Trámite / Ricardo Sarco Lira

[Absurdo burocrático en dos registros]

“Como todas las ciudades, la Ciudad de Salida tiene códigos propios. Sin embargo en ella las normas que regulan el intercambio son variables, arbitrarias, a veces absurdas, pero de algún modo entendidas y tácitamente aceptadas.”

Plan B: CCS Ciudad de Salida

El Diccionario de la R.A.E. define “burocracia” (del francés bureau ‘oficina, escritorio’ y del griego cracia, ‘gobierno’) como la “Organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios.” Pero el término hace también referencia al conjunto de servidores públicos o funcionarios de la administración pública que se encargan de realizar los trámites, agilizar los procesos y llevar a cabo el papeleo solicitado por los usuarios.

Trámite: La Ciudad de Salida tiene códigos cambiantes es, precisamente el título de la tercera intervención artística del proyecto Plan B: CCS Ciudad de Salida (@ciudaddesalida) y que conforma, junto a Umbral: La Ciudad de Salida es transitoria, del segundo fin de semana de intervenciones artísticas. Dirigido por Diana Volpe y Carlos Fabián Medina, Tramite es concebido como una acción performática.

Volpe de una larga trayectoria como actriz de teatro y televisión, es también directora y productora de teatro, así como fundadora del grupo Hebu Teatro A.C. y de La Caja de Fósforos. Medina es actor y director, formado en el T.E.T. y ganador del III Festival de Jóvenes Directores del Trasnocho Cultural en el 2017. El elenco, dividido en dos grupos que se relevan a la hora del almuerzo tras cumplir la media jornada laboral como buenos burócratas, está conformado por Aitor Aguirre, Athony Castillo, Bella Aboulafia, Erick Palacios, Luis Ernesto Rodríguez, María Gabriela Díaz, Nakary Bazán, Nerea Fernández, Rossana Hernández (Deus Ex Machina) y Roy Wiliams. Ellos se encargan de crear un espacio insoportablemente absurdo, pero increíblemente cotidiano a la vez; no por nada para el escritor cubano Alejo Carpentier la cotidianidad y la historia latinoamericana se encuentra plagadas de una serie de sucesos o hechos aparentemente insólitos, pero a su vez habituales, algo que él definió como loa Real Maravilloso. La existencia de dos gobiernos en paralelo, con instituciones, diplomáticos, funcionarios y partidarios es, quizá, un ejemplo de ello.


Caracas. Sábado 09 de febrero de 2019. 1:00 pm

Llego a la entrada de La Caja del Centro Cultural Chacao, veo hacia adentro y distingo una pared de cajas de cartón al fondo, cada caja lleva impreso un carácter en tinta negra, y juntas forman palabras como “GESTORES”, “FUNCIONARIOS/AS”, “MUJERES”, “MENORES”, “TURISTAS”, “NAUFRAGOS”; la pared de cajas al fondo tiene espacios vacíos, similares a taquillas, donde puedo ver a personas interactuando.

Entro con mi amiga.

Trámite: La Ciudad de Salida tiene códigos cambiantes. Acción performática. 2019. Fotografía de Antonio Odehnal

Trámite: La Ciudad de Salida tiene códigos cambiantes. Acción performática. 2019

“Detrás de la línea amarilla”, dice un hombre vestido de vigilante, con un chaleco oscuro, camisa y pantalones de vestir, un carnet colgando del cuello, rolo en mano. Da la impresión de que es alguien con quien no quieres llevarte mal. Nos hace pegarnos a la pared junto a otras personas que entran. Nos pregunta sobre los trámites que hemos venido a realizar.

Veo a mi amiga, “¿tú tienes idea?” Niega con la cabeza. Cuando llega mi turno de responder le digo lo primero que pasa por mi mente y que ha sido mi quebradero de cabeza los últimos meses: “Vengo a apostillar mis documentos”, digo en voz baja, “Y yo lo acompaño”, dice mi amiga. “Esos trámites no son por aquí”, dice el guardia y vuelve a empezar el interrogatorio.

Un chico a mi izquierda le dice muy seguro que viene a retirar su pasaporte. Veo que una de sus manos tiene ya varios sellos. “¡Eso sí es por aquí!”, le responde el guardia, “¿Ustedes que vienen a hacer?” “El pasaporte, sí, eso”, decimos todos algo nerviosos ya. Nos colocan sellos húmedos en el reverso de la mano y nos hacen pasar, pero siempre despacio, sin exceder el límite de velocidad.

Sello húmedo en mano de asistente a la acción. 2019

El camino en zig-zag hasta la pared de cajas está delimitado por líneas amarillas en el suelo y unas estructuras de madera y cuerda similares a los separadores en las filas de los bancos. Eventualmente llego al final, pasando por una bachaquera que vende productos en dólares. “Mantengan más distancia”, grita uno de los funcionarios en las taquillas —dos se encuentran vacías, una tiene una planta, la otra un cartel, las otras dos tienen personas del otro lado—, sale y recostándose de mi cuerpo mide con su brazo la distancia a la que debemos estar los que esperamos en la cola. Nos hace retroceder. Eventualmente llego a una caja donde una funcionaria bastante maquillada me atiende dulcemente: “Buenos días, mi amor, ¿en qué puedo ayudarte?” “Vengo a buscar mi pasaporte.”

Silencio.

Nos miramos. Se ríe. Me pide repita lo que dije. Vuelve a reír. Llama al otro funcionario y me hace repetir: “Vengo a buscar mi pasaporte.” Se ríen, me dicen que eso no existe, que no es por ahí, que nunca ha habido pasaportes. Me empiezo a sentir insultado y me dan ganas de discutir: “¿para qué, entonces hice toda esta cola?” “Ese no es mi problema cariño, sal por donde viniste.”


En sentido estricto y literal “burocracia” quiere decir “gobierno del escritorio/de la oficina”. Cracia proviene del griego antiguo -κρατία, elemento compositivo derivado de cratos, “fuerza”, “poder”, “control”. La R.A.E. acepta, entonces una tercera acepción al término como la influencia o poder excesivos de los funcionarios (gestores, burócratas, secretarias, cajeros, etc.) en asuntos de orden público.

En Trámite se ve reflejada una de las realidades del país: la profunda burocratización de todos los sistemas y procedimientos. En Venezuela a nadie resultan ya extrañas las largas filas de usuarios que se forman dentro y fuera de las oficinas del Servicio Administrativo de Identificación Migración y Extranjería (SAIME), el pagar bajo cuerda (con moneda extranjera) a gestores o a los mismos funcionarios para conseguir el pasaporte o solicitar una prórroga  del mismo; conseguir citas para realizar la legalización o el apostille de documentos es tan complicado que las cuentas de Twitter para informar sobre la apertura de nuevos cupos, el estado de las páginas y de más datos pertinentes proliferan. Sin contar con los procedimientos bancarios y del sector salud.

Cómo en Muerte de un burócrata (1966), película en blanco y negro del director cubano Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), hito del cine cubano del primer periodo del gobierno posterior a la revolución, este sistema de organización y administración se complica y se convierte en un hecho barroco, una forma que se agolpa, se derrama y se trenza sobre sí misma, haciéndose cada vez más incomprensible y posee cada vez más pasos y estructuras más complejas.

Cracia, como ya se mencionó anteriormente, parte del vocablo griego para “poder”, más específicamente vinculado al uso y ejercicio de la fuerza. Con los malos horarios, el pésimo estado de las instalaciones y los pocos beneficios que reciben cada uno de los miembros del engranaje que conforma la maquinaria publica precisa hacerse con un mínimo de poder para lograr sobrellevar la jornada, para obtener alguna compensación. ¿Y sobre quién puede el burócrata promedio volcar su pesar y forzarle a ejercer su voluntad? Sobre el usuario que depende de este para lograr la feliz gestión de algún trámite necesario. Una simple amenaza de retener los documentos tan necesitados es suficiente para controlar al usuario ya cansado de batallas contra un sistema confuso o, incluso, para forzarle a dar ofrendas, regalos o pagar extra por el servicio.

Citando la cuenta de Instagram del proyecto: “En la Ciudad de Salida la interacción con el poder nunca es transparente ni horizontal y siempre mediada por mecanismos de control e intimidación.”


Regreso por el mismo camino y encuentro a mi amiga que estaba retenida en la entrada porque su franela (con la silueta de dos pechos sugerida mediante dos trazos negros) resultaba ofensiva para una institución tan seria. Llego a la puerta y antes de salir el guardia me detiene: “Espere en la línea amarilla, por favor.”

Me quedo y lo veo meter a otra gente a la sala. Los atiende y despacha. Me ignora. Pasa un rato así, por lo que decido volver a salir. “Le dije que esperara detrás de la línea amarilla.” Entra otro grupo y se repite el proceso, pero ya sé qué decir. “Vengo por mi pasaporte, pero me hicieron devolverme sin nada.” Frunce el ceño. “Eso es que te faltó un sello”. Me marca nuevamente la mano: “ANULADO”, se lee ahora en mi muñeca izquierda.

Registro de algunos de los sellos húmedos utilizados durante la acción. 2019

“Vas a ir a la caja 3 y luego subes a hablar con Wilmer.” Vuelvo a repetir el recorrido. A mitad de camino una mujer vestida de ejecutiva nos detiene a mí y a otros tres hombres. La llaman “La Doctora” y va a hacernos un examen psicomotriz después de obtener nuestros datos: “Un paso a la izquierda… Un paso a la derecha… Ajá, bien… Suavecito para abajo… Suavecito para arriba… Un movimiento sexy”. A estas alturas me permito reír por estar bailando La bomba junto a otros cuatro extraños. La bachaquera grita desde el fondo “¿Y ese es un movimiento sexy?”. Nos dejan avanzar.


Volpe, Medina y todo su elenco parten de su formación como actores para la concepción y realización de la acción performática en cuestión. “Acción performática” y no “performance” porque se entiende que estas distinciones tan tajantes entre los distintos lenguajes artísticos que predominaba incluso a finales del siglo XX se han ido borrando y Trámite: La Ciudad de Salida tienes códigos cambiantes no es una pieza que permita ser etiquetada y encasillada dentro de un solo lenguaje. Para Nicolás Bourriaud en Postproducción, algunas de estas “experiencias” de arte de acción corporal contemporáneo no son, a pie juntillas, performances sino propuestas artísticas que hacen uso de la “forma-performance”, de recursos del lenguaje del performance. Algo de esto parece suceder con Trámite.

Cuando el acoso al que se encuentra sometido el espectador le permite unos breves momentos de reflexión estética este se percata de que se encuentra en una suerte de espectáculo circense, de algún tipo de teatro de calle, pero dentro de los espacios de una galería. El movimiento de los actores (porque no performers), sus dinámicas, su gestualidad, la misma manera en que la ficción en la que sumergen al espectador está tan bien articulada, tan cuidadosamente dispuesta, coloca a la obra más en el espacio de las artes escénicas que de las artes visuales —la unidad visual de las intervenciones artísticas de Plan B se la dan los elementos como cajas, estructuras de madera y separadores que son reutilizados en cada acción—. No quiere decir esto, empero, que el espacio para el accidente, para la improvisación y la retroalimentación con el espectador no existan; todo lo contrario, como en una performance, esto es la materia prima para los intérpretes y la pieza se permite mutar levemente, desarticularse y volver a su cauce dependiendo de las respuestas que obtiene. Por esta misma razón hablar de “espectadores” o “público” tampoco parece lo correcto. Esa separación deja de existir en cuanto se entra en la sala, el transeúnte se transforma de inmediato en otro participante más de la ficción y, sí juega bien y se permite ser absorbido por la situación, en actor o intérprete.

Sin embargo la obra no se transforma radicalmente gracias a las acciones del espectador tornado participante, los intérpretes se encargan de redirigir cualquier alteración o llevarla a su campo de juego para controlar el hecho. Todo está, de alguna manera, previsto. La sala de la galería se convierte en un área de recreo dentro de la cual las normas del juego son absolutas e incuestionables. Un espacio ficcional perfectamente articulado.


“¡Deténganse ahí, alto!” Es el vigilante que avanza pasando por sobre los divisores.

“Señores hay un teléfono perdido. Alguien se robó un iPhone y esta es una institución seria. Se visualizaran los bolsos, vamos.” Revisan mi bolso. Nada. Encuentran el teléfono “robado” en el bolso de otro chico y lo mandan a la oficina del gerente. Debe devolverse por donde vino, pero nadie debe darle permiso, debe pasar entre nosotros, empujándonos.

“Ahora es necesario que hagamos otra dinámica para aliviar la tensión, están todos muy estresados después de eso”, dice La Doctora. “Agárrense de las manos”, todos nos tomamos de las manos en fila india como estamos, “vamos, todos a otros conmigo. Juntos podemos llegar… Donde jamás hemos ido”. Antes de darme cuentan vamos avanzando y bailando al ritmo de El Puma. Finalmente llego al final del camino.


Finalmente el gesto repetitivo, la incongruencia entre las órdenes, las alteraciones del orden y su subversión por un orden difícil de comprender llevan a la burocracia al chiste, al absurdo. En “Muerte de un burócrata”, cuando una viuda, acompañada por su sobrino, intenta cobrar la pensión de sobrevivencia de su marido se encuentra ante una barrera burocrática inesperada: su esposo, miembro insigne del partido obrero, ha sido enterrado junto a su carnet laboral y sin él no podrá tener acceso al beneficio económico que el estado debe garantizarle. La rigidez del sistema, la poca previsión de las leyes, la imposibilidad de modificar los reglamentos y la mente cuadrada de los funcionarios y la de la estructura a la que pertenecen llevarán al sobrino del difunto por una serie de padecimientos y adversidades ficticias como si de un vía crucis se tratara. No por nada burocracia se define también como una “administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas.”

El humor negro hace más digerible este suplicio al mostrárnoslo exagerado, caricaturizado incluso, permitiendo verlo con la distancia que da el absurdo.


La caja 3 está vacía.

En lugar de un funcionario hay una planta de plástico. Decido ignorar la instrucción y paso a la taquilla 2 con la misma chica que me atendió antes. No me reconoce.

Mi amiga se encuentra a mi lado en la taquilla 1 donde no hay nadie. Nos vemos de reojo, sin saber qué hacer.

“Hola”, saludo a la funcionaria, “vengo por mi pasaporte, pero tú me dijiste que eso no era por aquí y mandaste a salir, y el vigilante no me deja”. “¿No te deja?”. “No”.

Nos miramos. “Es que lo que pasa, lindo, es que tu no escuchas. Nunca escuchan. La Doctora te dijo qué tenías que hacer”. Intento decirle que la Doctora nunca me dijo eso, pero ella sigue hablando sin darme chance.

Escribe algo sobre un trozo de cartón y me lo pasa. “Vas a tomar esto y lo vas a subir a Wilmer. ¿Tú has subido a ver a Wilmer? ¿No? Bueno, subes a la derecha, lo buscas y le entregas esto, le dices que yo te mandé-”, “¿Cuál es su nombre, disculpe?”, “-él te va a dar un documento que vas a bajar a la oficina del gerente. ¿Has estado allí? ¿No? Bueno, se lo entregas a él, le explicas todos y él te dirá que vas a decirle al vigilante para que te deje salir.”

“Código” entregado durante la acción. 2019

Estoy aturdido.

“¿Puedes repetirme lo que te dije”. “Tomo este papelito-”. “CÓDIGO. No es un ‘papelito’.”. “Perdón, tomo el código, subo, hablo con Wilmer, el me da otro documento que le doy al gerente y-” “¿Ves que no escuchas? Yo te voy a dar el código, tú vas a subir las escaleras al segundo piso, vas a buscar a Wilmer, vas a hablar con él, le vas a entregar el código, él te va a dar un documento que tu luego vas a bajar y le vas a entregar en sus manos-vas a depositar en las manos del gerente y él te va a decir qué decirle al guardia para que puedas salir. ¿Entendido?”. Me hace repetir la perolata una vez más hasta quedar satisfecha.

“¿Puedo subir con mi amiga?”, le digo señalando a mi acompañante en la otra taquilla, “ella sólo vino a ayudarme”. “¡Ah, no! Nada de amorochamiento. Tú naciste solo y tú naciste sola. Tu subes y ella se queda dónde está, pero antes debo hacerte una prueba”, dice prendiendo una linterna y probando la dilatación de mis pupilas ante la luz. “Perfecto. Puedes subir.”

Le doy las gracias como por inercia y sigo.

Subo las escaleras pasando entre unas estructuras de madera pintadas de manera similar a los postes que bordean el recorrido en el piso inferior y llego al piso superior de La Caja, todo en calma, hay una instalación hecha con las mismas cajas de abajo, pero pintadas solo por un lado con flechas que marcan el camino. Una chica llama mi atención y me dirijo a ella para preguntar por Wilmer, blandiendo mi código, y me sorprendo al darme cuenta de que no forma parte de la acción, es una guía de sala normal. Me dirige a través de las cajas y de una estructura metálica similar a un tobogán que funge de arco y fuera de la sala. Estoy en Umbral: La Ciudad de Salida es transitoria.

Umbral: La Ciudad de Salida es transitoria. Instalación. 2019. Fotografía de Antonio Odehnal

Estoy fuera.

No tengo mi pasaporte. No existe ningún Wilmer. Nada.

Sólo los sellos en mi piel y el código garabateado e ilegible en un trocito de cartón.


Al final del filme de Gutiérrez Alea el sobrino del burócrata termina siendo recluido en un manicomio. Tras haber desenterrado el cadáver por sus propios medios ahora no podía darle sepultura: sin una orden de exhumación no se puede realizar una solicitud para volverlo a enterrar. Al no existir los trámites la realidad tangible queda desechada y se torna en la nueva irrealidad: sólo es real aquello que se encuentre impreso, firmado y debidamente sellado. Tramito luego existo.

En su desesperación el protagonista se abalanza sobre el director del cementerio intentando matarle. El filme cierra con una imagen cenital del cortejo fúnebre que lleva al burócrata a su sepultura.


Bajo aturdido las escaleras externas de La Caja. Cada escalón que bajo más seguros son mis pasos, más firme mi postura, más agitada mi respiración.

Camino, casi troto, nuevamente a la entrada. La cabeza en alto.

¡Que se atrevan a detenerme!

Dudo en la puerta.

Empiezo a sentirme nervioso y desisto. Suficiente suplicio por hoy.

***

Bibliografía

“PLAN B: Caracas, Ciudad de Salida” mostrará el impacto de la migración en la capital. En: https://contrapunto.com/noticia/instalaciones-del-proyecto-plan-b-toman-distintos-espacios-de-caracas-243565/ (11/02/2019)

BOURRIAUD, Nicolas. Postproducción. Buenos Aires, Argentina: Adriana Hidalgo editora. 2009

CARPENTIER, Alejo. “Lo barroco y lo real maravilloso”. En: Los pasos recobrados. Ensayos de teoría y crítica literaria. Caracas, Venezuela: Biblioteca Ayacucho. 2003

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