Espacio Proyecto Libertad inició su andadura con un primer proyecto expositivo en homenaje al aniversario de la Universidad de Los Andes: 232. Hoy, a un año de este inicio celebramos de nuevo esta importante fecha para el conocimiento de la nación venezolana, con una nueva propuesta: 233; esta vez centrados en las problemáticas de nuestra conciencia como expresión del lugar que habitamos, no entendido como lugar físico, como lugar territorial, sino en la conciencia de lo que significa habitar nuestro espacio emocional, de deseo y de construcción del país que queremos.
233 + 1 habló de esa conciencia del lugar, del lugar que hemos creado a un año de nuestro comienzo en el que hemos experimentado la solidaridad, el aprecio y el esfuerzo por querer seguir construyendo un país a través del arte; una conciencia que se expresa en el hacer artístico de todos aquellos que colaboran y han colaborado con nuestro Espacio.
Este nuevo proyecto expositivo, fue más que una colectiva, fue un encuentro de voluntades que desde su conciencia contemporánea asumen posiciones de su lugar; un lugar individual y colectivo en el que se suman afectividades en colaboración permanente, en las que se muestran una diversidad de expresiones, de abordajes sobre la realidad que se manifiestan en medio de su multiplicidad, donde los lenguajes plásticos y visuales son capaces de expandir nuestra mirada, nuestra conciencia, nuestra afectividad por este país que se cree perdido.
Cada uno de los artistas que participaron en este encuentro creen en lo posible, en su fe por el lugar desde que se enuncian, y han colaborado con Espacio Proyecto Libertad a partir de su conciencia de lugar, de la importancia del seguir adelante, muy a pesar de las dificultades que nos cobijan. Estamos juntos en esto, en el lugar de lo posible, en el deseo de habitar lo posible.
De allí, que junto a la muestra se generaron una serie de charlas cohesionadas alrededor de la misma: Una obra/un ensayo, donde jóvenes estudiantes y profesores del Departamento de Historia del Arte de Facultad de Humanidades, de la Facultad de Arquitectura y Diseño y de la Facultad de Arte de la Universidad de Los Andes se apropiaron de los contenidos de las obras desde su consciencia del lugar, con la intención de expandir la visualidad de las mismas hacia otros campos de interpretación.
Las jornadas de Una obra/un ensayo amplificaron a 233 + 1: La conciencia del lugar hacia otros espacios del compartir el compromiso de lo que somos, de lo que queremos ser. Las mismas contaron la importante participación de dos de nuestros artistas invitados: Miguel von Dangel y Juan Marroquín, quienes disertaron sobre su compromiso con el arte, hacia el arte y su consciencia de país.
El material producido en las mismas fue de una gran riqueza, y en él obra e interpretación se unieron desde la necesidad de comprendernos, por esta razón le planteamos a la ONG y a Gala Garrido la posibilidad del que mismo fuese publicado en su blog. Ya que pensamos que una exposición no debe ser sólo la presencia de las obras en el espacio, sino que la misma debe trascender a otros lugares de consciencia y de conocimiento.
Por lo que a lo largo de varias publicaciones en la columna Entre Imágenes y Pensamientos desbordados tendremos las diversas charlas realizadas por todo el cúmulo de participantes en las jornadas, todo esto con la intención de hacerlos conocer, de seguir expandiendo lo que queremos ser.
En esta primera entrega, tendremos la conferencia La reducción como concepto de resistencia dictada por Miguel von Dangel (Premio Nacional de Arte 1990) quien estuvo con nosotros y compartió parte de sus reflexiones durante el desarrollo de Una obra/un ensayo.
Para los artistas participantes en 233 + 1: La conciencia del lugar, a los estudiosos de sus obras en las jornadas Una obra/un ensayo, a Gala Garrida y a la ONG nuestro agradecimiento desde Espacio Proyecto Libertad.
No hay mejor manera de conocer y de comprender estos tiempos aciagos que con el hecho de seguir creando.
Elizabeth Marín Hernández
La reducción como concepto de resistencia
Miguel von Dangel
Martes 29 de Mayo de 2018.
Facultad de Humanidades y Educación
Universidad de los Andes
Mérida- Venezuela
Comencemos esta conversación agradeciendo muy en especial a la profesora Elizabeth Marín y a sus asignaturas, al Sr. César Zuhe García, al Espacio Proyecto Libertad y a la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de los Andes (ULA) por la oportunidad que me brindan, no solo de expresar algunas ideas en torno a las pequeñas obras, a veces esbozos apenas y dibujos, con los que participo en la exposición que motiva mi visita a esta ciudad de Mérida.
De allí el énfasis que doy a los agradecimientos, como de algo especial en esta ocasión, y que va referido al riesgo que corremos en estos tiempos, por igual quien expone sus opiniones como quienes las reciben… de quienes sentimos que el arte se debe a funciones de orden no solo estéticas sino éticas, y que solamente cuando logramos cumplir con ese compromiso ético nos es posible trascender más allá del lamentable ámbito circunstancial, que por vía del poder en su más primitiva y peor acepción se arroga mantenerlo secuestrado.
Para ello y asimismo, sugiero nos aboquemos durante la próxima hora a la creación de una especie de collage o ensamblaje de ideas, conceptos, de imágenes en verbo y en su acontecer, en su defecto, de palabras correspondientes a las imágenes y las claves que nos pueden ir ofreciendo algunas de las citas y textos que de seguidas comunicaremos.
Entonces, aun cuando más adelante resulte redundante tampoco está demás anticiparnos y ofrecer alguna explicación, por lo reducido del formato de los dibujos con los que participo en la muestra que motiva nuestro encuentro.
Fueron realizados, y en ello continúo trabajando actualmente, bajo un estado de o régimen ofensivo, francamente desalentador y negador de cualquier alternativa distinta a las del proyecto hegemónico que nos toca soportar. Un plan por medio del cual la visión del hombre progresivamente es encausada y comienza a reducirse al ritmo sincopado de la presión a la que éste se ve expuesto, y entonces hasta él mismo comienza a sentirse disminuido, y por decir lo menos,… triste y desconsolado.
Llegado a este punto, y de aún no estar consciente de la amenaza que ha ido restringiendo su libertad o el derecho a vivirla; al derecho y deber inherente a preservar y defenderla, éste individuo deviene pequeño cuando no, insignificante y manipulable, y así se habrá convertido en un hombre sin voluntad, propia, en alguien dependiente de los caprichos y ordenes de su dueño.
Por cierto también el hambre produce enanos, tanto física como mental y espiritualmente. Los primeros, estos si en verdad pequeños escuálidos de los que nos limitaremos a condenar las causas de las condiciones por las que llegaros a convertirse en tales.
Pongamos entonces en claro que la debilidad o aún los posibles defectos ni las incapacidades de nadie nos incitan ni dan derecho a hacer malos chistes ni burlas, ni a confundir la burla con el humor con que se disfrazan el mal gusto y la mediocridad. Son armas peligrosas que como demostraremos con facilidad se revierten. Prueba incontrovertible de mala fe de quienes la esgrimen.
Entrando así en materia, tras tan lamentable pero necesario prolegómeno, comencemos recordando a Jonathan Swift (1667 – 1745) y a su presunto cuento infantil Los viajes de Gulliver genial parodia política que nos narra las vivencias de un náufrago sobreviviente en el reino de los así denominados liliputienses. De este nombre me atrevo presumir su procedencia etimológica del espíritu de Lilith; según el Talmud, primera mujer de Adán. Oscuro demonio de la negra noche, en lugar de decir afro- venezolana (noche), según las imposiciones al modo de la neolingua chauvinista- chavista, ejercicio dilecto de moda más o menos reciente cuando no más bien de una praxis, si no de retrasados mentales, con toda seguridad de retrasados culturales.
Queda a conciencia de quienes tengan a bien interesarse por el tema, investigar la época o el tiempo que le tocó vivir a Swift, y así descubrir las intenciones críticas aleccionadoras que seguramente esconde su narrativa. Eventualmente estaríamos hablando de un agresivo y mordaz señalamiento, cuando no de una directa acusación contra los prejuicios dirigidos o impuestos por el sistema político gobernante en la vida del escritor, v.g. del “colonialismo imperial” como a tanto otros les gusta estereotipar, extrapolar y retrotraer los dilemas culturales de tiempos distintos o de distintos tiempos más bien. Los propósitos de Swift, casi me atrevo a asegurarlo, muy difícilmente coincidirían con los de un Dr. Goebels o un Fidel Castro o un Eduardo Galeano, para solamente señalar algunos de estos demagogos manipuladores de significados entre distintas fechas, épocas, valores y ubicaciones históricas. Truculencias dialécticas de pseudocultos que confunden y disfrazan siempre sus propias aviesas intenciones. Grima y asco da hasta mencionarlos.
Así, hablando de arterías cuando no de tragedias siempre anunciadas y casi nunca comprendidas, adelantémonos en el calendario unos cincuenta años pasada la muerte de Swift, para ocuparnos brevemente de otro interesante personaje relacionado con el tema que nos ocupa. Se trata de un hombre joven, probablemente príncipe heredero de la corte del estado alemán de Baden, según otros, hijo bastardo del mismo Napoleón Bonaparte, quien vivió entre 1812 y 1833, una corta e infeliz existencia, antes de ser vilmente asesinado apenas cumplidos los 21 años de su mayoría de edad.
Las razones político- sucesoriales que a todas luces causaron su desaparición, precisamente 21 años después de haberse declarado el fallecimiento de otro infante de meses de nacido, cuya identidad parece le fue impuesta al infeliz, nos permitirían vincular o relacionar su caso al de cualquier tragicomedia local y reciente, si es que nos interesan tales guiones telenovelescos de tramas neodinásticos en nuestro propio entorno geográfico. Un interés por protagonistas “eternos”, historias de zombis y muertos insepultos, que felizmente podemos tranquila y rotundamente negar.
Una grotesca y barata parodia pseudoreligiosa, algo repudiable como quisiera agregar. Lo que al contrario sí nos mueve y parece interesante es lo que sucede a un ser humano –como el del caso de este niño secuestrado y más tarde conocido como Kaspar Hauser, que luego de ser declarado muerto y suplantado por el cadáver de otro niño de su misma edad previamente asesinado, es encerrado en un oscuro sótano, condenado a subsistir entre tinieblas y en la más rigurosa soledad durante años, sin escuchar ni ver u otro ser humano- salvo media docena de palabras si acaso, ni teniendo contacto visual con ser alguno con quien identificarse.
Así las cosas aparece como salido de la nada y allí abandonado una mañana ante los muros de la ciudad de Núremberg el 26 de Mayo de 1828, sin otra identidad que un papel que sostiene entre las manos como aferrándose a él. Allí garrapateada una nota mal redactada y como a propósito con su nombre ficticio y una dirección que remite a un cuartel de caballería de la localidad.
El muchacho no se atreve adelantar un paso y a todas luces se encuentra aterrorizado, incapaz de desplazarse en dirección alguna y sin ayuda de quien pudiese guiarlo. Días más tarde y una vez retenido en la torre del castillo, expuesto a absurdos interrogatorios que no lograba entender, de pie en un momento de descanso de la agobiante tortura que le debió significar aquel palabrerío que no lograba interpretar, frente a una ventana observando el paisaje cuyo significado tampoco lograba descifrar, observa el paso de un ave por el cielo despejado. Sin embargo tampoco entiende de distancias ni (de) lo que es el espacio que lo separa de cualquier objeto más allá de unos pocos metros. De seguidas intenta atrapar aquella cosa voladora, sin saber por supuesto lo que significa el hecho de volar, torpemente se sobrentiende, creyendo que aquello se encuentra frente a él a la distancia del alcance de sus brazos. Lo mismo le ocurriría más adelante en un camino bordeado de árboles, creyendo que aquellos eran grandes o pequeños indistintamente, sin acertar o comprender que eran de igual tamaño los inmediatos a él como los distantes. Encerrado cuando no literalmente enterrado la mayor parte de su vida carecía de la noción de perspectiva en el espacio, y la lejanía del camino la percibía como si él mismo frente a sus pies se hiciera cada vez más reducido y estrecho hasta cerrarse completamente a su paso. Alteraciones de la realidad producto de la represión impuesta y la negación del derecho natural, aun la de desplazarse en libertad.
Estudiado hoy día por algunos psicólogos el fenómeno se conoce como el Síndrome o Complejo Kaspar Hauser. El mismo nos ilustra lo que sucede con el hombre cuando logra escapar o sobrevivir a sistemas de imposiciones totalitarias. Seres frecuentemente incapaces de recuperar lo que en consecuencia tampoco conocieron. Animales humanos como los definiera Aristóteles, cosa que no necesariamente comparto, como tampoco lo hago cuando son llamados “gusanos” los disidentes políticos en Cuba, personas incapaces de adaptarse a un modo de vida distinto al de la criminal e inhumana forma de vegetar, a la que para colmo de males frecuentemente anhelan regresar una vez liberados. Así lo anticipaba Platón en el Mito de la caverna hace más de dos mil años. Recuerdo por lo tanto algunos casos que dan fe de ello, la nostalgia de algunos ancianos entre ellos otros tantos sobrevivientes de la Alemania nazi y/o luego de la “República democrática comunista” por volver al indigno sistema económico del modelo estalinista y/o hitleriano. Habían sido convertidos en un lumpen de parásitos y mantenidos por sus propios verdugos carceleros, dolientes idólatras de la infamia y el mal.
Lo pequeño reducido a la insignificancia, como si se tratara de un destino real y verdadero que añoran alcanzar, o peor aún, volver a reencontrar junto a sus almas violentadas y sus espíritus humillados hasta las heces, carentes de voluntad individual. Algún gomecista llegué conocer y otros tantos perezjimenistas enfermos de ese incomprensible mal; en fin, y mejor pasemos a la siguiente referencia del tema que veníamos desarrollando sin mayor orden ni mayor rigor cronológico cuando nos remite a la figura de Jacques Callot, quien vivió entre 1592 y 1635.
Grabador de la serie de los Pequeños desastres de la guerra, el conjunto de estampas que ilustran la desmesura y crueldad de la guerra sobre mínimos formatos que en apariencia desdicen el contenido horroroso allí plasmado. De Callot, doscientos años más tarde aproximadamente, Goya retomará el sentido de la serie sin acatar la ironía de “los pequeños” puesto por aquel.
En los primeros, el francés con casi sádica imparcialidad y metódico oficio de sorprendente calidad, sensuales en su fría objetividad, recrea escenas de ajusticiamientos masivos y/o estupros de la dignidad humana. Su genio por otro lado indiscutible parece mirar con los ojos del entomólogo en práctica taxonómica, lo que más adelante los pintores del romanticismo reproducirán convertido en centro de sus exaltadas proposiciones. Heroicas carnicerías panfletarias de las que tampoco me extenderé por el momento.
De Callot en todo caso nos queda la impresión que el artista de algún modo comprendió que esas miniaturas grabadas, por contraste a la enormidad de los delitos allí representados, por ello mismo repotenciaban la gravedad de la denuncia y el estupor que llegaban a generar. Un buen ejemplo de la excelencia técnica de este artista nos lo puede brindar la escena de la toma militar de la ciudad de La Rochelle, de cuyo nombre posiblemente deviene nuestro concepto de lo escandaloso y alborotado, sin por ello poderlo asegurar.
Llegados a este punto y sin tampoco poder asegurar que tuviera conocimiento de la obra de Callot, el subterfugio técnico de la representación de figuras humanas muy pequeñas en el marco de fantásticas estructuras arquitectónicas, de monumentos de la antigüedad romana a manos del italiano Giovanni Battista Piranesi (1720 – 1778) en cuyas planchas de grabado nos revela por contraste la pequeñez humana ante el peso y volumen de las construcciones que le indican su propia fantasía, como aquellas inspiradas en el clasicismo imperial. Así p.ej. El Panteón, el Arco de Tito o el Coloseum. Verdaderos laberintos de su exaltada imaginación, cárceles del espíritu humano, seres condenados a vivir como insectos perdidos en el desconcierto que los causa, o a causa del cual descubren su propia y mísera insignificancia frente a los siglos de historia que preceden su efímera existencia secular.
Es así como Simón Gouverner, amigo pintor de poca fortuna que me decía alguna vez que con la arquitectura de San Pedro en Roma, Miguelángel había inventado el fascismo.
El tema requeriría hablar igualmente del fenómeno paralelo de las miniaturas o de la ilustración de libros, lo cual nos exigiría ampliar el asunto más allá de lo previsto. En consecuencia sugerimos por lo menos el estudio de la obra de William Blake o la lectura de la novela Mi nombre es Rojo del escritor turco Orhan Pamuk, para entrar en materia como suele decirse, simplemente, demasiado simplemente para ser sincero.
Hasta el momento, haciendo salvedad de J. Swift y en parte de W. Blake, en tanto les corresponde, venimos hablando de artistas plásticos o de fenómenos psicovisuales en relación al fenómeno de la reducción del tamaño o de su reducción cuando acontece o es realizada bajo presión de sistemas represivos y/o tiránicos, v.g. dictatoriales. Premoniciones de guerras o revoluciones, en su defecto barruntos de epidemias u otras pestes, como veremos más adelante.
Complementemos entonces nuestro predicado con algunos ejemplos enfocando el problema desde los puntos de vista de la escritura y la literatura. Comencemos con el escritor suizo Robert Walser, nacido en 1878 y fallecido en 1956. Autor de 500 Microgramas escritos a lápiz en letra menuda, minúscula frecuentemente casi ilegibles y para mayor dificultad en caracteres góticos en la así llamada letra alemana. Estos caracteres góticos curiosamente fueron suplantados por letras latinas en favor del proselitismo político de los nazis. La letra alemana sacrificada por razones ideológicas, pues.
En el tercer y por ahora último tomo de las traducciones o transcripciones de los Microgramas, el investigador responsable de los mismos nos dice en el prefacio de la obra que estas hojas “fueron escritas entre 1936 y 1933, y que debieron ser los textos postreros del autor”. Walser vivió parte de los últimos años de su vida recluido en un sanatorio bajo régimen de relativa libertad con derecho a las visitas de unos pocos allegados. De acuerdo con nuestro enfoque el asunto tratado nos vuelve a remitir constantemente a la posición de muchos artistas poetas y escritores frente a la inminencia, años más o años menos, del surgimiento de las dictaduras, dando pie a las posiciones asumida frente a la usurpación y el abuso ignominioso. Pues difícilmente se os puede escapar que Walser, como ejemplo planteado, el cual vivió la bohemia de Berlín de entreguerras, de algún modo se refugiara o replegara en una especie de discurso cuasi intraducible, precisamente en los albores del surgimiento del nazi fascismo e inmediatamente previo al estallidos de la segunda guerra mundial. También aquí el artista ¡profetiza a la sociedad un porvenir que él mismo incorpora!
A continuación transcribimos unos pocos párrafos de la “advertencia previa” en la edición del tomo tercero de la micrografía: “La edición de este tercer volumen de ‘microgramas’ culmina una labor de 17 años de desciframiento e investigación”. (…) Uno de los rasgos característicos es que en esta época la letra va empequeñeciéndose poco a poco hasta que al final su tamaño medio es de aproximadamente un milímetro. (…) La letra a lápiz de Walser no pierde en modo alguno su cualidad de signo ni su significación, como supusieron varios intérpretes (…) en cuanto al contenido de los textos. (…) La micrografía tampoco constituye un código que una vez descifrado permita una transcripción más o menos mecánica”.
Hasta aquí los preámbulos con los que intentamos explicar el propósito del uso de pequeños formatos por algunos artistas frente a las amenazas que igualmente tratamos de señalar.
El contenido o los temas tratados en tan reducidos espacios, requiere al menos de mi parte una última explicación. También para ello he encontrado referencias adicionales en distintos autores y pensadores de la imagen y/o la palabra escrita.
Y es así como recurro a la anécdota personal, cuando hace pocos años atrás retornaba a mi hogar- taller, como con frecuencia en los últimos tiempos asqueado y agotado por el deterioro ofensivo de casi todo mi entorno humano y urbano, cansado y con la mente entumecida, obviamente que no solo por la edad que adicionalmente debo soportar. De modo que me senté en un alto de la acera frente a mi casa antes de decidirme entrar cargado de tanta negatividad; y sin darme cuenta dejé vagar la mirada por el piso del borde del escalón que se une a la calle propiamente dicha, como embrutecido, que es como me siento cada vez con mayor frecuencia. Veinte años casi ya son demasiados, pensaba como en un ritornelo obsesivo y que tan difícil se me hace rechazar, y así las cosas comenzaron a llamarme la atención una serie de fisuras en el suelo agrietado del sucio cemento emplastado de manchas de asfalto quien sabe cuántos años vencido, como una costra producto del descuido de quien sabe que enfermedad. En pocas palabras, lo que quiero decir es que comencé a ver una serie de pequeñas plantas o yerbajos asomados a esas grietas y fisuras, de esas cuya existencia apenas percibimos normalmente, allí orinadas por los perros y vomitadas por los borrachos, pequeñas criaturas que al paso de los carros quedan aplastadas y arrancadas, desraizadas y que siempre una vez más vuelven a brotar y a nacer de nuevo.
Y esa insólita capacidad de renovarse, esa forma permanente de resurrección, ilimitada constancia y fe de vida, si se me permite decir así, la que comenzó a significarme una respuesta que no ha dejado de ocuparme y que siento la necesidad de agradecer al punto de necesitar comunicarla. Alguna respuesta necesitaba obtener del espíritu a través de la naturaleza ante este estado de oprobio que como una burla ignominiosa nos ha robado tanto.
Y ya para concluir, al menos por ahora el collage que propuse realizar al comienzo de mis palabras, una cita de Thomas Mann y de una dedicatoria al botánico Pedro Löfling.
De La Muerte en Venecia, de Thomas Mann (1875 – 1955) seguramente será innecesario abundar en la trama descrita de una novela llevada al cine y suficientemente conocida, por lo que acotaremos someramente que se trata de una historia de amor entre un viejo y laureado escritor –pocos días antes de su muerte- y un niño apenas adolescente en el marco de una Venecia tan decadente como parece que nunca ha dejado de ser aquella ciudad. Una atmósfera cargada de conflictos entre distintas identidades, apenas esbozadas en el trasfondo multinacional y cultural, nos habla de un ambiente cada vez más tenso, cuando la sospecha de encontrarse en una ciudad apestada nos habla de una epidemia de cólera de la que huyen los pocos avisados, y que el viejo amante frustrado no se decide abandonar hasta que ya se hace demasiado tarde.
En la novela leemos que: “Su cabeza ardía, su cuerpo estaba cubierto de una transpiración pegajosa, le temblaban las piernas, le atormentaba una sed insaciable y se puso a buscar un refrigerio momentáneo”. Compra una frutas y mientras caminaba de pronto se encuentra con una pequeña plazoleta en medio de la cual había un pozo…”Allí se sentó en unas escalerillas de piedra, lugar de silencio donde crecía la yerba entre las junturas del pavimento… ráfagas de aire cálido trían olor a desinfectantes” (Mann, 1976. p. 97)
De este modo retornamos a Venezuela, dedicando estos últimos párrafos a Pedro Löfling (1729- 1756). De él su maestro Linneo (Karl von), el gran naturista sueco, creador del sistema denominativo de plantas y animales en latín y los correspondientes nombres comunes o vulgares de las especies y clases, transcribiremos la nota que redactara a partir de la muerte de Löfling, donde dice que:
“Nunca ha perdido tanto la Botánica por una muerte y nunca el mundo de la ciencia echará tanto de menos a alguien por una desgracia. No lo digo por alabar porque es cierto que jamás un botánico tan profundo y atento había puesto sus pies en tierra extranjera ni tampoco ha habido viajero que haya tenido la ocasión de hacer los grandes descubrimientos que pudo hacer Löfling. Había llegado ya al país más maravilloso que alumbra el sol, país hasta entonces no observado por ojos atentos. Si hubiera vivido y, como se pensaba, hubiera podido acompañar a la expedición durante las 1.000 millas [programadas] (…) entonces se puede uno imaginar todo lo nuevo y extraordinario que nuestro agudo Löfling hubiera descubierto y que el mundo de la ciencia después de su temprana muerte, tendrá que echar de menos durante mucho tiempo.
Ninguna noticia me ha parecido más lamentable que la de haber perdido a mi mejor y más amado discípulo (…) Pero la providencia lo ha dispuesto así, y los mortales debemos contentarnos con ello. Pero nunca olvidaré a Löfling.
Ha sido para mí un placer reunir los pocos restos de sus actividades (…) para salvar su nombre del olvido. Es poco, pero suficiente para convencer al lector de su habilidad…en una palabra, mientras el tiempo que todo lo consume, estaba dando fin a los restos mortales de Löfling, rescaté estos despojos y los guardé en la urna de estas páginas, que deben llevar la siguiente inscripción:
LÖFLING
se sacrificó por
la Flora y sus amantes.
Estos le recuerdan.” (Ryden, 1993)
De la muerte misma de nuestro personaje transcribimos ya para finalizar que: Löfling partió de Barcelona y las misiones de Píritu a la ciudad de Guayana, desde donde continuaron sus observaciones durante tres meses; desde allí pasó a la misión de Caroní y de regreso a Guayana enfermó junto a sus compañeros. Todos se curaron a principios de 1775.
Luego Löfling recibió órdenes de regresar a la misión de Merercuri donde recayó en la fiebre intermitente a la que siguió Leucophlegmatia y después Hydrops anasarca, de la que murió el 22 de febrero de 1756, después de haber aceptado la religión católica, apostólica y romana siete horas antes de fallecer.
Esta “cura del alma”, como protestante que soy se me hace altamente sospechosa y a lo sumo me habla de una tortura adicional sufrida por aquel joven naturalista, pero no soy quien para juzgar el caso, más allá de hacer notar la ironía y constatar que Löfling para el momento de su muerte contaba con apenas 27 años de edad, los últimos de los cuales dedicaría con especial empeño y puesta la atención en la curación por vía de la botánica de los cuerpos físicos y no precisamente de los enfermos de males mentales, contaminados de fanatismos cuando no por la maldad que los inspiraba y de la cual el pobre Löfling no se logró salvar.
Bibliografía
-Ficacci, Luigi. (2006). Piranesi. The Etchings. Editorial Taschen. Köln. Alemania.
-Leonhardt, Ulrike. (2001). Prinz von Baden. Genannt Kaspar Hauser. Eine Biographie. Edición en alemán. Editorial Rororo. Hamburgo. Alemania.
-Mann, Thomas. (1976). La muerte en Venecia. Traducción de Martín Rivas. Editorial Edhasa. Barcelona. España.
-Pamuk, Orhan. (2008). Rot ist mein Name. 3era edición en alemán. Editorial Fischer Verlag. Frankfurt. Alemania.
-Pelayo, Francisco y Puig-Samper, Miguel Ángel. (1992). La obra científica de Löfling en Venezuela. Cuadernos Lagoven. Serie Medio Milenio. Editorial Arte, S.A. Caracas. Venezuela.
-Ryden, Stig. (1993). Pedro Loefling en Venezuela (1754- 1756). 21 Colección Viajes y descripciones. Fundación de Promoción Cultural de Venezuela. Editorial Ex Libris. Caracas. Venezuela.
-Walser, Robert. (2006). Escrito a lápiz. Microgramas III. (1925 – 1932). Edición de Bernhard Echte y Werner Morlang. Traducción Rosa Pilar Blanco. Libros del Tiempo Ediciones Siruela. Madrid. España.