UN COMENTARIO SOBRE “THE WOMAN IN THE WINDOW” DE FRITZ LANG.
Hay una pista en “The Woman in the window” (1944) de Lang (no confundir con el reciente estreno de Netflix), el Profesor Richard Wanley, interpretado por un espléndido Edward G. Robinson, pasará las últimas horas del día luego de la aburguesada conversación en el club con los amigos, leyendo un libro. Abre la estantería y decide entre los lomos asomados. Toma una decisión más bien impulsiva, la cámara no hace mucho caso en mostrarnos la decisión, hasta que nos revela en un plano detalle el título en cuestión: “El cantar de los cantares”.
Elipsis.
Se quedará dormido, saldrá a la calle ya de noche, se asomará curiosamente (por segunda vez) a la vitrina de una galería donde exhiben la pintura de una mujer, una hermosa, quizás para él, quizás para la época, no es poca cosa, estamos hablando, se nos mostrará, de la semblanza de Joan Bennett, interpretando a la femme fatale en cuestión, Alice Reed. La pieza del deseo que para el profesor supondrá la condena que la película pronto nos contará.
La moralidad expuesta por la acciones del profesor, hombre casado y de hijos que han partido de vacaciones, frente a la sinuosa invitación de la mujer de negro en cuestión, afrontan la decadencia del pecado que Wanley soportará, es indudable que Wanley a medida que la tragedia se va cirniendo sobre él, asume su derrota con un temor que lo va carcomiendo internamente hasta tomar la decisión fatal de sucumbir ante su propia culpa: desear.
¿Pero cómo no desear? ¿Cómo? Él hombre ya entrado en lo profundo de la medianía, de talante más bien jocoso frente a lo que se presume belleza de masculinidad (para la época, y para la época), es invitado cual milagro a los aposentos de la serpiente hermosa que casi es la viva obra de los versículos del Salomón:
3.Como un hilo de carmesí tus labios, y el tu hablar pulido; como cacho de granada tus sienes entre tus guedejas.
4. Como torre de David es tu cuello, fundada en los collados; mil escudos cuelgan de ella, todos escudos de poderosos.
5. Tus dos tetas como dos cabritos mellizos, que [están] paciendo entre azucenas.
6. Hasta que sople el día y las sombras huyan, voyme al monte de la mirra y al collado del incienso.
7. Toda eres, Amiga mía, hermosa, falta no hay en ti.
Quizás una de las grandes maravillas de esta película sea la del atormentar hasta el trauma la emancipación del amor erótico que en sus versos el cantar nos regala, ofreciendo la visión inversa de lo que se supone es la belleza del matrimonio (fuera del pensamiento místico que ya luego lo comentaristas habrán por ofrecer, Fray Luis de León en especial que asume la carga de la pasión que ejerce lo femenino), y resulta curioso que en días donde el amor ya no tiene sentido (me refiero a nuestros días), y quizás menos el erotismo (me refiero a la percepción distorsionada de la palabra erótico), el libro del antiguo testimonio venga a recordarnos en la figura del Profesor Richard Wanley, la quietud de la vida elegida, en batalla atormentada por la vida a elegir…
El peligro y la amenaza vestida de negro sobre la mujer, que dice no seducir, pero que en su mirada “(s)us plantas [son como] jardín de granadas con fruta de dulzuras; juncia de olor y nardo.”
Para revisión de la traducción de León y comentarios: http://www.cervantesvirtual. com/…/01e17fb4-82b2-11df…