La Rana de Juana / Antolina Martell

La rana de Juana

Antolina Martell

Muy de mañana, a mai’Juana se le escuchaba alterada, al dirigirse a una rana infiltrada en su altar sagrado, la cocina de la casa. Sigilosa tomaba la paila de hacer guarapo de café,  por el mango,   mojaba de sopetón a la pequeña rana, haciéndola salir de la platera. Allí empezaba el alboroto y el anuncio de que había amanecido.

Otro indicio de la salida del sol  era el ramo de flores frescas del patio. En esta oportunidad acompañaban a las coloridas  aves del paraíso  las de mango por su penetrante aroma alcanforado.  Mi madre orgullosa por el armonioso ambiente familiar alrededor de la mesa servida, disponía el desayuno. El pícaro de papá, preguntó en tono distraído, “comaita Juana, para cuándo estará la cosecha de su mata de mango”.

Antes de responder, ella sonreía ampliamente hasta abrir tanto sus fosas nasales, que sus vivaces  ojos redondos se ponían chiquiticos. “Dos días más compai, cuando tengan el tamaño de una manzana importá. Cuando lleguen de la escuela envíe  a los muchachos pa’que suban a la mata y los cojan con cuidao, que no me gusta mango gotiao.  Así será, sí señó.”

Entre un pásame las arepas para el relleno al gusto de cada quien, recordaron la llegada de mai’Juana a la casa para trabajar. “Es la primera cosecha de la mata, esa semilla de mango la trajo usted y la sembró llegando aquí.”

Ella dejó de sonreír por un momento, suspiró y miró con ternura a mi mamá, “así mismo fue, porque usted se paró en la carretera para comprarme jalea, me miró la cara de hambre y la  de mis dos muchachitas, sí señó, y la comaita me invitó a vení. Bueno primeramente gracias a Dios.” 

Su casa estaba cerca de un río sombreado de matas de mango. Según la cosecha, mezclaba la jalea de mango verde con piña o con lechosa. Las guayabas y las cerezas le daban a la jalea un sabor glorioso. Su vida cambió  cuando se terminó la “carretera negra”, la nueva vía echó al olvido el antiguo paso real de tierra. “Gracias a los antojos de la comaita,  que la hicieron volvé”.   Al saber esta conmovedora historia,  la ternura de mai’Juana comenzó a tener sentido para mí, cuando al cargarme en su regazo para dormirme  inventaba en cada beso, “mi niña hoy está  olorosa a manguito maduro con guayabita del Perú”.   

Aún estaba oscuro. Con todo el jaleo de hacer la tan esperada jalea, su atención estuvo puesta en el “dale y dale paleta” dentro de la burbujeante olla, ya tenía lista desde el día anterior la mixtura perfecta, el papelón rayado, los palos de canela y un puñito de aromáticos clavos.

Recostó la silla contra la pared para descansar la espalda, por un instante el sol le sorprendió, suspiró relajada, cerró los ojos confiada en su sagrado templo.  La rana despertó del letargo, pasó su lengua y sus manitas por sus ojos adormilados, aún estaba verde como su cuna, había dormido sobre la redondez de un mango, se irguió con sus patas delanteras y con un  calculado brinco le selló los carnosos labios a mai’Juana. Sin poder gritar por auxilio reaccionó de inmediato, tomó por el mango al cucharón con jalea caliente,  para desprender a la perversa rana de aquel ingrato beso. Debió usar gran cantidad de jalea, quedó poca, pero sabrosa.

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