Poesía con cadencia de fuego. Una noche en llamas con Yeni y Nan / Morela Cañas.

Poesía con cadencia de fuego

Una noche en llamas con Yeni y Nan

“Todo soñador de llama es un poeta en potencia”                                                            Gaston Bachelard, La llama de una vela

Hay muchas formas de hacer poesía. Hacer poesía es distinto a escribirla.

Si bien el poema habita, por herencia de su género, en el reino de la palabra literaria, lo que evocan las palabras que conforman el poema, son imágenes que escapan al signo primero. Imágenes de las cosas que habitan junto a nosotros el espacio, imágenes de cuerpos y escenarios, de acciones y paisajes, de sensaciones, reflexiones, remolinos de viento, aullidos del tiempo. Más que un eco de la razón, el poema se devela -en primera instancia-, como síntoma de las emociones, del vacío, del magma interior que ruge sin que le escuchemos.

Pero hay elementos en la naturaleza que trascienden la física del poema y llegan a la poesía. El agua por ejemplo, en su fluir constante y en su unidad completa, es un modelo vivo de la poesía. Lo mismo que el aire en su lengua invisible que despeina, y la tierra en sus milagros de polen floreciente. Así también el fuego en el recorrido vertical de sus llamas, es lo que nosotros llamamos poesía.

Pensemos entonces en la variedad de elementos que constituyen el sujeto de la poesía: Una vela, un torrente, la brisa…por citar solo algunos de los fenómenos naturales, que son en esencia poéticos. Pensemos que esos sujetos vienen también acompañados por verbo y predicado: Una vela escalando de azul el amarillo; un torrente que inaugura nuevos caminos; la brisa cálida al caer la primavera. Cada uno de los sujetos, en su existencia de poesía, acontece y describe su propia experiencia. Contada desde sí misma y a los ojos del otro, se alzan pues las situaciones que relata el rapsoda, en los podios de la literatura y del arte.

El poeta y el artista estrechan sus manos así, ante la visión escurridiza de la poesía. Aunque por suerte, no todos logran asirla. Hay que contemplar hondamente un elemento para que este comparta sus dones. Filtrar los sujetos de la poesía es por ende, hacerse uno con ella, y lo que un poeta fabrica con la palabra, el artista lo hace con la materia, emulando las cadencias de ese sujeto imaginario que ha echo suyo dándole un sintagma verbal, un gesto, un fantoma, una aparición.

Algunos creadores incluso, trabajan con la materia prima de estos elementos poéticos para abrir paso a otros discursos, desde la ensoñación que el mismo elemento provoca. Consagran su obra al imaginario del agua, para contar en ella rituales de iniciación, bautismo y cosecha. Utilizan la tierra como soporte de intervención. Adoptan el fuego para crepitar al unísono hacia el mundo vertical. Y a través de ellos, con ellos, y para ellos, hacen poesía.

Tal es el caso del colectivo artístico que formaron Yeni y Nan, la dupla integrada por Jennifer Hackshaw (1948) y Maria Luisa Gonzalez (1956), catapultadas desde los años 70 como las pioneras de la performance en Venezuela. Título al que se suman luego muchos otros, y les confiere el mérito de convertirse en grandes exponentes del arte contemporáneo latinoamericano, rindiendo sus frutos dentro y fuera de la esfera local -aún hoy en día-, tiempo después de sus primeros encuentros.

En diversos artículos que discurren sobre su obra, los autores afirman una cualidad que incluso los espectadores ingenuos parecen percibir, después de la primera toma de contacto: Más que un arte objetual, Yeni y Nan se dedicaron a crear experiencias. Así lo demuestran los videos y registros fotográficos que recogen las piezas singulares de su trayectoria. Una búsqueda que echa mano de diversos lenguajes como el body-art, el land-art, el arte conceptual, el arte efímero, el performance, las instalaciones, el arte de acción, el videoarte, la fotografía, el dibujo y otros medios mixtos que abordan la palabra y el tejido, para encontrar esa autenticidad que las ha definido siempre.

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Desde sus inicios en la Escuela de Arte Cristobal Rojas, en Caracas -su ciudad natal-, pasando por el Chelsea College of Arts en Londres, y otra estancia que vivieron juntas en Cannes mientras estudiaban video y fotografía; Yeni y Nan exploraron durante el período de 1977 a 1986, un arte que podríamos llamar procesual, donde sus propios cuerpos se alzaban como la voz cantante del discurso. Sin fingir retratos, ni posar para desnudos enlatados, su producción indaga en una simbología de carácter existencial, que pone en diálogo al cuerpo con los elementos naturales de su entorno, a la par que  manifiesta la reflexión de conceptos que rondan la identidad, el origen, y el universo femenino en sí -desprovisto de feminismos-.

Sus formas de concebir el espacio, y la manera en la que exhiben sus tensiones, tiñen de cierto misticismo su obra a pesar de la claridad que exhiben los motivos en todas sus facetas. A veces toman prestada la voz del agua, otras tantas la de la sal o la del aire, y aun cuando no están presente estos elementos, pareciera que los mismos se hicieran carne en sus visiones. De ahí que podamos intuir nuestra hipótesis: Las imágenes de Yeni y Nan rezuman poesía: nadan, encienden, cogen vuelo, estremecen, conmueven.

A tenor de estas ideas, nuestra afirmación parece quedar clara, no solo para aquellos que han respirado antes frente a sus obras, sino también para los nuevos adeptos que tuvieron la dicha de conocer al colectivo, en la exposición que hace dos años se dio cita en la ciudad de Sevilla. Fue el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) donde las artistas presentaron su última performance, celebrada en la inauguración de la primera muestra retrospectiva del dueto, que la Comisaria Alicia Murría organizó con el nombre de Yeni y Nan. Dualidad 1977-1986.

Fig.3

La exhibición, que tuvo lugar desde el 15 de febrero hasta el 9 de junio de 2019 en el recinto central de la Isla de la Cartuja, fue meticulosamente ordenada por la curadora con colaboración expresa del galerista Henrique Faria, y contó también con la inclusión de los archivos de registro de la periodista Margarita D’Amico; sumando un total de 56 obras que fueron divididas en cinco secciones respectivamente: Nacimiento, Identidad, Agua, Tierra y Araya. Cada una de las cuales lucía desde el epígrafe -sin alusiones cronológicas-, la asociación directa con alguno de sus periodos de producción, lugar o elemento predominante de la serie que albergaba cada sala.

Así, treinta y tres años después de su último encuentro con las artes performativas, las artistas sellaron su pacto con llamas de fuego. Era la noche previa a la inauguración, un 14 de febrero a plena luna. Con la luna flamenca de Garcia Lorca y de Lole, la luna lunera de Becquer y de Trajano, enarbolando el cielo despejado de Sevilla. Un cántico sonaba en el patio, donde el público ansioso aguardaba. La gran mayoría de esa audiencia desconocía a las artistas, pero algunos de los asistentes éramos oriundos de las mismas latitudes, y teníamos atarugado el pecho por tanta alegría.

Esperábamos sentados en el suelo, mientras la proyección de sus rostros aparecía en los extremos del recinto. Cielo abierto, luna en el cenit, árbol por punto medio, y la proyección de ellas enfrentadas en su juventud, cara a cara, ardiendo. La faz de cada una en la pantalla, y un telón de fuego crepitando en derredor. Las llamas surcan sus imágenes, y el retrato que alguna vez fue, contrasta con la visión nueva que alzan sus cuerpos en escena. Yeni y Nan visten de blanco y sostienen un cordel entre sus manos. Leves llamas ascienden discretas en la cuerda que han dispuesto para ello. Sus miradas alumbran, musitan plegarias imaginarias.

Como un ritual ancestral, la acción se prolonga con parsimonia por varios minutos, y al notar que se extinguen suavemente las llamas que reposaban antes sobre el cordel, las artistas se sientan de cara al público y encienden en su sitio una vela: “contra el cielo de piedra /y su moña de chispas su lengüeta de fuego /brasa que perfora la noche /pájaro /volando silbando volando /entre la sombra enmarañada de los fresnos”¹. Sostienen la vela, velan la llama, “en la llama misma el tiempo se pone a velar”². Se inflaman también sus almas en la mirada de los otros. Un mantra vedico hace eco en el espacio, acompasado por el sonido del fuego que sigue rumiando al fondo. Cesa la llama, ya no crepita; duerme su sueño de vela tranquila, pero su estela impregna el aire de memorias. Yeni y Nan, las veladoras, abandonan la escena.

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Una vez que se asienta la acción y cala en la psique sus efectos, recordamos una cita de Gaston Bachelard a propósito del fuego, como sujeto de reflexión en este caso, a través del cual las artistas manifiestan la simbología sugerida:

La llama no es más un objeto de percepción. Llegó a ser un objeto filosófico. Todo es posible entonces. Bien puede imaginar el filósofo ante la vela, que es el testigo de un mundo ardiente. La llama es para él un mundo tendido hacia el porvenir. El soñador ve en ese mundo su propio ser y su propio porvenir. En la llama, el espacio se mueve, el tiempo se agita. Todo tiembla cuando tiembla la luz. El devenir del fuego, ¿no es acaso el más dramático y el más vivo de todos? El mundo corre si uno lo imagina de fuego. Igualmente el filósofo puede soñarlo todo –violencia y paz- cuando piensa el mundo ante la vela³.

Transcurren varios minutos, un cuarto de hora quizás. Comienza el brindis de inauguración, tintineo de copas y voces,  jolgorio de fiesta discreta. Yeni y Nan tardan en aparecer. Fuera les espera el vino, la prensa, los depredadores de cuello alto, un par de amigos, algunas caras de acento familiar y otros pocos soñadores inquietos, que al igual que nosotros (el narrador), infieren de forma espontánea las mismas preguntas…

El narrador (ahora entrevistador): ¿Por qué esta vez el fuego?

NAN: Porque es el último elemento, y el que nunca hemos trabajado. El fuego significa transmutación, es una especie de mantra de la inmortalidad. O lo que es igual, la idea del mantra te lleva a la inmortalidad, y el fuego es la imagen de la purificación en sí.

YENI: El fuego está cerrando nuestro ciclo después de 33 años. En este momento, el fuego no busca explicaciones en nuestro arte. Nosotras comenzamos haciendo performance, luego pasamos al land art. Cuando eso sucedió dejamos la performance para intervenir el espacio, como hicimos en las salinas por ejemplo. Estuvimos varios años trabajando en Araya, dos años más o menos en el mismo lugar.

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Nan insistió en el hecho de que nunca habían utilizado el fuego. Habían producido obras con todos los otros elementos, pero el fuego no lo habían tocado, y esta era una manera de cerrar el ciclo a través de las ideas de purificación y transmutación que querían transmitir. Ella fue mucho más incisiva que Yeni en la idea simbólica del fuego como elemento que cierra el ciclo. A través del fuego y los cantos védicos conducen sus almas a la inmortalidad.

El fuego, como agente creador de la luz, sirve para recitar a la espiritualidad interior lo que la imaginación de la llama tiene por decir. Así también el fuego insufla sus secretos a la tierra, cuando los campesinos arrasan con la llama el terreno que desean fértil. Numerosas explicaciones científicas revelan este poder que el fuego transfiere al preparar las tierras, pero más allá de las razones agrícolas que nos dictan una verdad irrefutable en el curso de la cosecha y la vida, el hombre ha sabido siempre por intuición, que el fuego invita a la prosperidad futura de los frutos…

el fuego sugiere el deseo de cambiar, de atropellar el tiempo, de empujar la vida hasta su término, hasta su más allá. La fascinación es entonces verdaderamente arrebatadora y dramática; ella ensancha el destino humano; une lo pequeño y lo grande, el hogar y el volcán, la vida de una hoguera y la vida de un mundo. El ser fascinado escucha la llamada de la pira. Para él, la destrucción es algo más que un cambio: es una renovación¼.

Al salir de la performance, lloran juntas en el baño, confiesan las artistas. Lloran por esa reunión que después de treinta y tres años (33, un número curioso), encuentra al fin su ocasión para dar cierre. Marcar el epílogo de su carrera con las imágenes en llamas de su primera performance, fue una suerte de pacto que sellaron las artistas de un modo incluso alquímico.

Aun cuando la dualidad de sus caracteres es imperante, su halo complementario es tal, que se hace sentir incluso en la elevación del fuego que crepita durante el acto entre sus manos: La de Yeni, tibia, cálida, sedosa felpa; la de Nan potente, álgida y ruda, aunque igualmente sobrecogedora. Ambas dominan un lenguaje metafórico y poético, que subrayan con el uso de símbolos ancestrales, atemporales y meditativos. Su obra incursiona en conceptos filosóficos de Oriente, y se acerca a rituales espirituales de los que son partidarias. No solo se adentran en los confines de la psique, sino que hurgan en ella representando los motivos de su génesis.

De esta manera, lucha y tensión hacen tregua en su visión experimental del espacio, y el contraste de los gestos corporales que desarrollan devengan un modo muy suyo en la producción de imágenes. Un modo que denota el movimiento de las figuras, envueltas por fuerzas naturales y entremezcladas con ellas. La acción, encarna así en el grueso de su obra, una suerte de Manifiesto.

A propósito de ello, Yeni explica brevemente su trayectoria para colocar en contexto el acto. Apunta que en el arte no se buscan explicaciones. Refiere que el protagonista fue el fuego porque debía serlo, simplemente. Fue en ese momento porque así debía suceder. Quizás, de alguna manera, estaba escrito que así fuera. Ambas sienten mucha esperanza por el futuro de Venezuela, y mientras nuestro país arde, ellas arden con él a la par que cierran su ciclo… La llama se alza para elevar al soñador: En su performance, “conciencia y llama tienen el mismo destino de verticalidad”½.

Su vuelo se abre en la despedida, a la luz del ritual a plena luna.


¹ Paz, Octavio. También soy escritura. Octavio Paz cuenta de sí. México: Fondo de Cultura Económica, 2014. p.26. [Ed. y selec. Julio Hubard].
²Bachelard, Gaston. La llama de una vela. Barcelona: Editorial Laia / Monte Ávila Editores, 1989. p.30. [1ºed.1961] [Trad. Hugo Gola].
³ Ibidem. p.39.
¼Bachelard, Gaston. Psicoanálisis del fuego. Madrid: Alianza Editorial, 1966. p.32. [1ºed.1938] [Trad. Ramón G. Redondo].
½Bachelard, Gaston. La llama de una vela. Op.Cit. p.35.
Figuras 1-2-5-6: Yeni y Nan, Simbolismo de la cristalización - Araya, 1983-1984/2019. Fotografía, 60 x 90 cm c/u (90 x 60 cm la imagen vertical). Cortesía de Henrique Faria Fine Art. Reproducido en: https://artishockrevista.com/2019/03/28/caac-yeni-y-nan/ [Revista online, Artishock, publicado el 28/03/2019] y  https://revistaestilo.org/2020/02/16/los-elementos-de-nan-gonzalez/ [Revista online, Fundación Cultural Estilo, “Los Elementos de Nan Gonzalez” por Inger Pedreáñez, publicado el 16/02/2020]. Fecha de consulta: 08/01/2021.

Figura 3: Yeni y Nan, Transfiguración elemento tierra, 1983-2013. Fotografía, 33 x 33 cm c/u. Fotografía por Carlos Germán Rojas. Cortesía de Henrique Faria Fine Art. (Registro de la pieza en la exposición del CAAC, autor desconocido). Fecha de consulta:10/01/2021.

Figura 4: Yeni y Nan, Fuego: Purificación, 2019. Performance realizada en el marco de la exposición Yeni y Nan. Dualidad 1977-1986Cortesía de Natalia Romero Salas.

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