Hecdwin Carreño. Caracas, 1993.
“Hay que decir ahora que el retrato es un eje en la trayectoria de Carreño. Primeramente el autorretrato era para él una certeza consigo mismo (imposible dar certeza sobre lo demás, se decía) aunque con el tiempo fue separándose del peligro de saturación en su propia imagen. Pero retratar a un otro ajeno y distinto le resultaba demasiado artificioso y, aun reconociendo que todo arte es ficción, necesitaba crear vínculos más personales que ficcionales, haciendo del rostro de otros algo tan entrañable como la imagen de sí mismo. Y así surgió Otras formas de autorretrato, uno de los orígenes de la muestra actual. Allí empezó a pintar seres que le eran especiales, como continuando sus autorretratos pero en semblantes interpuestos. Son sus allegados -la familia, los amigos- el primer circuito. Y pintar intensamente a los suyos es un modo (a la vez menos y más inquietante) de seguir narrándose.
Si había necesitado a esos seres cercanos para la vida, ahora los requería para el acto de pintar. Y es que para él pintar es dar verdad (existencia, corporeidad). Ante la pregunta que le rondaba inquietante sobre la verosimilitud, su mejor respuesta ha sido la pintura, que le resulta justamente un hacer con verdad. Con los retratos él elige la pintura como su reducto, su zona acotada de realidad –aun precaria- en medio del universo de imágenes (y de seres desconocidos o anónimos) que se mueven en el aun más precario universo virtual. Sus personajes nos llegan también, e inevitablemente, como representación de una más amplia humanidad, pues Carreño se proyecta hacia distintos circuitos, como en círculos concéntricos que van abriéndose desde el yo, pero también como queriendo encontrar –y traerse- nuevas certezas de Sentido que solo pueden llegarle desde los otros, los siempre diferentes que pueblan el mundo.
Así ¿son las series Cabezas flotantes y Fragmentos una “cacería inhumana” o más bien una concentración en lo humano, en su esencialidad, en su corporeidad? ¿Acaso un signo certero de su ineludible incompletud pero, a la vez, una señal de pervivencia (así como de la pervivencia, aquí, de la pintura)? En Fragmentos, un ojo o una mano o un brazo podrían recordarnos los estudios de los clásicos que segmentaban el cuerpo para estudiar sus formas. Pero Carreño es un moderno, y tiene conciencia del valor de lo fragmentario por sí mismo, y también de su poder metafórico y metonímico para decir lo uno por lo otro, el todo por la parte. En la serie Proxemia las manos tapan a medias los rostros de personajes que parecen querer ocultarse, y más bien des-aproximarse como diciendo detente, poniendo algún límite a esa doble cercanía: primero la más directa de la cámara, luego la del pincel. [1]
Aislar las cabezas, haciéndolas flotantes, es otro de los modos en que Carreño enfrenta la pintura con lo real. Con sus volúmenes y sombras bordea aquí los dramas de la separación, la mutilación, la alienación. Casi todas estas cabezas se dejan ver con los ojos cerrados, en lo que podría acaso sugerir la ceguera voluntaria, la claudicación y la entrega. Solo un personaje (N° 2), hombre de ojos oscuros y mirada penetrante, nos hace pensar en cierto equilibrio del ver, o acaso en cierta urgencia de estar alerta. En medio de la frontalidad rigurosa de la mayoría, destaca la sutil inclinación de las Cabezas 6 y 7 y, de esta última, la apenas esbozada sonrisa, que aun en su tenuidad parece poner algunas diferencias. ¿Son retratos que dialogan entre sí? ¿Nos dicen aquellos ojos que es necesaria la visión consciente a diferencia de la de tantos que no quieren (o no saben, o no pueden) ver? ¿Qué aporta en este universo de lo humano y lo inhumano el levísimo asomo de aquella sonrisa?
[1] La fotografía con la que registra a sus personajes es solo una base en el proceso, una primera herramienta realista que le permite crear, después, cuerpos pictóricos en gamas de grises, de apariencia inmóvil y contextura hiperreal. (O, en otros casos, de apariencia móvil, como sucedía en los retratos de su serie Desplazamientos)”.
Fragmento de texto escrito por Maria Elena Ramos. 2019
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