Celimén y el diseño de arte-espacio de Sara Valero-Zelwer.
Dentro de la sala blanca los actores dan la bienvenida al público a lo que pareciera ser una fiesta en una casa de familia, reciben a todos con abrazos y alegría, les preguntan por ellos y sus familiares, y los invitan a bailar mientras suena de fondo una música bailable. Todo es risas y el público, algo confundido, se deja llevar por la atmósfera de aparente jovialidad hasta que una voz rompe el ambiente festivo y el público se percata de que se encuentran no en una fiesta sino ante la despedida de un ser querido. En este momento el grupo de actores se retira lentamente y desaparece tras el cortinaje blanco que rodea la sala. Los dividen en dos: cuerpos y voces. Y el público, ya no sólo espectador, es invitado a relacionarse con el espacio, con la escenografía y la utilería, entablar diálogo entre ellos mismos y cruzar camino con los actores. Estamos ante las memorias de una familia.
El público se convierte, así, en partícipe de un hecho común. Sus memorias y las del personaje narrador se entremezclan, los objetos personales de los actores colocados como utilería se transforman, a su vez, en parte de la documentación de estos recuerdos, son a la vez suyos y de la trama, lo mismo que ocurre con las emociones y recuerdos íntimos que el mismo público revive. Sin estar muy claros de lo que sucede, el público acompaña al narrador en su regreso a la casa materna, abandonada y saqueada, revisan las fotos y los adornos, las prendas de ropa y los libros de una casa que es la de Lemoine, la de su narrador y la de cada uno de los espectadores. De alguna manera la obra se convierte en una suerte de álbum familiar vivo, que respira y late, que evoca, preserva y genera nuevas memorias con cada nuevo gesto, con cada encuentro y representación.
Jean-René Lemoine, dramaturgo, actor y director, nació en 1959 en Haití, considerado el país más pobre del hemisferio occidental, y a partir de 1989 se residencia en París, Francia, en donde su trabajo ha recibido múltiples premios y reconocimientos. Su trabajo le ha hecho merecedor de grandes premios como el SACD, de la Society of Authors and Dramatic Composers y el premio Emile Augier, de la Académie Française.
El texto de Jean-René Lemoine hace un uso constante de la repetición como un recurso para mostrarnos las cavilaciones del personaje, sus dudas y el pensar y procesar pausado de los que se encuentran aflijidos y en duelo. Parece también recordar el vaiven de las olas en la orilla de la playa, un mar que se extiende y se recoje, y que lentamente va oradando el suelo, moldeando el terreno; un mar que ha separado al hijo de la madre quien volvió hace años a un país (Haití) devastado por la dictadura de Duvalier, dejando a sus hijos adultos en Europa, lejos del horror.
Un mar que el personaje comenta los mantuvo lejos y convirtió a la madre en una memoria, en una comunicación epistolar irregular, en un rostro difuminado que ya no reconoce. El texto de Lemoine habla del duelo por la pérdida de un padre, pero habla también del exilio, de la huida forzosa de un país que se ha convertido más en una prisión que en un hogar.
Y la pérdida de la madre se convierte, así, en la pérdida del hogar, de la casa natal, del terruño y del país. La harto conocida pregunta del hijo ante el padre, “¿por qué me has abandonado?”, la devuelve el protagonista a su madre por haber abandonado hace tanto tiempo su patria, llevando consigo a sus hijos pequeños:
¿En qué pensabas al abandonar el país? ¿Sabías que lo ibas a abandonar durante veinte años y que a tu regreso ya estaría destruido? ¿Temías, en las pistas del aeropuerto (…) que no te dejasen salir? ¿Tu padre y tu madre te acompañaron? ¿Sabías que les hablabas por última vez y que morirían unos años después sin que pudieras volver a verlos? ¿Te sentías desamparada al abandonar a aquel padre que habías alimentado a hurtadillas cuando estuvo encarcelado durante largos meses (…)? ¿Volviste a pensar en el día en que (…) vinieron a detenerle y viste cómo se lo llevaban? ¿Fue él el que te convenció para que abandonases el país? Y cuando traspasaste la pasarela, ¿pensaste en el primer hombre al que amaste – el único seguramente al que has amado– pero al que no quisiste seguir a Nueva York cuando te pidió en matrimonio, porque, en aquella época, no querías abandonar tu querida ciudad natal, a tus hermanos y hermanas y a tus padres? ¿Pensaste en tu hermano preferido que se fue a estudiar medicina a París algunos años antes, y al que tuvieron que traer hecho un desastre porque había enloquecido y deambulaba desnudo por los bulevares? ¿Pegaste la nariz a la ventanilla en el momento en el que el avión cogía altura? ¿Viste el trazado aún armonioso de tu ciudad, las manchas verdes y lánguidas de los cerros y de Kenskoff a donde ibas de veraneo a beber ponches de ron y recitar versos frente al mar altivo y azul marino que rodeaba esta isla de la que te alejabas por primera vez?
Una larga cadena de preguntas que el narrador hace a su madre fallecida, pero que en verdad van dirigidas hacia sí mismo y enmascaran otras interrogantes: ¿por qué no visité más a menudo?, ¿por qué no me despedí con mayor efusividad?, ¿por qué no insistí más en levarla conmigo devuelta a Europa y lejos de ese país sin luz? Preguntas todas que aquellos que se encuentran en el exilio se hacen a menudo, con las que conviven los que conforman la llamada diáspora venezolana.
El buen manejo de los recursos escenográficos y de utilería, las memorables interpretaciones del doble elenco de actores y la eliminación de referentes directos a la realidad haitiana en el montaje del T.E.T. nos deja con una obra de carácter universal que golpea cerca de casa. Hace retumbar las puertas y ventanas con un sonido seco que viene del suelo y que cruza lo largo y ancho del mar, trayendo consigo el polvo de la tierra natal. A los que nos preguntamos si partir o permanecer en una Venezuela desamparada por su gobierno, sin luz, agua ni otros servicios básicos, con su tejido social deshilachado por la inseguridad, la droga y la corrupción… Bueno, nos pone ante lo que podrían ser las consecuencias de ambas posibilidades: una muerte en soledad o el abandono de todo aquello que llamamos “hogar”.
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No hay una forma clara de hablar de esta pieza sin dar a conocer los detalles del montaje que la hacen única, que hablan de lo poco frecuente de este tipo de trabajos en la Venezuela actual.
Tras el cierre de una primera temporada el domingo 08 de septiembre de 2019, el Centro de Creación Artística T.E.T. volvió a presentar esta obra en una segunda temporada.
El revuelo en el pequeño mundo cultural caraqueño fue tanto que varios vieron la obra una, dos y tres veces; fotógrafos como Christian Mijares y Gustavo Lagarde trataron de capturar escenas de la representación, dejando un rico registro gráfico.
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Hace un tiempo mamá me ha venido preguntando cuáles serían las memorias que guardaría de ella, vinculadas o no a la casa.
Tras meditarlo un rato en silencio le repito que el sonido de la radio en la cocina, las plantas dispuestas a lo largo de la casa y las camas bien tendidas, colores ocres, puertas y ventanas abiertas para que la luz y la brisa puedan entrar (y para escuchar a los vecinos).
Releyendo a Lemoine no sabría qué responderle si hoy me volviera a formular esa misma pregunta y como al personaje de la obra me asaltara otra interrogante: de no estar ella, de desaparecer, “¿Dónde quedan los caminos de mi infancia?”
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Obras consultadas:
“Frente a la madre” de Jean-René Lemoine. Consultado en 30 de marzo de 2021. http://centrotet.com.ve/FAM.html
Jean-René Lemoine. Consultado en 30 de marzo de 2021. https://web.uri.edu/writing-conference/jean-rene-lemoine/
NAVAS, José Miguel. (2015). La Rosa Abstracta. Caracas: Grupo Editorial Negro Sobre Blanco.