Por: Mónica Echegarreta @un.escaparate
Aquel sábado de verano, tomé el metro desde la Calle 49 y descendí en una estación cuyo nombre no recuerdo y que, rotundamente, era la incorrecta. Por ello, me vi en la necesidad de caminar por varias calles de Manhattan, entre altos y elegantes edificios del Upper East Side para, finalmente, en la esquina izquierda de una de esas cuadras, tropezar con las grisáceas curvas del orgánico edificio. Había una multitud de personas en la entrada del Solomon R. Guggenheim; algunas, como yo, esperando con ansias poder entrar; otras, transeúntes que detuvieron su andar, allí, tan solo por un momento.
Al ingresar, lo primero que noté fue cómo el lucernario del museo proyectaba en el ambiente un tono violáceo; a su vez, este venía acompañado de nostálgicas melodías que impregnaban el espacio horizontal de la planta baja. Empecé a reconocer dentro de mí indicios de confusión, vulnerabilidad y emoción sin todavía entender muy bien el por qué. Caminé unos pasos más y observé que, desde el último piso hasta la entrada principal, caía como agua en movimiento una inmensa tela en la que se proyectaba, en primera instancia, un exorbitante rostro agitado y a veces derretido, a propósito de los pliegues y arrugas del tapiz. Comprendí que la persona filmada era la fuente de tales armonías, a su vez, este tan inmenso retrato se intercalaba con videos en los que se revelaban instrumentos musicales, más sonidos y voces. Así fue como conocí la obra Anthem (2021) del artista estadounidense Wu Tsang, en colaboración con el músico y activista transgénero Beverly Glenn-Copeland.
Por varios minutos, ni sé cuántos, permanecí con los ojos cerrados en la planta baja del museo, dejándome llevar por esos celestiales sonidos que nos envolvían y cautivaban a nosotros, afortunados espectadores. El caos veraniego del mundo exterior parecía disiparse, a propósito de la inmensa presencia, omnipresencia, de Glenn-Copeland. El museo se había convertido en una suerte de templo sagrado, y las voces y armonías parecían emular una alabanza épica. El grandioso rostro de esta, ahora, divinidad caía como una cascada por toda la vertical del museo, para finalmente sosegarse en la planta baja, donde estábamos la mayoría de los oyentes siendo salpicados por la magnífica voz. De la proyección de su rostro, sus manos, sus grisáceos cabellos, de la paleta de azules que bañaban lo filmado, emanaba una suerte de calma y determinación acompañada de voces entre los cuales, ocasionalmente, se identificaba un armónico estruendo similar a la palabra “Love”.
Momentos después, empecé el recorrido del museo mediante la rampa helicoidal en la que la experiencia sonora iba mutando y reverberando, casi como si de un coro en una catedral se tratara. Dependiendo del nivel en el que me encontrara, la voz de Glenn-Copeland se escuchaba diferente, ascendiendo y descendiendo, aún siempre envolvente y emotiva. De igual forma, las imágenes proyectadas en la tela se veían cada vez más compactas, menos derramadas. Fui encontrando en cada piso del lugar situaciones en las que, inevitablemente, los sonidos de Anthem dialogaban y se articulaban con otras circunstancias, piezas, personas. Armonías que gritaban, melodías que calmaban, tonos que acompañaban mis pasos. En ocasiones, detenía mi andar en la rotonda y elegía asomarme por los balcones para observar, desde diferentes perspectivas, la inmensa imagen vertical. Y se sentía como si el retrato sonoro de Glenn-Copeland me traspasaba, haciéndome parte, inevitablemente, de este.
Figura 1
Al ingresar a, por ejemplo, la colección Thannhauser del museo, la voz del músico se escuchaba acompañando las pinturas y esculturas vanguardistas que allí descansaban. Los cuerpos esculpidos en madera por Degas, las montañas de Saint-Rémy de Van Gogh, así como la rubia mujer creada por Picasso, parecían absortos y hendidos frente a aquellos fascinantes ruidos. Algo similar ocurría en el último piso, donde se hallaban los retratos fotográficos que componían la exhibición “Centropy” de Deana Lawson. Por sí mismas, sus fotografías a gran escala e intervenciones con hologramas me trasladaban a determinados contextos citadinos, así como lugares y cuerpos cotidianos, pero surtidos con elementos y circunstancias ligadas a universos oníricos y espirituales. Ahora bien, incluso aquí en este aislado recorrido narrativo-fotográfico, se sentía la vibración de voces de Glenn-Copeland, como un eco que avisaba su existencia desde una respetuosa distancia.
En el cénit del cilindro blanco, la instalación de Tsang colmaba al sinuoso pasillo de sentimientos de añoranza. Así, la travesía por la escultura sonora parecía no encontrar fin puesto que, mediante el descenso por la rotonda, yo podía atinar con sonidos antes inexplorados. Fue entonces cuando tropecé con una sala secreta que no había reconocido en mi primer trayecto. Oculta entre telas, se hallaba una invitación para profundizar en la intimidad de Glenn-Copeland junto a su pareja, Elizabeth; entre palabras, gestos e imágenes del mar, se exponía un documental en el cual ambos reflexionaban sobre el sentido de la vida, la aceptación del otro y de nosotros mismos, la importancia del trabajo colaborativo en todos los ámbitos y, por supuesto, el significado del amor. Al volver a la planta baja, me reencontré con el inmenso cuerpo de luz y, desde allí, en el contrapicado, las imágenes proyectadas se vertieron por última vez encima nuestro y las armonías ocuparon el espacio.
Figura 2
En la obra de Tsang, la palabra “vínculo” cobra gran importancia, a propósito del dialogismo entre imagen y sonido, la correspondencia entre la visión del artista y la voz de Glenn-Copeland, así como la presencia oculta de los colaboradores. De igual forma, es el espectador en movimiento, en su peregrinación sin fin por el museo, así como la inmersión en su propio tiempo crónico y atmósfera emocional, quien dialoga con esta mientras lo atraviesa. Tsang, entonces, con este recorrido en el “espacio escultórico sónico” nos invita a reflexionar sobre la importancia del encuentro con la alteridad, sobre la necesidad de escuchar el mundo que nos rodea, lo que creemos diferente y ajeno que realmente forma parte de nosotros mismos. Gracias a su obra, descubrimos que la relación entre identidad y otredad es inalterable; y son las dialógicas melodías aquellas que nos arropan y nos invitan a construir una comunión, en medio de tan ruidoso silencio. En palabras de X Zhu-Nowell (2021), aquí el concepto de himno (“anthem”) se entiende, no desde el sentido nacionalista y de uniformidad sonora que supone, sino a partir de la etimología misma de la palabra en relación con la antífona (“antiphon”), es decir, su raíz espiritual y de alternancia entre voces y respuestas que siglos atrás suponía esta forma de canto. En ese orden de ideas, Anthem de Wu Tsang surge, parafraseando al artista, como una invitación a reflexionar y a aceptar nuestro reflejo y el del otro; a escuchar a aquellos que nos rodean y (de)construirnos a partir de estos. Mediante las voces que emanan de la escultura sonora, la intervención de instrumentos e imágenes, así como la vibración de aquellos quienes caminamos entre violetas armonías, de arriba hacia abajo y de adentro hacia afuera, volvemos a la idea del sentido de comunidad, del vínculo, del encuentro con el otro que es realmente uno mismo, de la escucha y reflexión colectiva en medio de un caos que nos implora, sobre todo en estos tiempos tan confusos, un diálogo en amor.
*La obra Anthem es uno de los varios proyectos de la serie “Re/Projections: Video, Film, and Performance for the Rotunda” en el Guggenheim de New York.
Fuentes:
Bailey, S. (2021) “Wu Tsang’s Anthem Calls All Lovers.” Ocula. Recuperado de:
https://ocula.com/magazine/insights/wu-tsang-calling-all-lovers/
Fulton, J. (2021) “How I Became An Artist: Wu Tsang.” Art Basel. Recuperado de:
https://www.artbasel.com/news/wu-tsang-how-i-became-an-artist-art-basel
Guggenheim (2021) “Wu Tsang: Anthem” Recuperado de:
https://www.guggenheim.org/wu-tsang-anthem
Scott, A. K. (2021) “Wu Tsang: Anthem” The New Yorker. Recuperado de:
https://www.newyorker.com/goings-on-about-town/art/wu-tsang-anthem
Teles, P. (s.f.) “Breve recorrido sobre el concepto de instalación”. Recuperado de:
http://revistalindes.com.ar/contenido/numero15/nro15_art_TELES.pdf
Figuras:
Figura 1:
Registro con celular de @un.escaparate
Figura 2:
Lonelycubicle (2021) Wu Tsang: Anthem at Guggenheim Museum in NYC (short clip). Youtube: https://youtu.be/3NBfxVSY8vw