Hommy, el fuego que repica en el tambor
por Michael Contreras
Alguna vez se han preguntado, ¿Cómo se perciben las experiencias en la ausencia de todo lo que tomamos por sentado? ¿Cómo creen que pueda sentirse un niño ciego sordo y mudo, jugando pinball, bailando salsa o tocando el tambor?
Hay eventos que son trascendentales para nuestra comprensión de lo que llamamos mundo. Hay películas, cuentos y piezas musicales que nos ayudan a comprender el poder de nuestros sentidos, a reconocer su importancia y a darle el valor que merecen. Los invito a pensar conmigo sobre ello en la siguiente lectura.
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Tapipa es una diminuta comunidad en Barlovento que se ubica muy cerca de la costa norte de Venezuela. Su nombre, proveniente del vocablo indígena tap – ipa, remite a la imagen de la piedra quemada, y fue una de las primeras orillas que vivió la invasión colonial. A ella trajeron, de forma temprana, una infinitud de esclavos africanos para la plantación de caña, algodón, café y cacao. Tonos de azabache que nos legaron, a su vez, una gran cantidad de creencias y sonidos que nos han acompañado desde el inicio de su ‘viaje’.
África era el continente madre de donde provenían. Una tierra vasta que ha sentido en su vientre, las pisadas de todos los hominem. Afirman los investigadores que el mismo origen del Sapiens se remonta a ella, y que de su arena partimos a descubrir un horizonte eterno. En este terreno, ahora seco y casi yermo, hay grupos culturales sumamente interesantes. Del territorio que hoy demarcamos como Nigeria, por ejemplo, los colonos extrajeron y explotaron -cual mineral-, a la mayor cantidad de hombres en la historia. Los “nigers”, obligados por el tosco poder de la imposición violenta y armada, fueron desterrados de sus familias para trabajar sin descanso hasta el momento de su muerte.
Junto a sus pieles trajeron también sus raíces, fuertes creencias en distintas deidades y espíritus de la naturaleza que realizaban transacciones materiales con ellos. Estas transacciones se daban de formas muy particulares, a través de sacrificios mediados por sonidos. Los sonidos del tambor y el canto son pues, los hierofantes de este credo, por lo que adquieren una primacía difícil de comparar con la de otras culturas.
Asimismo, los indígenas que invocaban el fuego pétreo, tapipa, reciben el nombre de Arawak. Ellos eran los habitantes que -en conflicto con los Caribes-, recibieron de buenas maneras a los navegantes blancos de las coronas de España y Portugal. Los Arahuacos se extendían por todo el Caribe y las Antillas desde el norte de Puerto Rico hasta el sur de Brasil. Tenían la costumbre de bailar con sus ritmos de tambor, para venerar la fuerza de los elementos naturales, tal como hacían en su continente los nigerianos. Ambas razas se mezclaron y dieron luz a diversos toques, que hoy minan las costas del caribe venezolano, festejando año tras año la vida propiciatoria del solsticio.
El fuego en la piedra produce sonidos únicos y la mayoría de estos son dedicados a un santo. San Juan, en concreto, es el santo patrono de Tapipa. Aunque Niponoceno en un principio, es el anciano de bastón y agua, al que veneran hoy en día sus habitantes junto al mar. Esta es la fiesta más poderosa y concurrida que celebran a lo ancho de la costa. El 24 de Junio, para ser específicos: el día más largo en nuestro calendario, en el que nuestro planeta está más inclinado hacia el sol; el día en que el santo de las aguas se levanta del imaginario ya repasado por la conquista, para comulgar a los hombres y a los fieles que le siguen.
La eclosión cultural entre estos coloridos indígenas del fuego con los oscuros nigerianos y los adustos blancos españoles, es el tópico manido que quiero ahora reflexionar junto al lector, desde una perspectiva que muestre quizás la mezcla más atractiva de ello. Aquella que cocieron sus genes en el campo más etéreo y maleable del hacer humano: la música.
El Viejo Tomas nació en Tapipa, y en su sangre como en la mía, repica el tambor originario del hombre. Nunca fui a esa piedra negra que le dio vida al abuelo. Pasé por Barlovento una que otra vez, para ir a Río Chico, pero nunca me detuve a visitarla.
Tommy, como lo llamamos con cariño mi hermana y yo, se fue del pueblo en sus años mozos, para buscar más oportunidades y una mejor vida en la capital venezolana. Mis recuerdos de él son, sin embargo, pocos. No compartí junto a su sonrisa silenciosa tanto como hubiese querido, pero el tiempo que nos abrazamos lo hicimos con cariño y siempre con el ‘tumbao’ de fondo.
La salsa ha sido el elemento musical más importante en toda la familia de mi padre, siempre presente, siempre titilante. Ese guiso inmenso de ritmos que posee la salsa, se amamantó sin duda alguna, de los miles de golpes que junto al repique de San Juan, Tomás había escuchado de niño resonar en la costa.
Mi abuelo era un fiestero empedernido, según lo que escuché. Eternas fiestas en el 23 con la salsa como protagonista. Pero mis recuerdos junto a él son mucho más tranquilos; de tardes y noches escuchando acetatos clásicos de Son, Guaracha, Plena, Bomba, Rumba y Guaguancó.
Cuando hace un par de semanas hice el esfuerzo de recordar con detalle nuestro último encuentro, saltó a mi memoria el disco que escuchamos en las dos ocasiones que me despedí de él sin saberlo. Hommy – Una Ópera Latina es el título del álbum al que me refiero, y si les soy sincero, no captó demasiado mi atención en estas visitas. Imagino que tiene que ver con la forma en la que los hombres atendemos al sonido, ya que en estas comuniones, el dichoso LP solo servía de suave fondo para amenizar su recital de cuentos familiares: Lo típico, una que otra cerveza, historias extravagantes y muchas risas.
Al enterarme de su partida, lo primero que hice fue zambullirme de lleno en el álbum de Larry Harlow. Tomás le tenía mucho aprecio, era uno de sus discos favoritos. Cuando comencé a escucharlo, quizás en esta oportunidad por vez primera, supe de inmediato que me había perdido de un evento histórico sin precedentes.
La Opera Latina estrenada el 29 de Marzo de 1973 en el Carnegie Hall, era literalmente una revelación. Por un lado, Hommy (Omí) es la primera “opera” latina, en el ámbito de la música popular que dominan los ritmos de la salsa; y por el otro, el narrador de la historia relata cómo el protagonista tiene un despertar de conciencia, en la inmersión del yo. Dos elementos que sin duda consagran la importancia de la obra musical a la que aludimos.
Siguiendo este preámbulo reflexivo, me gustaría profundizar en los detalles que dan pie a este análisis.
Larry Harlow, el autor de Hommy (Omí), apodado por sus coetáneos como el ‘Judio Maravilloso’, tiene un amplio pensum de estudio clásico y popular, que por pasión y casualidad termina convirtiéndole en una referencia fundamental dentro de la amalgama de estilos que denominamos Salsa. Por cosas del destino, un disco atrevido de la banda de rock The Who le sorprende en el verano del 69, cambiando por completo su perspectiva sobre las posibilidades de la fusión en el campo de la música popular. Este álbum no fue la primera ‘rock opera’ en la historia del genero, pero se puede decir que fue tal vez el hito de mayor relevancia para el momento de su lanzamiento.
La ópera de rock Tommy había llegado a manos de Harlow. El disco que The Who presentó aquel año cambió muchas cosas en el entorno musical, pero en primera instancia, Pete Twonshed -guitarrista y compositor de la banda- tenía dos intenciones. La primera era cambiar el esquema canónico impuesto por las disqueras desde su nacimiento, en el siglo XIX. Este consistía en trece pistas de 3 minutos de duración dadas las limitaciones del formato. Y la segunda, con mucho más peso y fundamento que la anterior, era relatar las enseñanzas internas de su Baba, su Gu-ru, Meher Baba.
Los años 60 y su contracultura fueron decisivos para lo que hoy consideramos la ‘cultura occidental’. Bajo el influjo de nuevos enteógenos, pensamientos y revelaciones; efebos y maestros viajaron por el mundo entero, sedientos de enseñanzas que llenaran el vacío de su generación. La crisis de los baby boomers, como suelen llamarse a los nacidos en esta época, se desata por la bonanza económica que vive la generación de posguerra al obtener los medios suficientes para cubrir sus necesidades. Una vez que el hombre deja de pensar únicamente en su supervivencia, la angustia de existir reclama una transformación de paradigmas.
Muchos de estos jóvenes que viajaban buscando respuestas, aterrizaron cuantiosos en una tierra llena de preguntas. La India fue para esta generación, una pista de vuelo iniciática que se abría ante sus ojos como una gran interrogante. Uno de estos jóvenes fue Pete Townshed, que en 1968 conoció a quien sería su maestro espiritual de por vida: Baba Meher. Ampliamente conocido en América y Europa durante el siglo XX; la firma de este Guru, su bastión, su callado, fue el silencio. El abuelo indio había realizado un voto de Noble Silencio en 1925, y veintinueve años después lo reafirmó, dejando a un lado también la palabra escrita.
Sin duda una de las cosas que más sorprendió a Pete fue el silencio de su abuelo. Este silencio lo reflejaría en el atormentado Tommy, el protagonista de la gran obra de The Who, que había quedado ciego, sordo y mudo, después de experimentar un evento traumático en su núcleo más cercano. Toda la obra se desarrolla en las manzanas que circundan esta ausencia de sentidos, pero en el cenit del disco se demuestra psicosomática y no física, su ‘enfermedad’. Al comprender esto -el doctor que le examina y sus padres-, lo invitan a ver su reflejo en el espejo. Este hecho metafórico trae la kátharsis, el rapto de Tommy, que jamás volverá a ser el mismo.
Cuando esta historia sobre una revelación espiritual, profunda y musicalizada, llega a los oídos atentos de Harlow; se siente inspirado a realizar una obra que sea equiparable en el campo de la salsa. Después de un par de años estudiando el álbum, decide llamar a Jenaro “Heny” Alvarez, para que escriba la ópera que él mismo -junto a Marty Sheller-, arreglaría musicalmente.
Hommy, el hijo de Tommy, tiene un desarrollo similar pero mucho menos denso y oscuro que la obra de Twonshed. Tal y como sus ritmos nos hacen sentir, la obra de Harlow es mucho más suelta, relajada y fiestera; aunque no por ello deja de ser profunda y reveladora. Analizando el disco como unidad, y sus partes de principio a fin, encontramos características que subrayan las particularidades de cada álbum y sus respectivos géneros.
El protagonista de Harlow, Hommy, nace con sus dificultades -a diferencia de Tommy-. Es ciego, sordo y mudo desde el umbral de la vida. Sus padres, junto a toda la cultura machista que ronda a esta música tan vibrante, celebran en su nacimiento que sea “varón de macho” (frase de la primera canción); pero no tardan en descubrir sus ‘limitaciones’ biológicas. Limitaciones que asoma el cantante Justo Betancourt, cuando recita que “algo bueno” a su hijo le pasa.
Desde el tema inicial se revela así, una diferencia interesante con la ópera de The Who, pues desde el primer interludio se comprende la enfermedad de Hommy como una bendición, como un don que es “entregado a Dios”. Esto no sucede en la ópera de Tommy hasta la revelación de su protagonista, casi al final de la obra, ya que son sus propias dificultades las que le permiten adentrarse en sí. Con esto podemos intuir que la historia de Harlow es más clara y menos ambigua que la de Townshed, pero sería una postura inocente suponer que por ser menos intelectual y más directa, es también más simple; ya que, todas las características de la religión y el lenguaje Yoruba que se utiliza en la obra salsosa, bañan la atmósfera de la producción con una oniria similar a la que Townshed logra en su psicodelia, aquí por completo ausente.
Si hacemos una comparación fiel y precisa entre las dos óperas y sus actos, vemos que Harlow redujo bastante el trayecto de la obra, pues ya la segunda canción del disco salta a la cara B del Long Play de Tommy. Navidad es una pieza melódica y triste que nos canta Cheo, para empatizar con lo que sienten los otros, ajenos de cierta forma a las ‘diferencias’ de Hommy. En tono menor nos invita a celebrar -afligidos y con cierto cariz de negación-, que aquello que se dibuja en su rostro angelical, es la gracia de Dios y no una fatalidad.
Los interludios que se presentan entrecruzados con cada pieza, y la canción Quirinbomboro, nos revelan el Pinball Wizard de Hommy. El muchacho de las aguas (epíteto que más adelante explicaré) revela al fin su ‘don’. Su capacidad es el virtuosismo del tambor, su gracia la lleva en las manos, y su madre lo canta con gran orgullo. De allí en adelante, escucharemos claramente cómo el peso compositivo recae cada vez más en la rítmica y el timbre del tambor. En Mantecadito por ejemplo -el heladero que Hommy no percibe-, se acentúa la dinámica que el protagonista celebra por sincronía, tocando el cajón.
Siguiendo el ritmo, el narrador nos lleva de nuevo al modo menor en el cuarto interludio, y con ello reaparece la sobriedad de considerar las cualidades de Omí como un problema. Pero rápidamente, volvemos a la atmósfera mágico-religiosa que reinaba al principio. Nos encontramos ya en la mitad de la obra y en su núcleo se presenta la visita del doctor más veterano del pueblo. El doctor, que no encuentra ninguna afección física ni biológica en nuestro protagonista, atribuye todas las cualidades especiales del niño a una comunicación divina que lleva a cabo este con Dios en su intimidad. Reitera que las ‘limitaciones’ de Hommy son facultades divinas y benditas. Alega que nació así, que esa fue su naturaleza, dejando por sentado que “lo natural es divino.”
Es en esta pieza donde se nos presenta la más brillante y hermosa melodía del disco de The Who. El Leitmotiv de Tommy se recalca una y otra vez con su coro “See me, feel me, touch me, heal me”. De ahí que, Jenaro Alvarez se viera seducido a traducir la letra de Townshed, acompañado por la genialidad de Harlow y Sheller, que componen una cadencia a la misma altura del color y la emotividad de la ópera de rock.
Aun cuando esta no fuera la pieza de mayor fama en el disco, considero que se insinúa como el tema pivote del álbum, al presentar los dos elementos fundamentales de la opera: El Leitmotiv ya descrito y el espejo; símbolo crucial que sostiene el desenlace. De ahí que, tomando como punto de partida el espejo, o mejor dicho, la metáfora que encarna su reflejo; se derive el fundamento material de la observación interna que domina la historia de ambos niños, tanto de Tommy como de Hommy.
Es a partir de este hallazgo donde la vehemencia de Hommy comienza a trastabillar. Si bien puede comprenderse la emotividad que suscita su despertar, en el momento que los músicos describen la revelación del reflejo y la consecuente destrucción del espejo, por parte del padre en el quinto interludio; el personaje de Hommy muestra de repente un tránsito que no tiene ni pies ni cabeza. El muchacho, que ahora también canta, es sensacional y se muestra totalmente liberado de sus percances. Pero, durante toda la obra nos niegan constantemente las necesidades físicas del niño, incapaz de sufrir lo más mínimo y con cualidades siempre referidas al ámbito divino. Jamás pensaríamos que tuvo limitación alguna. Este desenlace, para la mayoría de los oyentes, deja en evidencia el cariz de copia forzada presente en el disco de Harlow.
Aun cuando la pieza que sigue a continuación en el álbum, parece descalibrada en su conjunto, figura como la canción más famosa del disco al ser interpretada por la querida Celia Cruz. Así, la “Gracia divina” que nos trae la voz de Celia como la Acid Queen de Townshed, revela que en la observación profusa tiene ella también trazos de Sally Simpson, la enamorada del muchacho que era un jugador estrella del pinball.
De esta forma, la historia continúa con el canto de la nueva voz de Hommy. Una vez que este ha experimentado la epifanía y se encuentra en comunicación directa con Dios nos bendice entonces con su Caridad. Tema análogo a su contraparte de rock I’m free, fusionado con la gran bienvenida de Welcome; que en este caso no dista demasiado de la invasión colonial con la que empezamos este texto, solo que esta vez se trata de santos a los que Justo Betancourt invita a traspasar las puertas de tu hogar.
Se acerca el final del álbum conceptual, We´re not gonna take it se transforma en No Queremos Sermón. Una pieza de líricas mediocres, amenizadas con gran sabor melodico y ritmico, atreves de la cual nos describen la reticencia del publico que escucha a Hommy cantar su caridad.
Por ello, no resulta sorpresivo que el disco se prolongue unas canciones mas, en su intento de enfatizar el contraste con la ópera de rock y teniendo en cuenta que sería un final desacertado para una obra como esta. De ahí que, al percatarse del déficit que perfilaba como broche final del disco, deciden hacer la coda del preludio IX con el leitmotiv antes mencionado, “mirame, oyeme, atiendeme y tocame”, que sin lugar a dudas hace patente el estudio que Harlow realizó sobre los cánones de la Opera.
Después de escuchar con atención y observar todas las conjugaciones culturales que destila el álbum con tanta riqueza, la reflexión sobre los valores que el disco favorito del Viejo Tomas posee, es materia obligada al menos en mi caso.
La obra que presentan Harlow, Jenaro y Sheller en conjunto, tiene grandes cualidades para la historia de la música popular latinoamericana. En primer lugar, porque presenta una pieza absolutamente innovadora en el campo de la joven Salsa y los repiques que la componen; considerando que no había nada como esto desde que alzó vuelo este movimiento. En segundo lugar, por una cuestión de orden político y social; tomando en cuenta que la salsa es una amalgama que contiene ritmos del barrio, del pueblo, de la calle, de lo que se percibe en la sociedad como algo bajo, montuno, marginal, de extrarradio. Fue Harlow el que le abrió las puertas a través de una obra operística, para presentarse en lugares de alta alcurnia como el Carnegie Hall e igualarse a todos los otros estilos musicales que se jerarquizaban por encima de él.
Asimismo, encontramos también en tercer lugar, sobre el hecho propiamente compositivo, que las características del arreglo concentran grandes líneas de cuerdas y una consecutividad de piezas que narran la historia en conjunto; gestando un álbum conceptual que simboliza una vanguardia para la salsa. En síntesis y por último, podríamos afirmar que su aparición, impulsa a sellar personajes monumentales en el género desde ese momento en adelante. Fue por ejemplo, a propósito de ello, la gran presentación de la reina de la salsa -Celia Cruz-, con una Gracia divina que jamás había siquiera pensado en ensayar antes de la grabación (en directo), con Harlow y Sheller tocando juntos, y brillando en lo más alto del estrado de arreglistas y compositores.
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Dentro de las últimas reflexiones acerca del tema descrito, cabe acotar un detalle curioso en relación al nombre que escoge Harlow junto a Alvarez para el personaje principal que recompone la versión operística de la banda The Who: Hommy, o lo que parece ser igual, Omí. Un juego de palabras que deviene de su tradición primera, y que merece la pena compartir con el lector.
Omí significa agua o manantial en el dialecto Yoruba. Lengua de aquellos nigerianos que fueron forzados a trabajar sin retribución de ningún tipo, en este caso a la vera del Caribe. Se sabe muy bien que el letrista de esta obra, Jenaro Henny Alvarez, consiguió gran parte de su inspiración en el Culto de Loiza Aldea, para realizar los guiones de sus personajes. Este gran contenido de cultura Yoruba y la impronta Orisha que tiene la obra en general, argumenta y prueba que la Opera Latina no pudo ser un mero plagio.
Aun cuando se muestra algo deficiente desde la mitad del disco, simulando en repetidas ocasiones ser una mera copia de la obra de Townshed, la interpretación de los motivos posee giros muy distintos de la historia original. De ahí que, a pesar de que muchas veces los enunciados carezcan de sustento y se exhiba como algo forzado; hay que considerar que la pieza de Harlow tiene un valor propio y que dentro de sus carencias, tuvo la capacidad de hacer suya una obra que cambió en sus fundamentos, inyectando toda la atmósfera cultural de la creencia afro-latina.
Sabemos de sobra que ciertos contextos son determinantes en la producción de algunos artistas, si no de la gran mayoría. Por ello quizás, el origen de Henny Alvarez resulta pertinente para comprender el discurso que hay detrás del disco. El escritor de nuestra ópera latina nació en Villa Palmeras de San Juan, un sub-barrio que se encuentra a un kilómetro de distancia de Loiza; localidad que junto a otros tres guetos, conforma al mismo tiempo lo que se conoce como Santurce.
Santurce, tal como aparece descrita por los eruditos del tema, representa el lugar donde se desarrolló con más impronta que en cualquier otro territorio de Puerto Rico, la religión de los santos africanos. Territorio que formaba parte de los Arawaks -comunidad indígena que mencionamos al principio del texto-, a través de la cual se gestó durante la conquista, una fusión contundente con los esclavos traídos de África en materia socio-cultural, de folklore y tradiciones compartidas.
De ahí que, en toda esta coloración y sombras afro que ubicamos en su origen, podamos vislumbrar la mayor diferencia entre la obra del afamado grupo de rock de los 60s, The Who, y el disco de Harlow, con esa orquesta repleta de figuras que más tarde se convertirían en grandes exponentes de la salsa. Esta es la prueba de su valor cultural y la refutación definitiva de un plagio, pero es también la muestra más diáfana de la oposición entre la cultura latina amalgamada y confusa, con la digestión extraña que los americanos hicieron de las enseñanzas orientales.
La escucha atenta de las dos obras, despierta una cierta intuición de antropología latinoamericana. Hommy es un niño que por ‘gracia divina’, por magia, por obra del Espíritu Santo, se cura de sus limitaciones tocando música; manifestándose como fábula religiosa. Con una vida bastante cuidada y el amor de sus padres, se nos revela como un mesías musical. Mientras que, por el contrario, Tommy es un muchacho con una vida sumamente perturbada, que padece una serie de problemas muy latentes en nuestra sociedad: infidelidad, violencia, abuso infantil en distintos grados. Problemas que en simultáneo, le sumergen en la propia vorágine interna, con un cariz de inmersión estricta y ferviente, donde la observación de su interioridad le propicia la cura y el despertar ante el sufrimiento.
Esta profunda dicotomía entre la amalgama de creencias de la cultura latina, y el sendero espiritual de Asia asimilado por la población norteamericana, delata problemas fundamentales, de cimientos, en el modo de vida que llevan los primeros. Si entendemos que los latinoamericanos han adquirido la costumbre y el hábito, por herencia cultural quizás, de esperar y esperar eternamente que por arte de magia aparezcan -revestidos de milagro-, cambios provechosos en todos los estratos de sus vidas; comprenderemos entonces la enorme brecha que le separa de los otros.
Desde la construcción de la familia hasta sus políticas sociales, pasando por la oikonomía, los fundamentos de estado, la educación y el honor ético; todo el hacer y el ser latinoamericano, grita de alguna manera esta verdad que nos confina. De este modo, nuestra cultura dista en unidades astronómicas, del trabajo constante que conlleva la observación profusa del Yo. Una observación que las culturas orientales promulgan y practican, conscientes de que los únicos cambios posibles son lo que se realizan desde la voluntad mas íntima.
Una vez que toda la emotividad ha surgido desde el mero sentir, no puedo constreñir la crítica que mi razón impone. Ha sido un viaje emotivo, uno que siempre me lleva al mismo lugar. Al mismo punto alrededor del cual, he dado vueltas sin cesar por tanto tiempo…Mi abuelo, al igual que mi padre y toda la cultura que los rodea, supusieron que por ‘gracia divina’ todos sus problemas y dolorosos recuerdos desaparecerían en algún momento. Asumieron que toda la tristeza que baña esa sonrisa silenciosa, era simplemente una parte obligatoria de la existencia, que el espíritu santo descargaría un día de sus espaldas.
La noble y dolorosa verdad es que solo nosotros somos responsables tanto de nuestros actos como de nuestra psique. Únicamente a través de esa observación interna, esa inmersión en el yo, es que podemos actuar sin teñir la acción de reacciones. Podemos desocultar las compulsiones en nuestras formas de afectar el mundo, y con ello liberarnos de nosotros y lo que nuestra cultura nos impone. Un poco de atención es quizás la clave que amerita nuestro guaguancó… Así lo demostró Tommy al depurar su calvario durante los años de ‘mutismo’, y así también lo demuestran las infinitas parábolas de todos los sabios que viajan hacia dentro.
Disclaimer: En esta crónica resalto y alabo las características estéticas de un álbum y una forma de hacer música. En ningún momento fue mi intención hacer una apología a la Santería Latina. No comparto, ni defiendo el sacrificio animal, ni la parasitación espiritual.
Larry Harlow – Piano
Eddie “Guagua” Rivera – Bajo
Eddie Colón – Timbales
Tony Jiménez – Conga
Pablo Rosario – Bongó
Larry Spencer – Trompeta
Ralph Castrello – Trompeta
Sam Burtis – Trombón
Lewis Kahn – Trombón
Junior González – Vocals & Percussion
Cuerdas:
Carmel Malin, Jesse Tryon, David Gonzalez, Alberto Iznaga, Vincent Liota, Marty Salyak, Ruben Rivera, Earl Norman, Selwart Clarke, Yoko Matsuo, Kathy Kienke, Karen Jones, Gloria Lonzoroni, Norman Forrest
Doc Herzlin & Damion Sgabbo – Corno Francés
Lou Soloff & John Gatchell – Trompetas
Dave Taylor – Tuba & Trombón Bajo
Harry Smyles – Oboe Corno Inglés
Paul Fleisher – Saxofón Soprano
Johnny Pacheco, Bobby Porcelli, Eddie Zervigón – Flautas
José Luis Cruz – Piano
Charlie Rodriguez – Tres
Ángel Cachete Maldonado, Roy Markowitz, Hershel Dwellingham Sr. – Percusión
Coro – Yayo El Indio, Adalberto Santiago & Marcelino Guerra
Creador de la Opera Latina – Larry Harlow
Letra & Musica – Larry Harlow & Jenaro “Heny” Alvarez
Compositor de Intermedio Musical – Marty Sheller
Conducción De Orquesta – Larry Harlow & Marty Sheller
Arreglos – Larry Harlow, Marty Sheller, Jose Luis Cruz, Papo Lucca and Javier Vazquez
Narración – Jenaro Heny Alvarez
Protagonización – Orchestra Harlow -1973
Participantes:
Celia Cruz – Gracia Divina
Justo Betancourt – El Padre
Cheo Feliciano – El Padrino –Tio Jose
Junior Gonzalez – Hommy Gonzalez
Pete Conde Rodriguez – Elemento Del Bonche
Jenaro Heny Alvarez – El Heladero
Adalberto Santiago – El Doctor
Productor – Larry Harlow
Productor Executivo – Jerry Masucci
Diseño Original del Album – We-2 Graphic Designs, Inc., Izzy Sanabria , Walter Velez
Fotografía Original De La Caratúla – Jan Blom
Ilustración Original De Adentro Del Album – Little Moon
Grabación – Good Vibrations Sound Studio, N.Y.C.
Ingeniero – Jon Fausty
Orchestra Harlow Management – Chet Holland c/o Alpha Artists of America, N.Y.C.
Orchestra Harlow Road Manager – Willie Gonzalez
Presentando a Junior Gonzalez como “Hommy”