Noche dactilar / Luis Mancipe

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I

Hacia el final del recorrido vi mi rostro oscuro en el cristal. A cierta distancia las obras ejercieron sobre mí una atracción ineludible, que, supongo, padece todo el que se encuentre frente a ellas cuando están expuestas. La relación que establecen con el espectador comienza en ese reflejo que impide ver lo que hay detrás, como si dijeran: si quieres saber, acércate. El negro espejo controla tus pasos y la curiosidad que despierta el reconocimiento va desvaneciendo tu rostro al avanzar. El acercamiento se vuelve un asomarse, solo entonces ese tú que se interpone entre la mirada y las imágenes se disuelve para que ellas aparezcan.

Vista de instalación de El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem (2019), Naufus Ramírez Figueroa. Feria arteBA, Buenos Aires, 2019 / fotografía cortesía de: Proyectos Ultravioleta
Vista de instalación de El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem (2019), Naufus Ramírez Figueroa. Feria arteBA, Buenos Aires, 2019 / fotografía cortesía de: Proyectos Ultravioleta

Con motivo de la feria de arte de Buenos Aires, arteBA 2019, la galería Proyectos Ultravioleta (Guatemala), trajo una serie de doce serigrafías de Naufus Ramírez-Figueroa, titulada El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem, instalada en el espacio de Solo Show, dedicado a muestras  individuales.

Vista de instalación de El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem (2019), Naufus Ramírez Figueroa. Feria arteBA, Buenos Aires, 2019 / fotografía cortesía de: Proyectos Ultravioleta.

II

La tinta negra de las serigrafías sobre papel arches del mismo color revela las imágenes en una tonalidad de plata lunar. Bajo esta luz, pasada la mitad del día, asistimos plantación adentro a las doce obras. Las serigrafías de El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem ocurren en el interior de un follaje selvático, lejos de la civilización; obedecen a un tiempo dictado por la piedra, lleno de imágenes primitivas, en las que lo animal y lo humano se (con)funden y se hacen mutuamente entre rituales y sacrificios.

En estas primeras imágenes vemos dos cuerpos que parecen en trance a una transformación. Si nos atrevemos a imaginar un diálogo entre ellas, los brazos oscuros del hombre, cuyas palmas están hacia abajo, podrían encajar en los del ave. Así, a medio vuelo, entre pájaro y humano, Naufus nos introduce en la noche del reloj de obsidiana.

El primer hombre, desnudo y sin pies, plantado, tiene un cuerpo vetado como la madera. El ave, de plumas gordas y afrutadas como las sangrantes pitahayas de Miguel Ángel Asturias, podría remitir al tiempo mítico del Popol Vuh, en que los hombres de madera y los guacamayos convivían, antes de la carne de maíz.

La serie continúa bajo la vigilia de un ave nocturna. Una lechuza de ojos penetrantes, capaces de ordenar la tupida oscuridad de la selva, observa a una mujer armada por encima de su hombro; da la impresión de haber aparecido ahí como una suerte de consejera, o más bien una figura demandante. Recuerdo al ver estos “ojos de lechuza” (rasgo de un epíteto de Atenea) a la diosa terrible, belicosa, jefe de expediciones, insaciable, venerable, a la que agradan los gritos, las guerras y las luchas. En la mano izquierda de la mujer hay un machete, al tiempo que el gesto de la derecha parece sorprendida, como si buscara, delicada, un apoyo invisible allí donde se encuentran las plumas.

En la siguiente imagen  vemos a un hombre desnudo, encadenado, entrando en la boca de una mujer boca arriba. ¿No es la tierra siempre femenina? ¿Esa fuerza armada que la lechuza asiste en la noche, no es de algún modo la misma a la que, sin importar la lógica de los calendarios, están encadenados los que habitan las tierras violentas del trópico, y que ha devorado a más de uno? Y por otro lado, ¿de qué tierra estamos hablando?, ¿la misma donde ocurre la “Leyenda del tesoro del Lugar Florido”?, ¿la misma que un par de décadas atrás dio por finalizada una guerra civil de treinta y seis años? La tierra, con sus ciclos, va siempre a reclamar el jugo sangrante sus frutas.

            La serie continúa con esa misma mujer belicosa frenando la huida de un niño, jalando su cabeza por el pelo, al tiempo que arranca sus brazos. Esa infancia amputada hará luego de su orina, sus excreciones, buen riego para el abono de los cadáveres perdidos en los matorrales.

            ¿En qué tiempo de desmembramiento estamos? ¿El reloj de obsidiana, a qué noche nos lleva? En las primeras serigrafías veíamos la piel vetada, luego cubierta con ropas modernas, pantalón, camisa y franela, una vestimenta, civil, después de todo.

            Vuelve a aparecer la lechuza. Ha habido testigos y han sido vistos por la mirada que ordena en la noche; como nosotros, están involucrados, solo que al otro lado del vidrio. Es curioso que ese poner orden en la noche que sugiere la imagen de la lechuza, su capacidad de ver en lo oscuro, coincide con posteriores sacrificios.

Esta pareja de cuadros muestra en el primero miradas absortas, penetrantes hasta el a través de una boca abierta, llena, quizá, de un suspiro ahogado por el miedo; en el segundo dos cuerpos quedan a merced de la curva del puñal y la sonrisa: un niño, exhausto, descansa su cabeza sobre los muslos de una mujer, la de ella es tomada del cabello por una mano que en su par sostiene un filo; él parece rendido bajo el rostro risueño.

            ¿Qué sigue a estos sacrificios? Algo similar a un (re)nacimiento. Vemos una reunión de cuerpos cuyos rostros son difíciles de dilucidar. Hay uno, sin embargo, que sobresale. Una cabeza más grande que las demás, coronada en las alas de un pato, mira hacia abajo y la guía de sus ojos parece dominar al resto. Su gesto es casi virginal. A su derecha uno de los cuerpos informes parece juntar las manos en el pecho, como si estuviera rezando.

En la otra imagen -¿lo que aquella ve?- aparece de nuevo un cuerpo vetado, esta vez acostado en el follaje. Pero más que madera, la consistencia de sus fibras parece dactilar. Cuánta huella en este acercamiento, en ese detalle identitario de la piel. El nacimiento no corresponde a un niño, sino a un cuerpo maduro, grande, gordo, en el cual, sin embargo parecen confluir todas las imágenes anteriores: sin brazos ni piernas, andrógino, como preñado, devuelve la cara al cielo y en su mirada hay una mezcla de sorpresa y de terror. Parece, por su contextura y su mirada ser un (re)iniciado. ¿Qué ve desde su lecho, envuelto en su piel?

El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem (2018), Naufus Ramírez Figueroa. Carpeta de 12 serigrafías, tinta negro sobre papel negro 40 x 40 / cortesía de: Proyectos Ultravioleta.

            Flotando entre las palmas una masa oscura, con tentáculos domina y controla cabezas mutiladas. Parece, en su misterio informe, hacer con ellas malabares.

Finalmente, en la última hora, aparece un rostro que se funde con el mío. Sus ojos desorbitados admiten un desconcierto que comparto. Me voy alejando de a poco, hasta que solo alcanzo a ver mi oscuro reflejo, pero en mi memoria habita ahora la noche que lo llena.

El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem (2018), Naufus Ramírez-Figueroa. Carpeta de 12 serigrafías, tinta negro sobre papel negro 40 x 40 / cortesía de: Proyectos Ultravioleta.

            Era la paz. Se darían fiestas. Los sacrificadores iban en el templo de un lado a otro, reparando trajes, aras y cuchillos de obsidiana.

Miguel Ángel Asturias

Referencias y contactos

Feria de arte de Buenos Aires arteBA, 2019.

Proyectos Ultravioleta (Guatemala) https://uvuvuv.com

Ramírez-Figueroa, Naufus. El Reloj de Obsidiana: Post Meridiem. (2018)
http://www.naufus.com/

Asturias, Miguel Ángel. Leyendas de Guatemala. Alianza Editorial S. A. Madrid, 2005.

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